La historia de la Iglesia de San Ginés comienza en El Charco de su mismo nombre. Este cráter erosionado de volcán se llena y vacía de agua del mar a través de sus dos entradas naturales: El Pasadizo al este y la compuesta por La Puntilla e Islote del Francés al sureste.

La población aborigen maxie de Lanzarote se asienta en su orilla, donde pesca y marisquea, planta cebada y cuida el ganado de ovicápridos. Algunas piezas de la cultura material recogidas en El Charco fueron entregadas a Eduardo Hernández Pacheco en una de sus visitas de investigación geológica.

Diversos documentos escritos de naturaleza notarial, crónicas y de escribanías designan al Charco de San Ginés como lago, laguna, albufera, poceta, entre otros términos. Por ejemplo, hacia 1477, Diego García de Herrera lo denomina Charco y en 1590 Leonardo Torriani lo cita como Caldera. Un poco más tarde, a principios del siglo XVII y por su proximidad con el templo de San Ginés, al topónimo El Charco se le añade "de San Ginés".

Los primeros navegantes modernos que lo frecuentan que son de origen mallorquín, genovés, vizcaíno o catalán, y coinciden en alabar su posición estratégica, por ser tranquilo y seguro. Similares características las apuntan los capellanes de la conquista normanda y Enrique el Navegante, portugués que detentaba el monopolio de las exploraciones de la costa africana.

La sevillana autodenominaba "reina de las islas Canarias", Inés Peraza de las Casas, y su esposo Diego García de Herrera, nacido en la misma ciudad hispalense, desembarcan en Arrecife para tomar posesión del Señorío de Lanzarote que heredan tras su permuta acordada en 1445. Ambos castigaban y ejecutaban en Lanzarote a quienes se revelaban por sus desmanes. La presión ejercida por la población de la isla posibilita que los Reyes Católicos envíen al juez pesquisidor Esteban Pérez de Cábito, y en 1477 cambian de nuevo sus derechos de posesión con los Reyes Católicos.

En el S. XVI La Puntilla era un pequeño asentamiento marinero dotado de un muelle de madera denominado Baxo Guillén Baquín, y cuando Lanzarote se halla bajo la bandera portuguesa, se edifica en La Puntilla, La Plaza del Silencio o El Caserón de los Portugueses por orden del Gobernador Antao Gonçalves, navegante luso con el que Europa comienza el comercio esclavo en África subsahariana.

No sabemos en qué parte de La Puntilla se construye la Plaza del Silencio, pero sí que estaba cerca de la primigenia ermita de San Ginés construida antes de 1560 atendiendo a lo reseñado por Thomas Nichols. Probablemente se trate de una plaza fuerte o mansión gubernativa que con posteriormente la ocupa el matrimonio Inés Peraza y Diego G. de Herrera, y Pedro Fernández de Saavedra.

En ese entonces, la antigua ermita de San Ginés se deteriora rápido al inundarse con las subidas de las mareas y ser objeto de diversos ataques de corsarios, por lo que se le traslada a 68 pies de distancia, en un resalte rocoso y con la puerta principal de espaldas al Charco al que le dio nombre.

A los ataques de embarcaciones argelinas y bereberes se suman las holandesas e inglesas entre otras, hasta que las agresiones de corsarios finalizan a finales del siglo XVII.

El Charco de San Ginés acoge durante el invierno a las embarcaciones que navegan hacia América, especialmente durante los siglos XVII y XIX y Arrecife crece especialmente con el comercio de la barrilla, mientras que en la orilla de El Charco de San Ginés surge la Carpintería de Ribera. Estos acreditados carpinteros llegan a formar escuela y sus conocimientos permanecen hasta la actualidad sin un lugar apropiado para ejercer. Es en El Charco de San Ginés donde se perfecciona, se adoptan nuevas líneas maestras, se estilizan las formas y las naves ganan en velocidad. Desde otras islas canarias se reclaman las especialidades de determinados carpinteros de Ribera, que llegan a ser maestros en Boston, La Habana o Regla en la isla de Cuba.

Hacia la mitad del siglo XVIII la longitud de El Charco es de 660 m de largo por 325 de ancho, mientras que a principios del siglo XIX el fondo es de 4.75 en la parte central atendiendo a los datos del ingeniero Francisco Frías, quien indica que sus medidas varían a lo largo del año atendiendo a las mareas, pues sus aguas discurren por el "Echadero de los Camellos y más allá de Cuatro Esquinas llegando a veces a Las Salinas-La Vega, y aún cubría parte de los arrecifes hacia Matas Verdes-El Reducto." Dos décadas antes, sobre 1735 con motivo de la visita pastoral del obispo Dávila y Cárdenas alrededor de la ermita de San Ginés viven 28 vecinos, mientras que ascienden a 72, en 1776.

Hasta la década de los cincuenta del siglo XX El Charco estaba atravesado por una pared de piedra que discurría desde La Baja de la Puntilla hasta El Morro de la Elvira con un acceso central para las embarcaciones de pequeño calado. Esta pared permitía la práctica del embrosque o envarbasco, técnica de pesca practicada por la población aborigen.

Durante la confrontación bélica hispano-yanki se vive con temor la posibilidad de que Canarias sea invadida por América del Norte, por lo que el Estado propone construir una base naval en Canarias, situada en El Río, entre La Graciosa y Lanzarote, y en El Charco estaría la base de reparaciones del arsenal "cuyos terrenos podría adquirirse a muy bajo precio, previo el oportuno expediente de expropiación forzosa por causa de utilidad pública".

En 1902 se estima la necesidad de vaciar El Charco para convertirlo en mareta pública, al poder contener aproximadamente 100.000 m³ de agua. Asimismo en 1924 se proyecta convertirlo en parque municipal que "nada tendría que envidiarle a los hermosos de Santa Catalina y de San Telmo". En 1965 un proyecto municipal lo acorta para trazar solares, lo que posibilita a que por aquel entonces se refieren a El Charco como "la cloaca de San Ginés". También se propone que se cambie su denominación por el término Lago de San Ginés, pero no se consigue, al ser rechazado por quienes habitan en su entorno, personas foráneas y la prensa canaria, al igual que no prosperó la propuesta en la década de los setenta del siglo XX, del alcalde Rogelio Tenorio de rellenarlo para construir un aparcamiento de vehículos

Conocer y entender la historia es un paso importante para crecer y madurar y no solo envejecer. De esta pequeña historia no ofrecemos grandes datos, pero sí permite sorprendernos de propuestas que nos pueden ayudar a no errar en otras que se pueden ofrecer en la actualidad sobre este histórico lugar, germen de la ciudad y lugar querido por quienes lo conocemos a pesar de su pésimo grado de conservación.

María Antonia Perera Betancor. Arqueóloga y doctora en Prehistoria. Directora general de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias.