Para Marcos la vida no ha sido nada fácil. Trabajador de la construcción, camarero y recepcionista, hace unos años que las drogas le torcieron la vida y le llevaron a la cárcel una temporada. Cuando salió hace unos meses del talego, el panorama era casi peor que cuándo entró. Sin trabajo y con antecedentes, pocas puertas se le abrieron y por si fuera poco se ve obligado a vivir en casa de su padre con otros dos hermanos. Ninguno de los tres tiene trabajo o ayuda económica alguna, sólo la paga de 420 euros del paro por ex recluso de Marcos da para comprar algo de comida en esa casa. "Yo nunca he robado, tuve un problema con las drogas del que me estoy medicando y trabajo de aparcacoches para ayudar a mi familia a comer", cuenta el gorrilla en una calle de Arenales.

Aunque el caso de Marcos roza la marginalidad social, comerciantes y vigilantes de la ciudad coinciden en reconocer que sí hay un nuevo perfil del mendigo. "Aquí viene un señor bien vestido desde los últimos 15 días que dice que ya no cobra el paro y nos pide la comida que sobra de manera muy educada", cuenta la empleada de un conocido local de comidas preparadas de León y Castillo. "Aquí viene de vez en cuando una señora muy mayor a pedirme un pan porque no tiene para comer, y hasta a la puerta de mi casa, en Jinámar, han tocado para pedirme comida hace poco, mejor eso que robar", afirma Vanessa, encargada de una panadería de Triana.

En un conocido supermercado de la misma zona el vigilante asegura que estos nuevos mendigos son casi habituales. "Un compañero pilló a un niño que casi se cae intentando sacar un cartón de leche caducada del contenedor del súper; lo había mandado la madre porque a ella le daba vergüenza y al final la directora del centro le regaló unos cartones de leche", afirma.