Sebastián Galindo Bordón : «Las barberías de antes eran nuestras redes sociales»
Dedicó más de 50 años de su vida a la barbería. Desde su local vio el desarrollo de la ciudad a la vez que se ganaba el cariño de la gente del barrio

Sebastián Galindo Bordón leerá el pregón el sábado, día 8 de noviembre. / LP/DLP

¿Cómo recibió la noticia de que iba a ser el pregonero de las fiestas de San Gregorio?
Me llamó gente del señor alcalde y claro, casi no me pude negar. Pero bueno, me encanta la idea. A ver si no me pongo nervioso. Estoy acostumbrado al público pero no a hablar delante de mucha gente, pero me he ido tranquilizando.
Usted era de San Gregorio. ¿Cómo era antes este lugar?
Yo nací en San Gregorio, en la calle que le decíamos Los Cascajos y que ahora es la calle Lepanto. Por debajo estaba el molino del Conde. Allí había unas cantoneras donde nos bañábamos en aquellos tiempos. San Gregorio por entonces era bonito, o yo tengo esa ilusión porque era un niño. También era algo muy pueblerino y con vidas humildes. No había tantas cosas como hoy. Lo que sí es verdad que hoy tenemos redes sociales, pero antes las teníamos en las barberías. Se moría alguien, pasaba algo o había algún chisme, pues corriendo a buscar información a la barbería. Eso era lo típico.
La profesión de barbero también tiene algo de psicólogo.
Sí, la gente se confiesa con uno y yo he intentado darle el consejo que más adecuado creía. Esas cosas no se pueden decir porque se quedan en secreto entre esas personas y yo. Yo normalmente aplicaba lo de ver, oír y callar, y mis hijos también lo mantienen. La barbería también era como muy familia. Antiguamente había clientes a los que no se miraban como tal, sino casi como familia. Y luego estaban los clientes, que cada uno tenía su forma de ser, como todo en la vida.
La barbería y la peluquería también han cambiado mucho.
Sí, muchísimo. Me acuerdo que usábamos laca y más tarde llegó la gomina. Y luego también hacíamos nosotros el fijador, que eran unos polvos verdes que mezclábamos con agua caliente y teníamos que zarandearlo, y cuando lo poníamos se quedaba el pelo como un cartón piedra. Hoy sigo mirando los cortes de pelo en internet, porque era mi profesión, y algunos son Picasso, que si yo lo hago en aquel tiempo me matan (se ríe). Sí es verdad que mis hijos, Emilio y Roberto, que son los que siguen con la profesión en el local, lo saben hacer. Son superiores y yo me alegro y me lleno de orgullo cuando los veo trabajar.
Usted contaba que en los años 70 la juventud empezó a dejarse el pelo largo y eso provocó una crisis en las barberías.
Sí, así fue. En esa época la juventud empezó a dejarse las melenas largas y ni se lo arreglaba ni nada (se ríe). Fue una época en que muchos barberos cerraron sus negocios y se fueron a trabajar al Sur con el turismo o al aeropuerto. El que fue dueño de la primera peluquería que yo cogí, que es donde empecé a trabajar por mi cuenta, se metió de portero del aeropuerto.
¿Usted era más de Floïd o de Varon Dandy?
(Se ríe) Usaba los dos, Floïd y Varon Dandy. Los dos se usaban mucho y también usábamos la crema Nivea, que eso antes era una cosa de grandeza. El Floïd se sigue usando y a mí me gusta ese olor, pero claro, hoy hay tantas cremas, tantos productos que si me preguntas el nombre de una la laca ya ni me acuerdo.
¿Recuerda alguna anécdota bonita que le ocurrió en la barbería mientras estuvo activo?
Soy muy malo para recordar.
¿Y alguna triste, que esas sí que no se olvidan?
Cierto, y tengo una muy triste. Un sábado fui por la mañana a trabajar. Yo abría temprano, sobre las siete. Me tocó atender a un buen conocido, y a las 10 de la mañana llegó el sobrino a cortarse el pelo y lo llamaron para decirle que había muerto. Yo le corté el pelo y al par de horas se fue. Fue muy triste.
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