Joan, de 74 años, cuidó hasta el pasado mes de mayo a su madre, de 97 años, postrada en una cama tras ser operada de una prótesis de cadera. Ambos estaban enfermos y convivían en un bajo húmedo del barrio de Arenales donde se acumulaba la basura. Conchita se mantenía más lúcida y le recordaba a su hijo los medicamentos y las horas de las consultas, mientras que él la limpiaba y la movilizaba cuando era necesario. El pasado mes de mayo, gracias a la insistencia de los profesionales del centro de salud Canalejas, la madre fue trasladada a la Residencia de El Pino, pero Joan sigue hoy día encerrado en su casa, en la que acumula trastos. Los cuartos están llenos de cajas y de ropa tirada, la cocina llena de platos y sartenes sin lavar y el baño prácticamente inservible.

"Tengo toda la documentación entregada, pero la cosa se está retrasando. Me gustaría ir a una residencia porque solo no me puedo valer bien. No quiero vivir así", reconoce Joan, elegantemente vestido para recibir a LA PROVINCIA / DLP ayer. Son los vecinos los que vigilan y cuidan a este canario que está distanciado desde hace años de su familia. Joan es diabético, hipertenso y sufre vértigos, pérdida de memoria, desorientación y síndrome de Diógenes. Tiene que pincharse y medicarse cada día, por lo que necesita un seguimiento. Hace dos semanas se confundió con las pastillas y los vecinos tuvieron que llevarlo a Urgencias por una sobredosis.

"Mejores amigos es imposible. Mi familia son mis vecinos. Están conmigo noche y día para ir al médico. No podría vivir sin ellos", agradece Joan a los que se han convertido en sus ojos, su cabeza y sus manos. La Cruz Roja le lleva la comida "calentita" cada día y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria manda a una trabajadora dos horas a la semana, pero no es suficiente.

"Se le descompensan los niveles de azúcar. Hay que recordarle que tiene que ir al centro de salud, se desorienta, se cae, no se toma la medicación o se confunde, tiene problemas digestivos y guarda la insulina en una nevera que no funciona", explica Gara Alemán, una vecina que acude a verle con frecuencia, al igual que lo hace un matrimonio que vive enfrente. "No le pasa nada porque siempre uno de nosotros llega, pero él necesita una atención continua. Su situación empeora día a día, desde que se fue su madre se ha ido agravando. Como esté un par de días sin pincharse insulina puede ser fatal", añade.

Hace meses que ha pedido plaza en una residencia gestionada por el Cabildo de Gran Canaria, ha sido valorado por especialistas del servicio de Dependencia, llevado un informe a la Fiscalía y puesto en contacto con el Diputado del Común, pero el día en que finalmente pueda estar tranquilo y acompañado no llega.