La brisa fría que venía del mar no había sido capaz de serenar los caldeados ánimos de los trabajadores del Puerto, aquella mañana del miércoles 15 de noviembre de 1911, cuando se corrió la voz de que habían "hecho preso" a José Franchy Roca. La noticia corrió como una polvareda por toda La Isleta y aquellos obreros, aún encolerizados por la rotura de una urna en Molino de Viento que obligó a repetir los comicios municipales del domingo anterior, se agruparon en la salida del Puerto. Allí, dando gritos a favor de Franchy Roca, su líder, y dedicando un amplio repertorio de insultos contra Fernando León y Castillo, el patriarca, el cacique, llegó otro rumor que decía que al primero de los políticos, ya preso, le habían dado una paliza. Poco faltó para que prendiera la llama y el pueblo, los obreros del Puerto y muchas de sus esposas, echaron a andar hacia el colegio electoral de Molino de Viento donde se volvía a votar.

Aquella marcha de seis kilómetros a pie y en tartana por la carretera del Puerto (lo que hoy es, precisamente, la calle León y Castillo), sería la última para seis de aquellos obreros que pedían justicia. El próximo martes se cumplen los 100 años de un suceso que conmovió los cimientos de la capital grancanaria recién estrenado el siglo XX, la muerte a tiros a manos de la Guardia Civil de seis obreros del Puerto que protestaban ante un colegio electoral, una tragedia conocida como los sucesos de Molino de Viento y que aún estremeció a muchas almas en la ciudad en los tiempos de la II República.

En la actualidad, cuando los habitantes de la misma capital sólo piensan en encontrar un trabajo o cómo llegar a fin de mes, un grupo de isleteros y amantes de la historia recupera para la memoria colectiva este suceso. La Tertulia Isletera, con Juan Peña a su cabeza, conmemora el centenario del luctuoso hecho con una serie de eventos que comienzan este lunes con conferencias y exposiciones por toda la ciudad y que tendrá como punto álgido la ofrenda floral que se realizará el sábado 19 ante la tumba de los seis obreros enterrados en el cementerio de Las Palmas (Vegueta). El fin último de esta iniciativa es recoger firmas que presentar ante el Ayuntamiento para que reconozca el mérito de los asesinados y les dedique seis calles en La Isleta, como ya ostentaron hasta el golpe de estado de 1936. "Nuestra ciudad actual se ha construido también con el sacrificio de anónimos héroes civiles como aquellos seis obreros portuarios asesinados vilmente", asegura Peña.

Avisados de que una marcha obrera de casi mil almas se acercaba a Arenales, los guardias civiles que custodiaban el colegio electoral situado en la calle La Marina (paralela a lo que hoy es Luis Doreste Silva), se ponen nerviosos. Los manda un altivo teniente de apellido Abella. El teniente va a caballo y ordena formar una doble hilera de guardias en el cruce con Carvajal para evitar que "la turba" entre al colegio electoral.

Mientras, los obreros siguen su paso hacia Arenales. Pasan junto a las mansiones de madera del barrio inglés, junto al hotel Metropole y sus ladrillos rojos, ven, un poco más lejos, el lujoso hotel Santa Catalina. Por el camino siguen los rumores. Ahora se dice que Franchy Roca está bien, que todo ha sido un invento de los leonistas para desestabilizar. En 1911, desgraciadamente, las pugnas entre liberales (León y Castillo) y los republicanos federales (Franchy Roca) se resolvían a golpes y alguna vez, a tiros.

Cuando la masa obrera llega hasta Carvajal les impide el paso la Guardia Civil, lo que encrespa más los ánimos. Queda un minuto para las cuatro de la tarde, la hora de cierre del colegio, y un elector se queda fuera por segundos. Protesta airadamente y los guardias lo echan a empujones del colegio. Es la gota que calma el vaso. Alguien grita "¡libertad!" y los más excitados se dirigen a la playa de callaos junto a La Marina. Las piedras vuelan hacia los guardias. El teniente, el único a caballo, es blanco predilecto. Un callao le da en el brazo y el orgulloso militar ordena abrir fuego. Él mismo descarga su revolver sobre una despavorida masa de trabajadores que corre por las calles del barrio y huye hacia La Isleta. En el suelo dejan a cuatro compañeros muertos y otros dos muy malheridos.

Cuando ya no queda nadie, Abella ordena alto el fuego y se guarda la pistola. Entre los guardias no hay herido alguno.