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Guía submarina del Museo Atlántico de Lanzarote

El paseo invita a conservar los océanos y reflexionar sobre la crisis de los refugiados - Los jolateros y las nuevas tecnologías también se sumergen

Una pareja haciéndose un selfie con un teléfono móvil con La balsa de Lampedusa a sus espaldas es la siguiente parada Natasha Maksymenko

Si el arte pretende no dejar indiferente a nadie el Museo Atlántico de Lanzarote se sumerge de lleno en esa afirmación. La instalación de las primeras esculturas del artista británico Jason deCaires Taylor el pasado 31 de enero en la bahía de Las Coloradas, en Playa Blanca (Yaiza), dio la vuelta al mundo y llegó a más de 700 millones de personas, según el estudio que la agencia de comunicación internacional Porter Novelli ha elaborado para Promotur Turismo Canarias.

El espacio, único en sus características en Europa, además de ser concebido como un lugar para la conservación y educación ambiental y promover la defensa de los océanos, plantea en el contenido que ahora está a la vista en el arrecife artificial, una reflexión sobre el uso de las nuevas tecnologías y la crisis humanitaria de los refugiados, entre otros temas.

Hasta el momento se han instalado 60 de las 300 piezas escultóricas que se prevén estén colocadas a finales de este año a unos 12 metros de profundidad.

DeCaires y los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo, impulsores del Museo Atlántico, han propuesto a los buceadores un recorrido que se inicia en el conjunto Los Jolateros. Se trata de cinco barquillas con un niño en su interior cada una de ellas, que representan una de las tradiciones más populares de Arrecife: las embarcaciones realizadas con bidones de metal, un rudimentario objeto de diversión marinera de los más pequeños. DeCaires las convierte en una metáfora de un posible futuro para la población infantil, "marcado por la precariedad que supondría navegar con una chapa".

Entre dos siglos

La siguiente parada de la gran sala museística, que ocupará cuando esté terminada una superficie de 2.500 metros cuadrados, lleva a los visitantes a La balsa de Lampedusa. Casi dos siglos separan el famoso cuadro del pintor del Romanticismo francés Théodore Géricault Balsa de la Medusa (1819) en el que el artista reflejó de forma desgarradora el naufragio frente a las costas de Senegal de los pasajeros del Medusa, de los cuales solo sobrevivió un pequeño grupo, y otra tragedia contemporánea: la de los 366 refugiados de Somalia y Eritrea que en octubre de 2013 fallecieron cuando la barcaza en la que habían partido de Libia hacia Europa con, al menos, otras 155 personas a bordo se hundió frente la costa italiana de Lampedusa.

El escultor se inspiró en la obra de Géricault para hacer un paralelismo entre ambos episodios y concebir su propuesta sobre los refugiados. Navega entre la esperanza y los sueños trucados y a la vez es un reconocimiento hacia los que perdieron la vida en el Mediterráneo.

La amarga realidad de Lampedusa se convierte para otros en "un acontecimiento digno de ser registrado". Se refiere deCaires al conjunto escultórico Contenido: una pareja haciéndose un selfie (tercer punto del recorrido) con La balsa de Lampedusa a sus espaldas.

La cuarta mirada es El Rubicón, 35 figuras humanas que se dirigen hacia una puerta (aún no ha sido hundida y sería el quinto lugar del trayecto) que simboliza el límite entre dos realidades.

Los siguientes reclamos son Las esculturas híbridas, vegetación (cactus, dragos) que se fusiona con caras humanas y formarán parte de un gran jardín con una fuente, y la pareja Los fotógrafos (final del recorrido), un debate sobre el uso de las nuevas tecnologías y el vouyerismo y cuestiona la comercialización de los recursos naturales.

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