Luchamos mucho para tener esto". Juana Martín se asoma a la puerta de su casa construida hace medio siglo "piedra a piedra" por su marido. Al igual que este matrimonio, decenas de personas comenzaron a trasladarse a Las Coloradas a finales de los años 50 buscando una zona barata en donde levantar una vivienda y comenzar con sus familias una nueva vida.

En aquella época esta parte de la capital grancanaria estaba aún más alejada que ahora. "No había absolutamente nada, sólo tierra y tierra", recuerda Juana. "Los comienzos fueron muy duros. No teníamos ni agua, ni luz, ni alcantarillado, ni carreteras ni nada". Tuvieron que pasar cerca de 15 años para que los vecinos pudieran disfrutar de los servicios básicos, después de muchas protestas y manifestaciones dirigidas a los políticos de entonces.

Los más viejos del lugar que ahora pasean por unas calles asfaltadas y con aceras coinciden en explicar como nació Las Coloradas: "Con mucho, mucho trabajo". Lo que en otras zonas de la ciudad por aquellos años se consideraban servicios o dotaciones esenciales y normales, en este barrio era un sueño tener, por ejemplo, un pequeño parque en donde los pequeños jugaran por las tardes a la salida del colegio.

Los primeros que llegaron al barrio recuerdan que costaba 12.000 pesetas (72,12 euros) 120 metros cuadrados de terreno, 15.000 pesetas (90 euros) si daba a la esquina. Para diseñar las calles "mandaron a buscar a un maestro", responsable de la actual disposición simétrica de Las Coloradas, "algo que no tienen otros barrios de la ciudad", explican orgullosos los vecinos.

La mayoría de los recién llegados pagó unas 4.500 pesetas (27 euros) de entrada por cada parcela y luego mensualmente 125 pesetas (0,75 euros) hasta finalizar la compra. "En aquella época con poco dinero llenábamos dos carros enteros de comida. Ahora no da ni para una bolsa en el supermercado más barato", lamenta un vecino.

Este tipo de venta ha proporcionado más de un quebradero de cabeza a los habitantes de Las Coloradas. El 80% de los residentes se encontró con que años después no podían vender o transferir sus casas porque en teoría el suelo no es de ellos, según el Registro de la Propiedad. Éste sigue considerando como propietarios de casi todo el barrio a los antiguos dueños, que vendieron las parcelas a sus actuales habitantes hace 50 años.

Este error podría subsanarse con la firma de los antiguos propietarios, o la de sus herederos, que aún figuran en el Registro, pero según los residentes ponen éstos pegas y el proceso se va dilatando en el tiempo, además de costarles varios miles de euros.

El conflicto del suelo no sólo afecta a las viviendas, también a algunos espacios que se han habilitado para uso común, como la Escuela de fútbol UD Las Coloradas en la que entrenan nueve equipos. Además aquí se desarrollaban diferentes actividades dirigidas principalmente a la tercera edad y a los más jóvenes hasta que hace unos meses les cortaron el agua y la luz. Por ello piden que se aceleren las obras del local social, ubicado a la entrada del pueblo, que han sido paralizadas por problemas similares.

Mucho se ha avanzado a lo largo de este medio siglo, aunque "todavía queda por hacer", según Felipe Méndez, presidente de la asociación de vecinos Iguamira, que recuerda cómo a principios de los 60 de la pasada centuria había casas, pero "nada más". Los niños jugaban en las calles de tierra y piedras que se encharcaban cada vez que llovía.

"Lo pasamos muy mal. Íbamos con las barricas de vino a coger agua del mar que utilizábamos para ducharnos", recuerda. Por aquel entonces la cuba de agua no podía subir por la carretera de tierra aún sin asfaltar. Tiempo después consiguieron que llegara a todo el barrio. "Vivíamos como animales", asegura. Tampoco había luz eléctrica. Primero se alumbraban con carburo, luego con velas y petróleo hasta que llegó el gas.

Para llegar de la ciudad al barrio había una furgoneta que subía y bajaba a Nueva Isleta varias veces al día y por cuyo servicio se pagaba una peseta, aunque mucha gente subía y bajaba caminando. En 1973, siendo concejal Gregorio Fulgencio se asfaltó la carretera, lo que significó un gran avance. Ahora cuentan con un "buen" servicio de Guaguas Municipales con una frecuencia de cada 20 minutos.

Juana Martín era una de las que subían y bajaban caminando por aquella carretera de tierra cargando en su cabeza un caldero. Llevaba la comida a su marido, "un gran luchador", que pasó meses construyendo su casa "con sus propias manos".

La iglesia también la hicieron los habitantes del barrio a principios de los 60. "Juntábamos latas, botellas y cartones y los vendíamos para sacar dinero para poder construirla", explica Méndez. "En esos días se contaba la gente a dedo, ahora somos cerca de 5.000 personas", añade. "Éramos todos gente humilde y trabajadora".