El viernes 24 de noviembre de 1933 amerizó en el Puerto de La Luz un hidroavión que pilotaba el más famoso aviador de aquellos tiempos y, en mi opinión, el piloto más internacional que ha existido: Charles A. Lindbergh? Hace casi 80 años que Gran Canaria recibió al entonces coronel Lindbergh y a su esposa, Anne Spencer Morrow, hija del embajador de Estados Unidos en Méjico.

Ahora que nuestra ciudad, la más pujante y cosmopolita de Canarias, trata de recuperar el protagonismo turístico que tuvo allá por los años 60 y 70 del pasado siglo, podría considerar algunos aspectos atractivos que si bien son simples y sencillos y de coste ínfimo, pueden alcanzar un carácter de cierto impacto cultural e histórico para nuestros visitantes y para nosotros recuperar un patrimonio olvidado: me refiero a la posibilidad de que el aviador Lindbergh posea una titulación en el callejero de la ciudad y, en este sentido, la Organización del Centenario de la Aviación en Canarias así lo ha solicitado formalmente y también al municipio de Ingenio de clara vocación aeronáutica (tenemos referencias de la buena disposición, y sensibilidad de nuestros ayuntamientos ante estas peticiones). Aprovecho esta ocasión (lo que a continuación sigue no tiene nada que ver con la aviación) para recuperar aquella idea que se tuvo de colocar una placa de recuerdo a una de las más famosas e internacionales escritoras de todos los tiempos, Agatha Christie, en la trasera del entonces Hotel Metropole y que ahora se encuentra triste, abandonada y olvidada y solo visible para los que acceden a las oficinas del ayuntamiento por la puerta trasera, ¿no se podría relanzar esa placa y colocarla en otro lugar, quizás en la puerta principal?, voy más allá, ¿no se merecería un lugar en nuestro callejero? Son dos personajes que aquí estuvieron y que darían realce a nuestra cultura y aumentar ese cosmopolitismo del que hacemos gala.

Dejo estos temas para adentrarme en nuestra historia aeronáutica a través de Lindbergh que, junto a su esposa Anne, que ejercía como navegante (también era piloto), planeó y llevó a cabo un vuelo de miles de millas por tres continentes haciendo escala en una veintena de países. Esta gran travesía comenzó a principios de julio de 1933 en Nueva York para finalizar en esta misma capital en diciembre.

Por circunstancias de mal tiempo, las condiciones del mar en la Madera no eran apropiadas para amarar, Lindbergh, que conocía de referencias las características de nuestros aeropuertos marítimos, se dirigió a Gran Canaria. Ya por entonces, La Luz y bahía de Gando, eran buenas referencias en los ambientes aeronáuticos. El impacto de la llegada de este aviador a la Ciudad fue tremenda: había llegado el piloto que cruzó el Atlántico Norte (20/21 mayo, 1927) por primera vez, en solitario, sin escalas, en un monomotor sin apenas medios (no llevaba paracaídas, ni radio, ni sextante y solo cinco sándwiches de jamón y pollo y dos cantimploras de agua... todo ello para evitar peso).

Una sesión plenaria del cabildo se suspendió para recibir al célebre aviador, cuyo hidroavión el Lockheed Sirius, fue remolcado por el práctico del puerto (no quiso cobrarle ese trabajo) y fondeado frente al varadero de Coppa (García de Celis). Fue recibido también por el cónsul de Estados Unidos, periodistas y un gran gentío.

Al parecer, Lindbergh, muy discreto y comedido, rehusaba todo tipo de fiestas y agasajos, se dedicaba por completo a su hidroavión, a ponerlo a punto para su próxima escala. El matrimonio se alojó en el Metropole, como en su día hiciera la autora de Miss Marple y trece problemas y Anne, su esposa, recorría la ciudad y realizaba algunas compras, se encontró en una "inesperadamente importante ciudad".

Muy de mañana, el domingo 26, la pareja de aviadores emprendió vuelo y sobrevolando la bahía de Gando y el ya aeropuerto nacional del mismo nombre, envió Lindbergh al presidente del Cabildo, señor Alonso, un telegrama en el que le manifestaba las magníficas condiciones que reunían para la aviación los lugares descritos.

La vida de este aviador, que nació el 4 de febrero de 1902, en Detroit, está colmada de hechos trascendentes, emotivos, tristes, arriesgados y accidentados. De acróbata aéreo llegó a general de brigada y consejero del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, obtuvo el Premio Pulitzer de 1954 por su libro El Águila Solitaria, convertida en película con el nombre El Espíritu de San Luis (1957) y que ha sido proyectada recientemente en el Aula de Cine de nuestra Universidad como un acto más de la celebración de este Centenario de nuestra aviación. En 1931, precisamente con el Sirius que llegó a Canarias dos años después, el matrimonio Lindbergh voló a China siendo los primeros aviadores que consiguieron tal hazaña. Poco después, este matrimonio, que tuvo seis hijos, sufrió el secuestro y posterior asesinato de su primogénito de veinte meses de edad? suceso y tragedia que marcaría al famoso aviador y a su esposa.

Siendo verdaderamente la aviación la pasión de Lindbergh, había dos cosas que este aviador consideró de importancia vital y a ello le dedicó tiempo y esfuerzo: su amor por la biología (entre 1933 y 1935 colaboró con el francés A. Carrel en el desarrollo del primer corazón artificial) y su interés por la naturaleza, dedicándose a su protección a partir de los años de 1950, dirigiendo sus acciones a África y Filipinas.

Continuando con el plan de vida que el destino le marcó, Lindbergh, enfermó de cáncer, falleciendo en Hawái, como fue su deseo, el 26 de agosto de 1974.

Sirvan estos apuntes sobre Lindbergh para recordar su estancia entre nosotros, en los tiempos en los que nuestra aviación daba sus primeros vuelos serios y Gran Canaria servía de proyección y lanzadera al mundo. Un hecho más, una secuencia de nuestra historia aeronáutica en estos prolegómenos de los 100 años de la aviación en Canarias, cuyo primer vuelo se dio en aquel Llano de Guanarteme, la tarde del miércoles 30 de abril de 1913, a las 16.30 horas: Garnier y su Bleriot XI, junto al aerostero Jaime Company, habían iniciado esta crónica, cuya importancia, en su desarrollo a través de estos 100 años, ha sido trascendental para Gran Canaria y, en general, para todo el archipiélago canario que, tal como es, no lo sería sin el avión.

(*) Manuel Ramos Almenara, coordinador general de las VI Jornadas Aeronáuticas de Gran Canaria y Centenario.