Los 'descansaderos de muertos' que guardan la memoria de los últimos besos a los finaos en Gran Canaria
Los descansaderos de muertos son espacios que servían para que los cortejos fúnebres dejasen el féretro después de recorrer kilómetros cargando al fallecido

El descansadero de muertos El Calvario, en Tunte / LP/DLP

El culto y la religiosidad que envuelve a la muerte ha evolucionado con el paso de las generaciones. Los elementos del patrimonio y las costumbres de los antepasados que perduran en Gran Canaria cobran forma en espacios fúnebres como los descansaderos de muertos, que aún se conservan en distintas ubicaciones de la Isla. Uno de ellos, conocido como El Calvario, se encuentra en el pueblo agrícola de Tunte del municipio de San Bartolomé de Tirajana, aún rodeado de la simbología propia de los finaos.
Los descansaderos de muertos son pequeños espacios de reposo donde los cortejos fúnebres, compuestos por hombres jóvenes, depositaban los féretros de camino a la iglesia tras recorrer kilómetros cargando con el fallecido. Según relata el archivista José Juan Santana, allí aprovechaban para terminar de preparar al muerto antes de enterrarlo, asearse y cambiarse de ropa, a la espera de que llegase el párroco para oficiar el ritual religioso.
Una vez allí, el cura recibía oficialmente al cortejo en los descansillos para iniciar la procesión hasta la iglesia y, después, dirigirse al cementerio. Parte del ritual incluía el responso, una oración que se realiza por los difuntos.
El "calvario" hasta Tunte
El archivista José Juan Santana explica que los datos disponibles se remontan a los años 40 del siglo pasado, si bien antes "debía haber otra cosa, a lo mejor más rudimentaria, pero que servía para el mismo fin" que los descansaderos. Su uso fue desapareciendo debido al aumento de los cementerios locales, con los que ya no era necesario recorrer largos y angostos caminos con los féretros, así como la llegada de los coches fúnebres, que facilitaron unos traslados mucho menos aparatosos.
En el sur de la Isla se encuentra el descansadero El Calvario, que recibe su nombre por la dificultad que suponía recorrer la distancia para llevar a un difunto desde alguno de los pueblos hasta el Cementerio de Tunte. Así pues, cuando llegaban las comitivas, solían exclamar que el recorrido había sido un "verdadero calvario".
Pedro Franco López, técnico en patrimonio histórico, explica que este solía ser el único lugar de entierro que existía por la zona, motivo por el que todos los lugareños debían llevar hasta allí a sus fallecidos para darles sepultura de acuerdo con la tradición católica.
Si llegaban desde los pueblos de La Montaña, Hoya Grande, Hoya de Tunte, Taidía o Los Sitios, entraban desde el sur de la villa. En cambio, si venían de Risco Blanco, Perera, La Culata, La Plata, Cercados de Araña o Ayacata, accedían por el norte.
Mitos, creencias y cuentos
Hoy en día ningún descansadero conserva su función originaria y, debido a la simbología que tienen, pueden confundirse con pequeños lugares de culto. Por otra parte, estos espacios podían dar pie a algunos temores y supersticiones entre la población local debido a que, a menudo, estaban rodeados de mitos y creencias vinculadas con la muerte que se transmitían de generación en generación.
En cualquier caso, todavía queda en algunas personas el recuerdo de las tradiciones y los ritos de antaño. "Para los niños era una curiosidad meternos entre las piernas de las personas mayores para ver cómo destapaban el féretro para darle el último beso al fallecido", rememora Santana.
También en aquella época se contaban cuentos que se fueron transmitiendo a través de la tradición oral: "Había gente que traía un muerto desde cualquier barrio de la zona de costa y se encontraban en el camino con una verbena de esas que se hacían en el pueblo. Dejaban al muerto por la noche en el descansadero, se iban a bailar y después volvían y se iban con el muerto a Tunte. Eso se contaba a modo de chanza".
Descansaderos en la Isla
El descansadero de El Calvario se compone de un pequeño banco con forma de semicircunferencia donde se colocaba la caja o féretro. Está ejecutado en mampostería, un sistema tradicional de construcción para levantar muros a mano con materiales como ladrillos, piedras o bloques. Esta estructura de un grosor de 80 centímetros también cuenta con un arco de medio punto sobre el que se realizaron y pintaron tres cruces.
En la zona sur de Gran Canaria pueden encontrarse distintos descansaderos, uno de ellos en el camino de Pilancones. Otro, conocido como La cueva de la caja, está ubicado en un estrecho sendero rural que se conoce con el sobrenombre del "camino de los muertos", en el barranco de Ayagaures. Así fue bautizado por las personas que lo frecuentaban por tratarse de la ruta que recorrían las comitivas para trasladar a los fallecidos.
En el resto de la Isla, cabe mencionar otras localizaciones como Moya, Arinaga, Valsequillo o Las Palmas de Gran Canaria, entre otros municipios. De hecho, López matiza que hay un número considerable de topónimos que "hacen alusión a estas obligadas paradas que, en ocasiones, se debían a la necesidad de esperar a la llegada del cura para acompañar el entierro".
Asimismo, algunas de estas zonas de reposo contaban con ataúdes de uso comunitario, fundamentalmente debido al aislamiento del territorio y a la pobreza de la vecindad. Esto ocurrió sobre todo hasta el siglo XIX, cuando había tres cajas diferenciadas: una grande para adultos, otra mediana para jóvenes y una pequeña, de color blanco, para los niños y niñas.
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