Pasa el tiempo y Miguel Ángel Rodríguez, uno de los tres supervivientes de aquella tragedia, mantiene esa pena que lo acompaña como una sombra desde aquel maldito día. La imagen de sus compañeros cubiertos de sangre, cosidos a balazos, de aquel niño, Chano, que cayó delante de sus ojos, y del capitán, su amigo, una y mil veces pasan por su mente aquellas imágenes. Como fotogramas de una película de miedo. Pero que fue tan real, que aún hoy espanta y estremece.

Y una vez más, a pesar de los intentos por volver a recordar lo sucedido, Miguel Ángel sigue sin poder explicarse cómo él, su hermano Eusebio y Manuel lograron salir indemnes de aquella carnicería. Qué fuerza hizo que decidieran tirarse al agua, y permanecer allí ocultos, hasta que pudieron regresar al barco. Seguramente aunque no lo dice, él sabe que aquel día sólo un milagro pudo evitar que ellos terminaran en el fondo del entonces caladero sahariano, como acabó aquel 28 de noviembre el pesquero Cruz del Mar.

El día después de esta masacre, Lanzarote quedó paralizada. Se esperaba con ansiedad a los supervivientes y a los que cayeron. Cuando llegó el cadáver de José María, el patrón, las muestras de dolor dieron paso a la rabia. Entonces, nadie sabía quién había disparado contra esos siete pescadores y sobre todo por qué alguien había ordenado ese crimen. Las autoridades de entonces culparon en un principio al Frente Polisario, que en esos años reivindicaba sus derechos sobre esas aguas. Otros apuntaron a fuerzas del Ejército marroquí.

Cómo sucedió todo

El ataque al barco se produjo sobre las ocho de la noche. El pesquero se encontraba cerca de un lugar llamado Punta de Cabiño. Un comando formado por una veintena de hombres armados con metralletas y cuchillos y vestidos con trajes de buzo sorprendió a la tripulación, que a esas horas ya se iba a dormir después de la cena y de jugar a las cartas.

Al principio los asaltantes tranquilizaron a los pescadores diciendo que no les harían daño. Y los marineros pensaron que se trataba de uno de los controles habituales de la Armada marroquí, aunque les extrañó que llevaran puestos trajes de goma.

La tripulación empezó a controlar los nervios y hasta ofreció comida y bebida a aquel grupo de hombres.

Pero los asaltantes querían mucho más. Empezaron a decirles que no tenían derecho a estar en aquellas aguas y les exigieron que les entregaran los objetos de valor que llevaban encima, cadenas, relojes. Recuerda Miguel Ángel que algunos pelearon entre ellos, por tratar de quedarse con lo más valioso del botín. También les dijeron que se pusieran de rodillas y empezaron a disparar.

Entonces aquello se convirtió en un infierno, los compañeros caían abatidos, unos juntos a otros. Varios marineros optan por tirarse al mar y eso logra salvar la vida de tres de ellos.

Ven los explosivos

Una vez que sienten que ya ha pasado el peligro, Miguel Ángel, Manuel y Eusebio regresan al barco. Y allí se encuentran con el peor de los escenarios. Tratan de ver si queda alguien con vida y corren en busca de la radio lanzando desesperados SOS.

Para Manuel Hernández Marrero aquel momento fue uno de los peores de su vida. Abatido y cubierto de sangre se encuentra a su hermano. Lo abraza con fuerza. No quiere separarse de él. Pero aún no había terminado la pesadilla, junto a una de las camas descubren un amasijo de cables. Los terroristas habían dejado una bomba preparada para explotar. Miguel Ángel y Eusebio tienen que llevarse a Manuel. No tienen tiempo de hacer más y se meten en una de las balsas salvavidas del pesquero. Cuando se encontraban a una milla del Cruz del Mar, el barco explotó y se hundió en el fondo.

Con la muerte de Juan Suárez Rodríguez, Sebastián Cañada García, Agustín Hernández Marrero, José María Hernández Marrero, Amador Hernández Marrero, Rafael Salas Fernández y Alfredo Rodríguez Marrero no terminó ni mucho menos esta tragedia. Ellos dejaron detrás a familias enteras rotas y sin sustento.

En una de las crónicas posteriores a este suceso Soraya Suárez García, hija del cocinero del barco y prima del joven Sebastián Cañada, recuerda que entonces ella tenía apenas ocho años. Su madre estaba embarazada de pocos meses, y además tenía tres hijos más. Al drama de perder de esta forma a su padre, esta familia tiene que sobrevivir con las 24.000 pesetas que le concede el Estado, como cantidad estipulada para "accidentes de trabajo", ya que así se calificó durante años a este acto terrorista.