La cita es a las diez en punto y el auditorio la esquina de Nicolás Estévanez con Grau Bassas. Allí, en el tercer piso de los apartamentos Marmoral, Bengt Buskas interpreta sus melodías cada vez que viene a la capital de vacaciones. Hoy, por ser su último día de estancia, ofrecerá dos solos de trompeta.

El concierto se interrumpe hasta el próximo año, cuando Bengt, de 73 años de edad, y su mujer, Birgitta, vuelvan de vacaciones a Gran Canaria. "Posiblemente en febrero o marzo", cuenta esta pareja que desde hace 25 años es fiel a la isla, aunque apenas sepan decir dos palabras en español.

Desde esa fecha y siempre que regresan a la capital, Bengt -trompetista en una orquesta aunque ahora está jubilado- se levanta cada mañana e interpreta la primera melodía que se le pasa por la cabeza desde la ventana de los apartamentos, a los que también son fieles desde hace más de una década. Y, por supuesto, a la misma planta. Aquí ha hecho amigos y no es raro verle en los oficios religiosos de la iglesia escandinava.

Tan sólo en dos ocasiones ha tenido algún problema con la policía y con un vecino de enfrente. "Me encanta sentir al público. Toco con el corazón y llego al corazón de la gente; es recíproco", dice este músico, que ha recorrido medio mundo gracias a su trompeta y que toca en los sitios y a las personas más insospechadas como a un grupo de agricultoras vietnamitas mientras plantaban arroz.

Una afición que curiosamente no practica en su ciudad -Karlstad- porque asegura que allí hace "demasiado frío" para entonar una melodía desde las alturas.

"En mi país lo que me gusta es pescar. Voy con mi mujer; que es mejor pescador que yo", explica Bengt, quien asegura que la trompeta es su "segunda mujer". Gracias a ella se conocieron en un salón de baile.