Pura química. Es salitre que llega a los metales y que se alía con el oxígeno para crear el óxido férrico. Y precisamente salitre, en el norte de Gran Canaria, con una costa batiente, lo hay para oxidar todo lo que tenga un tornillo. Como la pasarela para peatones que se encontraba hasta hace poco entre el albergue insular y la granja del Cabildo y que tuvo que ser desmontada, sin recuperación posible. Desde hace meses quedó impracticable para dar paso a un surrealista proceso de movilidad. Aquellos alumnos que viven en dirección Norte tienen que coger una guagua para cruzar la carretera. La toman allí, se bajan en Tinoca, un par de kilómetros más hacia la capital, cruzan por el paso aéreo que allí si ha resistido y esperan en la parada de enfrente a que venga su transporte definitivo.

Ayer mismo se iniciaba la reposición de esta infraestructura que costará 120.000 euros y que tiene un plazo de ejecución de dos meses.

Luego será el turno del puente de El Rincón, terminado en 1993, y que diez años después ya necesitó una inversión millonaria para que no se le cayeran las tuercas.

Ahora le toca otro gran alicatado. En ambos lados se fresará toda la superficie hasta llegar a los huesos del tablero. Para combatir el marismo no se ahorra en materiales. Primero una membrana de impermeabilización compuesta con alquitranes mezclados con cauchos sintéticos y resinas. De manta: una lámina geotextil de polipropileno. Una vez hecha la cama, se le acolcha con cinco centímetros de hormigón bituminoso ya por fin la capa de rodadura, de otros tres centímetros de espesor.

Además se repintará y adecentará la infraestructura, dado que, como opina el consejero de Obras Públicas del Cabildo, Carlos Sánchez, "se trata de la cancela de entrada del norte a la capital de la Isla".

Sánchez también apuntaba otro problema estético por resolver. El de los túneles de la Avenida Marítima, absolutamente desconchados, y cuyo revestimiento, por 1.600.000 euros, se encuentra en contratación. En ellos se instalarán unas placas de material plástico -otra vez el salitre-, y lo más asépticos posible para no distraer a los miles de conductores que lo utilizan.