En Lanzarote se hace cierto el tópico de la eterna primavera. La más septentrional de las islas llamadas Afortunadas desde la antigüedad por su clima templado, se localiza a apenas 140 kilómetros de la costa africana y disfruta de una temperatura media anual de 21 grados. Su cuarteada piel volcánica, los extensos desiertos de malpaíses (fragmentos de coladas volcánicas) y los más de cien cráteres que socavan su superficie, otorgan al paisaje un colorido y una textura difíciles de olvidar.

El contraste de los ocres, rojos y negros de la tierra conejera con el intenso azul del mar que ciñe su costa es una invitación para los sentidos y motivo suficiente para escapar a la isla en cualquier momento del año.

Reserva de la Biosfera

La naturaleza se mantiene en buena parte de Lanzarote en su estado primigenio, razón por la que la UNESCO le otorgó en 1993 el título de Reserva de Biosfera. En el resto del territorio insular la mano del hombre ha intervenido con sabiduría y sentido estético, reforzando en ocasiones su belleza natural.

Es el caso de los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo, diseñados por César Manrique, a mediados del pasado siglo en grutas, canteras deterioradas e incluso en un castillo semiderruido, el mismo que hoy exhibe una importante colección de arte contemporáneo.

La casa que el artista construyó en varias burbujas volcánicas, convertida hoy en sede de la Fundación que lleva su nombre, es otra de las visitas obligadas para el turista inquieto y aficionado al arte y a la naturaleza.

Muchos años antes de que César utilizara las especies autóctonas para dar identidad y personalidad propia a las zonas verdes de sus proyectos urbanísticos y arquitectónicos, los agricultores de Lanzarote ya habían ajardinado la isla con sus peculiares sistemas de cultivo.

Una visita a La Geria

La zona vitícola de La Geria, un entramado de muros semicirculares que protegen cada viña del azote del viento, es ya un nombre propio en las guías de enoturismo internacional.

Porque no sólo el paisaje es único en el mundo;también lo es la cobertura de la tierra fértil con ceniza volcánica, que conserva la humedad nocturna durante las cálidas jornadas, y la utilización, todavía hoy, de camellos y asnos como animales de tiro durante la vendimia, dada la imposibilidad de mecanizar los cultivos.

En el norte, en las localidades de Guatiza y Mala, sobreviven con dificultades las verdes extensiones de tunera, una especie cactácea que alimenta en sus hojas la cochinilla, insecto del que se extrae el carmín. Aunque parte de este cultivo se fue abandonando progresivamente ante la tiránica competencia de los tintes químicos o de menos calidad, la vuelta al gusto por los productos naturales hace posible su recuperación.

La industria salinera pervive igualmente en algunos puntos del litoral, generando una producción sedimentada en los ritmos de antaño. En Janubio, las pequeñas piscinas de piedra volcánica abrazan charcos de los más sorprendentes tonos, en función del grado de concentración de la sal. A su lado, las montañas del blanco mineral esperan con paciencia de siglos para ser comercializadas en las tiendas y supermercados de la isla.

Pueblos blancos y playas negras, cielos eternamente azules, murales multicolores firmados por Manrique, viejas plateadas iluminadas en el plato por sus mojos, rojo y verde... Lanzarote ofrece tan amplia gama de tonalidades como de alternativas para el ocio y el disfrute vacacional.