El hidalgo olvidado que fundó Guía y tuvo que demostrar que era quien decía ser
Sancho de Vargas llegó a Gran Canaria sin fortuna ni rango, se abrió paso entre repartimientos y pleitos y acabó dejando un pueblo detrás

Panorámica de Santa María de Guía y su iglesia, heredera de la ermita que Sancho de Vargas levantó a comienzos del siglo XVI / LP/DLP

No hace falta cruzar del todo el Atlántico para dar con un aventurero español con una vida de esas que casi se pierden, por alguna razón o por ninguna. Basta con mirar a Canarias, esta vez al norte de Gran Canaria. Sancho de Vargas, un hidalgo cántabro salido de un pueblo de hidalgos —donde casi todos lo eran y casi ninguno tenía otra cosa que el título—, dejó atrás su tierra para acabar en Canarias, en plena conquista, y terminar fundando una de las ciudades con más historia de la isla.
Llegó con un apellido —que le valió poco— y una espada. Nada más. Era uno más entre muchos: sin mando, sin rango y sin nombre en las crónicas. Un buscavidas que vio en la conquista la tentadora promesa de algo mejor.
De buscavidas a terrateniente
Cuando la guerra terminó, se quedó. Eligió Gáldar, uno de los pocos lugares con algo de orden. Consiguió tierras en los repartimientos y supo moverse en medio del desconcierto. Acumuló lo suficiente como para empezar a contar en aquella nueva sociedad grancanaria.
El problema fue que no todos lo veían igual. En 1499, el Cabildo de Gran Canaria le negó la condición de hidalgo, título ya de poco valor, en una sociedad donde empezaba a contar más la riqueza que la sangre. En 1502 llevó el asunto ante la Real Chancillería de Ciudad Real y ganó el pleito. Siglos después, el historiador Antonio Rumeu de Armas rastreó aquel proceso y redescubrió al personaje, perdido entre confusiones genealógicas y atribuido incluso a otros linajes —le añadieron un «Machuca» que nunca tuvo—, hasta devolverle su identidad real.

Postal histórica de Santa María de Guía. / Fedac
Tras recuperar su orgullo en papel, entre 1504 y 1508 levantó una pequeña ermita dedicada a Santa María de Guía, advocación de la que parecía especialmente devoto. A su alrededor empezaron a crecer casas, corrales y huertos. Y así, casi sin proponérselo, acabó fundando un pueblo. En 1526, Guía se separó de Gáldar y tuvo alcalde real; en 1533, se convirtió en parroquia propia. Dos siglos después, Viera y Clavijo la describiría como «el pueblo mejor y de más lustre después de la capital».
También en Tenerife
Después de lo que seguramente fue su legado más duradero, Sancho de Vargas siguió moviéndose por las islas. Se estableció un tiempo en Tenerife, donde fue regidor, teniente de gobernador y alcalde mayor entre 1505 y 1508. Allí incluso se le puede poner casa: el cronista Pedro González Sosa la situó en la actual calle Cabrera Pinto, de los años en que Vargas ejercía como regidor en la Villa de San Cristóbal. El edificio aún existe, aunque su fachada quedó atrapada dentro del Hogar de Ancianos, frente a la iglesia de San Sebastián. Todo eso —cargos, tierras y prestigio— no era poca cosa para alguien que no fue nadie durante la conquista y que se ganó su sitio después, a base de moverse bien, o de saber estar.
En 1509 realizó una misión en la costa africana —a la que Rumeu define como misteriosa— y poco después se pierde su rastro, probablemente ya de regreso a la Península. Pudo morir en torno a 1512, o simplemente, ese año dejó de aparecer en los registros.
Dejó detrás tierras e hijos —diez en dos matrimonios, aunque solo uno mantuvo su apellido— y un pueblo que llegó a tener más habitantes que Gáldar. Lo demás, su nombre y su historia, se fue borrando. Durante siglos, nadie volvió a mencionarlo. Solo el expediente judicial y unos pocos papeles mantuvieron viva la pista para quienes supieron seguirla siglos después. Hoy se le reconoce como el verdadero fundador de Santa María de Guía.
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