El pasado 13 de Agosto, con motivo de las fiestas de San Ginés, cuyo pregón corrió a cargo de don Juan Rosa Perdomo, al cual felicito, se publicó un artículo en este periódico en el que hacía referencia a sus incuestionables y elogiosos logros. Una vida plena de esfuerzos y méritos invaluables. Tuve la suerte de compartir varias veces con él, con sus hijos Luz Severa y Juan Francisco y con su hermano don Anselmo numerosas reuniones del consejo de administración de Playa Blanca, S.A., como entonces (no sé si aún) se denominó desde sus inicios la mercantil propietaria del hotel Los Fariones. Sin embargo, se hace necesario hacer valer el rigor histórico tanto del devenir turístico de Canarias como el de Lanzarote, su primer complejo turístico y sus promotores.

A medida que pasa el tiempo la desmemoria de "algunos" suele jugar malas pasadas; de ahí que sea sano ejercitarla o que otros lo hagan por uno a fin de rendir el debido reconocimiento a quienes forjaron parte de la Historia. No ha sido éste el caso. Es indecoroso relegar al olvido -como ocurre reiteradamente- a tantos hombres que hicieron realidad el arranque de nuestro benemérito Turismo; fue a partir de 1981 cuando la familia Rosa entra en el accionariado de Playa Blanca S.A; vínculo que durante algunos años propició -como he dicho- encuentros entre aquella y la mía, la de don Virgilio Suárez Almeida. Por consiguiente, el hotel no fue inaugurado por los Rosa -como se señala en algún medio- ni, obviamente, construido, ni tampoco adquirido en 1965, tal y como recoge LA PROVINCIA, pues en esta fecha se encontraba en plena construcción.

El Hotel fue el primero netamente turístico que se levantó en la Isla (1967), si bien ya existían el Parador Nacional (1951) y el hotel Lancelot (1965), amén de algunas hospederías de inferior categoría. Digamos -continuando con las puntualizaciones- que Playa Blanca S.A. inició su construcción en el año 1964 de la mano de don Virgilio Suárez Almeida, ideólogo del proyecto y promotor del primer Plan Parcial Turístico de Puerto del Carmen; el arquitecto fue don Manuel Roca Suárez y le acompañaron en la aventura, a título puramente inversor, amigos como el tinerfeño don Fernando Machado del Hoyo y el madrileño don Vicente Calderón. La inauguración tuvo lugar en cctubre de 1967 con la intervención del Subsecretario de Información y Turismo. Pero antes, y para que el proyecto tomara cuerpo, hubo de sortearse espinosos obstáculos burocráticos, como fue la compleja negociación con los pobladores de la Tiñosa -nombre con el que se conocía el caserío, en donde se asentaría el complejo- a quienes se les ofreció, a cambio del derribo de aquel desordenado núcleo de casuchas situado en primera línea de costa, honrosas viviendas, que se levantaron en mismo lugar. Es obvio que la zona había que adecuarla para tan novedoso proyecto.

Puerto del Carmen no existía; tan solo una larga y polvorienta carretera recorría la solitaria Playa Grande para acceder al terreno en donde se ubicaría el Hotel; el traslado de los materiales y los trabajadores constituyó ímprobas tareas no exentas de algún que otro accidente. Por ese tiempo, don Virgilio no dejo de recibir todos los adjetivos imaginables, salvo el de cuerdo, al haberse aventurado a desarrollar un hotel en medio de la nada. Una visión y otra asunción de riesgo quizá no superadas en la Historia del empresario isleño del siglo XX.

El escaso turismo que por entonces llegaba era insuficiente; el Hotel había duplicado las camas de la Isla y, en consecuencia, hubo de inventarse herramientas para captar clientes; pocos años después conseguiría una proeza en los anales de la hostelería española: ocupaciones anuales superiores al cien por cien, merced a las camas extras. El prestigio del Fariones traspasó enseguida fronteras y con él la Isla. En el año 1981 estaban funcionando el centro deportivo y el comercial así como el hotel San Antonio, situado en el otro extremo de la playa, y la zona aparecía salpicada de establecimientos extrahoteleros. Puerto del Carmen sería, al fin, una realidad. Y fue entonces cuando don Vicente Calderón ve el momento propicio para hacer plusvalías, y decide, a título individual, vender sus acciones a los Rosa. Y es, en 1981, y no antes, cuando esta querida familia entra en el accionariado de Playa Blanca S.A. llegando a formar parte, junto con don Honorio García Bravo, de su consejo de administración. Años después -por motivos que no vienen al caso- don Fernando Machado y mi familia deciden vender las suyas a los Rosa, quedando la firma, a partir de 1985, en manos de estos.

Sería injusto terminar estas líneas sin rendir un merecido recuerdo a los que fueron -en una lista de unas 40 personas- los coartífices en aquellos párvulos años del funcionamiento del hotel: el primer conserje Rafael Miranda, la gobernanta Juana Lemes, o el inagotable Gerardo Cabrera y su Trío Fariones, que hicieron de la boîte La Cueva punto de encuentro, amenizando veladas durante 14 años. Un recuerdo especial merece alguien que de no haber existido hubiese tenido que inventarse: nuestro gran amigo y extraordinario profesional don José Figuereo Vivancos, quien, a partir de los tres años de la inauguración, y prácticamente hasta su muerte, gestionó el complejo de forma magistral. Gracias a su dedicación el Hotel cobró esa singular personalidad y envidiable prestigio internacional. Un proyecto en el que casi nadie creyó.