La pasión de la escritora Josefina Aldecoa por Lanzarote se inició justo en el momento en el que su marido, el también escritor Ignacio Aldecoa, le confesó que "había tocado el paraíso" tras pasar seis semanas en la isla de La Graciosa en 1961. Una particular relación amorosa que comenzó a afianzarse en la Semana Santa de 1978, cuando decidió junto a su hija Susana venir a partir de ese año durante estas fechas a pasar unas minivacaciones en la isla.

"Los colores de Lanzarote son los colores intactos del primer día de la creación". Josefina Aldecoa (que falleció el pasado 16 de marzo en Madrid a los 85 años) no dudó en expresar la admiración que sentía por la isla de los volcanes en un artículo que publicó en el diario El País en septiembre de 1999 titulado Lanzarote, el fuego oculto.

La escritora y pedagoga, autora de libros como Historia de una maestra, Los niños de la guerra o La fuerza del destino, definía a Lanzarote, isla que conocía muy bien por sus habituales estancias durante las vacaciones de Semana Santa, como "un laberinto de colores violetas, roques abatidos por el mar, arena roja, negras, amarillo dorado, carreteras lunares que conducen al interior hasta pueblos somnolientos y apacibles".

Una isla a la que le unía el amor que sintió por su marido. "Lanzarote es el último refugio para los inquietos de corazón" señalaba. El idilio con la isla que "tenía la luna más brillante del mundo", quedó reflejado en las páginas del libro El vergel (1988), una novela de amor que ella mismo reconoció que nació gracias a una historia que le contaron durante un almuerzo en el municipio de Haría y presenciar una casa al pasar por Yaiza.

Una postal de Lanzarote y un paisaje primigenio dominado por los volcanes, las palmeras y el mar forman parte de la trama de la novela. Josefina Rodríguez Álvarez quería seguir también los pasos de su marido por la isla, seguir las huellas del que fue su gran amor, con el que se casó en 1952 y del que tomó el el apellido de su marido.

En las calles de arena

Josefina sólo se acercó una vez hasta La Graciosa, el paraíso en el que se refugió su marido durante seis meses. Lo más cerca que había estado de la octava isla era hasta ese momento en lo alto del Risco de Famara, en el Mirador del Río que construyó César Manrique, y desde donde se divisa con toda su plenitud a La Graciosa.

El encuentro con las calles de arena que pisó su marido en La Graciosa tuvo lugar en mayo de 2001. "Me la encontré tal como la me imaginaba por las descripciones del libro y comentarios de Ignacio", confesó días después en una entrevista.

Un viaje al pasado que se había estado preparando desde el Ayuntamiento de Teguise con motivo de la designación del nombre del colegio de La Graciosa como Ignacio Aldecoa. La directora del Archivo Histórico de Teguise, Maruchi Rodríguez, señala que durante esa época la escritora mantuvo varias reuniones en el Archivo para buscar datos sobre La Graciosa especialmente relacionados con la época en la que su marido estuvo en Caleta del Sebo, para un libro que iba a escribir para el homenaje que le iba a dar la Fundación César Manrique.

"Tenía mucho interés en reivindicar la figura de Ignacio Aldecoa y que su nombre quedara reflejado en algún lugar de La Graciosa", señala. "Se notaba que era una persona muy dinámica y que le apasionaba todo lo que estaba relacionada con la figura de su esposo", recalca.