La alta demanda de hielo para conservar el pescado recién capturado de finales de los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado animó a los empresarios Lloret y Llinares, dueños de varias conserveras en la zona de El Rincón, a edificar una fábrica de hielo junto al lugar donde, precisamente, se concentraban los pedidos, el Puerto.

El lugar elegido fue un solar junto a la sede de la Organización de Trabajadores Portuarios (OTP), levantada en 1948 sobre el viejo campo de fútbol del Victoria y propiedad de la Junta de Obras del Puerto, antecedente de la Autoridad Portuaria. La Fábrica de Hielo del Puerto se erigió como la versión moderna de la vieja factoría de hielo situada junto a Franchy Roca en lo que ahora es el aparcamiento SABA, una industria que desapareció al poco de abrir sus puertas la de La Isleta.

Esta nueva fábrica dio trabajo a casi un centenar de empleados, muchos de ellos isleteros. Es el caso de Domingo López, a punto de cumplir los 70 años. "Yo entré a trabajar con 17 años, en 1959, y me fui cuando cerraron, a principios de los años 80 porque los barcos ya llevaban frigoríficos propios", relata el jubilado.

Según cuenta López, el hielo se hacía llenando de agua unos depósitos que luego se sumergían en agua de mar a la que se añadía más sal para que no se congelara. "Esos depósitos iban dando vueltas y se les daba frío hasta que se congelaban y se sacaba el hielo", relata. Ese hielo salía convertido en barras que luego se trituraba y se vendía a los pesqueros. "También se vendía el hielo en barras a un señor que tenía una furgoneta y los vendía casa por casa", asegura López, "no se olvide de que en aquella época poca gente podía permitirse una nevera o un frigorífico y por eso compraban hielo para mantener la comida".

Otro uso que se le daba al hielo le permitía sacar unas pesetas a los jóvenes del barrio. "Muchos chiquillos, incluso gente ya mayor, compraban una barra entera a la que luego le sacaban lascas con una rascadera en la misma calle, ese hielo lo metían en un vaso. le echaban en un colorante y lo vendían a la gente como una especie de granizada".

Domingo López sólo tiene buenos recuerdos de su paso por aquella fábrica y confía en que vuelva a abrir como centro cultural. "Me gustaría volver a verla abierta, aunque me lleven con muletas".