Niños de teta, echando sus primeros pasos, aprendiendo a hablar, en edad de preguntar y hasta adolescentes colapsaron ayer la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en compañía de mamás, papás, abuelos, tíos y primos para ver de cerca a los Reyes Magos. Sus majestades, que habían llegado por la mañana al puerto de La Luz desde Oriente, no pararon de recoger cartas de última hora durante todo el recorrido real.

Más de 200.000 personas, según las estimaciones de la Policía Local, se echaron a la calle para acompañar a los Magos desde el Castillo de La Luz al parque de San Telmo. "Hay más gente que nunca" aseguraron, aunque por lo escuchado ayer en las islas eso también ocurrió en otros rincones de Gran Canaria, de Lanzarote y de Fuerteventura.

El desfile fue como un preludio de Carnaval. Carmen Herrero, ataviada de gallina, y con sus tres polluelos, Alejandro, Raúl y Héctor, había bajado desde Moya para poner humor a la cabalgata porque asegura que de chica pasó "mucha hambre". "Llevo participando toda la vida en el desfile y lo haré hasta que me muera", aseguraba. Volverá a bajar para las Carnestolendas. "Lo haré con mi hija, para la que estoy preparando un disfraz de huevo. No sabe nada", afirmaba entre risas.

No había nada más que ver a la legión de romanos que abría el cortejo. En vez de saludar con el tradicional Ave, César, entonaban el ¡Hola, Don Pepito!, ¡Hola, Don José!, de los populares payasos de la tele. Y, por supuesto, observar el ritmo que llevaba la carroza del belén viviente, que a son de bachata, animaba al público congregado con el villancico Hacia Belén va una burra, rin, rin.

CORTEJO. Ruth Rodríguez, de 22 años, se estrenaba por primera vez como paje real del Melchor. Ha tenido enchufe porque conoce a una amiga de la Casa de Galicia. "Me llamaron porque faltaba uno en la comitiva", dice. Ella se enteró tarde de dónde venían los Reyes. "Es que dejaba comida y se la comían. Pero tanta compra me hizo sospechar, además, me lo dijeron en el cole", dice esta estudiante de Educación Infantil.

Joan Gustavo, de cuatro años, aún desconoce esta historia. Mira asustado a Baltasar a lomos de su camello. Ha venido con sus papás, su hermano Yeramay, de seis años, y Kendara, de ocho meses, al desfile. "Le asusta todo", dice su mamá, Nieves Jiménez, que está deseando que termine la fiesta. "Ya tienen preparado el agua para los camellos, la hierba y los cereales habituales de la dieta para los Reyes", añade.

Nieves Saavedra, de 83 años, está sentadita y arropada. No sabe si los Reyes se acordarán de ella, pero hoy vive esta tarde mágica con su familia. Su biznieta, Mari Nieves, de diez años, ha pedido sólo dos cosas a los Reyes Magos. "Es que estamos en crisis", asegura.

Unos metros más allá, la familia Artiles, de La Isleta, ondea su pancarta de ¡Baltasar, nuestro rey! No es ninguna proclama real sino que están en contra de Papá Noel. Pero Baltasar, ante tanto griterío, no repara en el grupo. "365 días siendo fieles a Baltasar para esto", dice uno de los componentes del grupo.

Cientos de papás y mamás hacen pesas esta tarde sin ir al gimnasio mientras pasa el cortejo. Los bebés se alzan en volandas, se cuelgan en el cuello, se sostienen en brazos, se alongan en las ventanas mientras cientos de carritos de niños se abandonan en las aceras. Todos quieren recoger caramelos, ver de cerca a Magos, hacerse fotos y, por supuesto, entregar su carta.

Isidro Medina, paje de Baltasar, sigue recogiendo cientos de ellas. No han parado en toda la tarde. "También chupas, pañales y biberones", dice. Es su tercer año como ayudante real y toda su familia se ha implicado en llevar ilusión a chicos y grandes. Isidro conversa con un pequeño al que ha dejado anonadado. "Le he dicho que le llegara la wifi que ha pedido. Tenía miedo de que no fuera así porque ha entregado tarde la carta", dice.

Cuando era chico no era paje real pero también sabía lo que le dejaban los Reyes. "Mis padres tenían una tienda en La Aldea y cuando se iban llevando los juguetes yo ya sabía lo que me iba a caer ese año", cuenta. Hoy, recuerda, aquella bicicleta "sin frenos" que intentó parar descalzo en una cuesta.

En esta tarde de locura colectiva, de nervios, de griterío, hasta Aitor, de un mes y 21 días, vive en brazos de su mamá su primera noche mágica.