"¿Quién me iba a decir que 45 años más tarde -casualmente en el mismo sitio, aunque más alto- al salir jubilado lloraría de pena en mi casa, por dejar mis muelles tan queridos, a los que había consagrado toda una vida?". Esta frase, recogida de uno de los capítulos que escribió Federico Silva Caballero en la publicación El Eco de Canarias durante la década de los 70, resume la sensación de tristeza inicial y el cariño final de su vida laboral en los muelles de Las Palmas, donde sirvió durante casi cinco décadas. En estos escritos relató las vicisitudes y describió a muchos personajes que conoció durante este periodo.

La ilusión del cabo Silva -como lo conocían, incluso cuando ejercía de contramaestre jefe- era ser maquinista. Ingresó en unos talleres para prepararse como tal, aunque finalmente, y a pesar de sus preferencias, su trabajo se centró en el peritaje de fundición. Tras la fuerte competencia de compañías extranjeras del sector, las empresas canarias se vieron obligadas a despedir a trabajadores, entre ellos a Federico Silva Caballero.

Un compañero de su equipo de fútbol le comentó que había leído en la Junta de Obras de los Puertos de La Luz y Las Palmas -actual Autoridad Portuaria- un anuncio de oposiciones para una plaza de guardamuelles. Se presentó y la sacó ante 17 opositores. De esta manera comienza, en 1927, una vida de servicio a los muelles.

Su función era vigilar un solar donde estaban instalados los talleres, la cuadra de los animales y los depósitos de agua, entre otros. Como indicó en estos capítulos que escribió una vez retirado, el comienzo fue "muy duro" debido al reglamento interior que detallaba normas estrictas relacionadas con las faltas al trabajo, la disciplina y el aseo diario. Ya en 1931, teniendo como director a Antonio Artiles, estas medidas se suavizaron y con el paso de los años el número de empleados aumentó al igual que mejoraron las condiciones.

Federico Silva Caballero fue testigo del progreso del Puerto de La Luz. Destacó la "preciosa y señorial" marquesina del muelle Santa Catalina; las casas consignatarias, como la compañía Elder; o las decenas de gabarras y aljibes que merodeaban por los alrededores de los muelles.

El deporte también estuvo presente en su vida en el Puerto. Los partidos de fútbol se convirtieron en una cita indispensable. Los capitanes de los transportes ingleses los organizaban y tomaron tanta importancia que fueron conocidos en la misma Gran Bretaña.

En 1928 el volumen de trabajo era desproporcionado ya que sólo eran tres guardamuelles ante la gran llegada de buques. Todo este esfuerzo, por ocho pesetas. Entre las anécdotas, el cabo Silva describió aquella en la que "tras 11 horas de trabajo y cansados, las novias nos acusaban de desamor porque no íbamos a verlas a diario".

La pesca se convirtió en un sector de mayor envergadura y se crearon muchos puestos de trabajo. Las cajas de pescado eran el objetivo de los raterillos, detrás de los cuales corrieron más de una vez los guardamuelles. Pero no era fácil localizarlos debido a la escasa luz que había en el Puerto en aquellos años.

Silva Caballero presenció la construcción del dique del Generalísimo, obra que estuvo rodeada de polémica por las opiniones que se generaron en relación al ancho que debía tener. Posteriormente, se construyó el muelle pesquero, a donde se trasladó la flota pesquera, y por ella, los inevitables rateros. Las grandes colas que se formaban los días de embarque de frutos fueron motivo para que la Junta aprobase la construcción del muelle frutero -actual Base Naval-.

El guardamuelles Silva aludió a la comunicación entre los transportistas y demás trabajadores, como el símbolo del "dedo", cuando las compañías manifestaban la necesidad de personal y señalaban a quién quería para que les proporcionase ayuda. Pascual Maciá fue "uno de los mejores encargados de muelles", según concretó Silva. Llevó ideas propias para agilizar las cargas y descargas.

Más adelante, la maquinaria llegó a los muelles canarios. Así, prestaba apoyo a los empleados para facilitar sus labores. Los transportistas, los remolcadores y los prácticos también fueron mencionados en los episodios. El cabo Silva destacó el Puerto de Las Palmas como uno de los más rápidos del mundo en el suministro de petróleos; conoció el trabajo de los intérpretes; trató a los vigilantes de los muelles, entre ellos a Bocacielo, "el más simpático y querido por todos". También contó el especial cuidado que los empleados del Puerto dieron a los jardines. Entendía a los cambulloneros, los definía como "buenas personas, con un corazón de oro". Como Manuel González, uno de los más jóvenes pero que muchas veces ganaba a sus compañeros de oficio. Y Mingoro, que dio mucho trabajo a Silva. Más de cien cambulloneros -o compradores- llegaron a tener entre rejas en la Inspección de Policía, cuyo delito "era entrar clandestinamente en el muelle". Para Federico Silva, "eran los personajes más simpáticos de la profesión por su forma de trabajar". Por otro lado, el cabo Silva vivió varios sucesos, como el choque del vapor inglés City or Hull o algún incendio.

Era un hombre al que no le gustaba defraudar. Con más de 70 años aprendió a montar en motocicleta para hacer las rondas a petición de la dirección. Cuando se jubiló, siendo contramaestre jefe, no quería pisar aquel escenario por los recuerdos que le traían. Uno de sus hijos lo intentó engañar, pero se volvieron a casa ante la negativa de Silva Caballero. El Puerto fue su vida.

Un hombre honrado

Federico Silva Caballero ingresó en 1927 como guardamuelles en el Puerto de La Luz . Durante los 45 años de servicio ascendió y ocupó diversos cargos. Cuando se jubiló era contramaestre jefe de servicio de policía y vigilancia. Realizó una gran labor y recibió premios por ello. Un hombre honrado y enamorado de su profesión. Entre las historias más comentadas predomina aquella de un pasajero del buque Alcántara, a quien se le perdió la cartera con mucho dinero en ella. El cabo Silva la entregó en la comisaría, y cuando el hombre se enteró de que la habían encontrado, lloraba de alegría. Asimismo, una vez retirado, recibió una carta del ministro de Obras Públicas del momento, el cual aprovechó para felicitarlo por los homenajes que recibió durante su carrera. El nombre del gobernante era, casualmente, Federico Silva Muñoz. Ambos se habían conocido previamente en una visita del ministro a la Junta de Obras del Puerto de Las Palmas. Pero esta no fue la única coincidencia, pues compartían más homónimos entre otros miembros de la familia.