Manuel Fernández Hernández (1881-1936) era periodista en su Arrecife natal. Dirigió Cronista de Arrecife (1899-1900) y El Proletario (1902). Fue además colaborador del semanario majorero La Aurora (1900-1906), de los periódicos tinerfeños El Obrero (1900-1914) y El Progreso: diario republicano (1905-1932), así como de los lanzaroteños La Prensa (1903), Heraldo de Lanzarote (1902-1903) y La Voz de Lanzarote (1913 y 1917-1918).

Manuel fue, sobre todo, un activista comprometido con su ciudad y su isla. Encuadrado en el ala izquierda de los republicanos federalistas, dedicó sus principales esfuerzos a la creación y organización de la Sociedad Obrera de Arrecife (1902), de la que sería fundador y presidente.

En aquellos años el republicanismo había ganado peso y, a partir de 1900, se habían constituido sociedades obreras en Tenerife, Gran Canaria y La Palma. Como parte de la Asociación Obrera de Canarias, Manuel se desplaza a los actos de Primero de Mayo de 1902 en Santa Cruz de Tenerife. La principal reivindicación es el establecimiento de la jornada laboral de 8 horas. El ambiente y la visión interclasista de estos sectores republicanos es patente: a dichos actos acudieron las principales autoridades civiles y militares de Canarias, terminando con la entonación de La Marsellesa y con gritos de ¡Viva la Santa Libertad!, la misma proclama con la que, con unas semanas de diferencia, finalizaba Manuel el acto de constitución de la agrupación arrecifeña.

La Sociedad Obrera de Arrecife contó con su propio periódico, El Proletario (1902), dirigido por Manuel y que, según reportes de la época, pereció a los siete meses ahogado por las multas que le impusieron las autoridades locales. Se dedicaron a la alfabetización de los obreros, tarea en la que le apoyaron la Sociedad Democracia y personalidades como Tomás García Guerra e Isaac Viera.

A Manuel se le atribuye también la organización de una huelga de carpinteros en 1903, a la que se sumarían los marineros del puerto. Organizaría varios actos benéficos: a favor de las víctimas del incendio de Garafía, pero también para las Siervas de María. También sabemos de su activismo en defensa del periodista republicano José Nakens (llegando a organizar un mitin) y del entonces presidente de la Asociación Obrera de Canarias, José Cabrera Díez, así como de su apoyo a los candidatos republicanos en las elecciones. Sostendría también una campaña contra los juegos de azar y recibiría anónimos y pasquines en su contra.

En los escritos y documentos que se conservan de Manuel encontramos varios de los temas recurrentes del republicanismo canario de la época: la crítica al caciquismo, la queja por el mal gobierno y la falta de inversiones, la preocupación por la emigración, la defensa de las uniones obreras, la oposición a la división provincial del archipiélago canario y la crítica a los vicios y a las posiciones antiliberales del clero. En relación a esto último, a Manuel se le atribuyen las notas anónimas publicadas por el semanario madrileño El Motín (1881-1926) relatando en tono satírico anécdotas sobre el párroco de San Ginés, así como un artículo en el semanario La Aurora sobre la emancipación de la mujer, que firma con sus iniciales.

En los años siguientes las sociedades obreras languidecieron o desaparecieron. La actividad pública de Manuel siguió la misma tónica. Nuevos actores aparecieron en la izquierda canaria y el sindicalismo de clase tomó el relevo. Cuando se proclama la Segunda República, su tiempo de activismo ya ha pasado. Eso sí, es un histórico del republicanismo. Según se cuenta, durante la multitudinaria proclamación de la Segunda República en Arrecife nadie disponía de la bandera apropiada, hasta que apareció Manuel que, cómo no, guardaba una en su casa, izándose en el balcón del Cabildo.

Septiembre de 1936. Son momentos peligrosos para aquellos canarios con antecedentes izquierdistas. Decenas de personas han sido fusiladas o van a serlo en esas semanas. Comienzan las desapariciones. En los días en que Manuel Fernández es detenido y trasladado a Las Palmas se producen sucesos extraños en la ciudad. Diez dirigentes políticos y sindicales republicanos de Gran Canaria fueron reclamados y misteriosamente embarcados en el vapor Dómine, que realizaba la travesía Las Palmas-Vigo con 700 falangistas rumbo al frente, desapareciendo para siempre. Ahora sabemos que fueron asesinados en cuanto llegaron a Talavera de la Reina. También en esos días, un petardo explosivo estalla en la azotea del Hospital de San Martín sin objeto aparente. Poco después, diez ciudadanos de Las Palmas son detenidos por este hecho, conducidos al campo de concentración de La Isleta y vueltos a sacar para ser asesinados a la altura de los túneles de La Laja.

Para Manuel Fernández los riesgos eran evidentes. Se dice que fue detenido en Arrecife, portando propaganda que habría escrito contra los generales sublevados. Dado el clima de terror del momento y su escasa relevancia política entonces, es muy poco probable que Manuel estuviera implicado en acciones de resistencia organizada contra las nuevas autoridades. Tal vez la baja intensidad de la represión inicial en Lanzarote le hizo confiarse y expresar en público su rechazo hacia el nuevo estado de cosas. Tal vez se trató de una delación, por su pasado como histórico republicano. O simplemente fue fruto de la presión que ejercía el aparato represivo desde Las Palmas, que demandaba al delegado insular que detuviera a cualquier enemigo potencial.

El momento en el que Manuel llega a Las Palmas la represión es particularmente intensa. La propia concepción del campo de concentración de La Isleta constituye un crimen que no debe borrarse de nuestra memoria colectiva. Fue un campo de castigo, con permanentes palizas, latigazos, ingestas de aceite industrial, descomunales trabajos forzados y toda clase de torturas que hacía particularmente difícil la supervivencia. Según el registro de entradas y salidas, Manuel Fernández llegó al campo el 5 de octubre y falleció ese mismo día. Es la única constancia documental de su paso por el recinto. Sin embargo, contamos con dos relatos inéditos de antiguos presos que fueron testigos de su llegada y fallecimiento: por un lado, el de Antonio Junco Toral (Héroes de Chabola), y por otro, el de Francisco García y García (Campos Malditos). Esta es la descripción que hace el último:

"Apareció nuestro hombre por el Campamento ya anochecido. A las once lo sacaron de la tienda donde dormía. Le asestaron una formidable paliza. ¡De qué manera atormentada chillaba Don Manuel! A continuación, le hicieron tomar un purgante de ¡horror! aceite lubrificante. Como no podía tenerse en pie, lo dejaron tirado en un jergón. Amaneció muerto. Los compañeros inmediatos contaban que toda la noche estuvo exclamando: ¡Señor, qué he hecho; qué he hecho, Señor!"

La información disponible indica que Manuel llegó al campo el día 4 por la tarde, cuando ya estaba cerrada la oficina. Como muchos de los que ingresaban, a modo de recibimiento, fue sometido a torturas por parte de los llamados cabos de vara, que no eran otra cosa sino presos comunes o políticos arrepentidos que, por unas pocas prebendas (doble ración de comida, tabaco, etc.), estaban dispuestos a someter a los reclusos a toda clase de sevicias. Todo ello con el aliento y participación entusiasta del teniente Lázaro, los sargentos Marín y Bayón, comandada por un veterano de la guerra de África y de la represión de levantamientos obreros en la península, el capitán Nieto Ventura. Manuel no resistió las palizas que, según los testimonios, fueron de las más brutales. Murió en su primera noche. Su cadáver fue conducido al cementerio de Las Palmas y enterrado en una fosa común.

En los próximos días el Pleno del Ayuntamiento de Arrecife va a tratar una propuesta sobre este insigne conejero. Se propone otorgarle un título simbólico, como hijo predilecto, lo que supondría su primer reconocimiento público tras más de cuarenta años desde el final de la dictadura. La moción presentada por Somos Lanzarote reclama, además, el nombramiento de un espacio físico con su nombre.

Les corresponde a los representantes de los arrecifeños decidir si su vida y su martirio merecen permanecer en la memoria colectiva. Su vida, como ejemplo para las generaciones presentes y futuras; su martirio, como recuerdo de las páginas más terribles de nuestra historia, esas que nunca jamás deberán repetirse.