Allá por 1951, con tan solo 14 años, Ernesto Pérez Reyes comenzó a desarrollar sus habilidades comerciales gracias a la confianza que su concuño, Vicente Aguilar, depositó en él. Con el paso de las primaveras, logró abrir varias tiendas en la ciudad bajo el nombre de Ernest. La primera de todas ellas, situada en la confluencia de Bravo Murillo con Canalejas, ha bajado el precio de sus últimos productos para cerrar definitivamente sus puertas. La crisis ha sido un factor determinante para que esta familia se decida por esta medida. Del imperio familiar permanecen hoy en día funcionando los dos locales ubicados en las calles Peregrina y Malteses, dedicados a la moda y a los artículos de regalo.

"Vicente fue un hombre extraordinario, no he encontrado a una persona igual". Con estas palabras resume Ernesto la personalidad de su cuñado, quien apostó por él siendo prácticamente un niño. Durante muchos años trabajaron de manera conjunta y la habilidad que mostró Pérez convenció a Vicente para fundar entre ambos una sociedad: Aguilar y Pérez. La relación personal entre ambos no se enturbió, ya que no se produjo ninguna tensión entre estos comerciantes que supieron buscarse la vida y progresar con el negocio. La honradez y el esfuerzo continuo fueron las claves de su éxito.

La verdadera pasión de Ernesto era el fútbol. Llegó a ejercer de capitán del equipo juvenil de la Unión Deportiva Las Palmas, pero una lesión de rodilla le obligó a abandonar los terrenos de juego. Por ello, se decantó en exclusiva por las labores como comerciante.

Reuniones con proveedores o visitas a ferias eran algunos de los motivos por los que no dejaba de viajar. Incluso, estando en la fase de recuperación tras la operación de la articulación afectada, se trasladaba a la Península para hacerse con los mejores artículos.

Vicente y Ernesto comenzaron a abrir tienda tras tienda bajo el marco de su sociedad. Las calles 29 de Abril, Pedro Infinito, Ferreras, Juan Rejón y Miller Bajo fueron algunos de los puntos capitalinos que albergaron sus negocios.

Familia implicada

Posteriormente, nació Moda Actual, un comercio de ropa dirigido entre ambos y en el que también figuraba el nombre de la madre de Ernesto, Lorenza. Sin embargo, Vicente se hizo mayor y el grueso de la empresa recaía sobre Pérez. "Ha sido siempre un trabajador serio y honrado", detalla María Luisa Domínguez, su mujer, para argumentar el esfuerzo empleado por su marido para labrarse el negocio.

Más adelante, se disolvió Aguilar y Pérez y Ernesto creó Ernest, una marca de renombre que supuso un boom en sus inicios. El primer local lo abrió en el espacio situado en la esquina de las vías de Bravo Murillo y Canalejas, el que actualmente cierra sus puertas. Fue su hermano, Santiago, quien se enteró de que el establecimiento estaba disponible ya que hasta el momento era un concesionario de la compañía Bradley Brothers -previamente había sido una casa de socorro-. Era una oficina donde se exponían coches y se prestaba el servicio de repuestos. Ernesto la adaptó y realizó las obras necesarias, entre ellas, diseñó una barandilla de madera y unas escaleras donde antes había una plataforma giratoria desde la que se exhibían los vehículos.

Su hijo, Ernesto, recuerda cómo en los primeros años los clientes aguardaban en una cola para entrar por turnos al local. "Teníamos que controlar la entrada y salida de personas", señala, debido a la fama de la que gozaban sus productos.

A este comercio le siguieron las aperturas en otros emplazamientos que supusieron actos memorables en la historia profesional de esta familia empresarial: por un lado, en el primer centro comercial de la ciudad, Las Arenas, y seguidamente en el segundo, La Ballena. Más adelante, también abrieron Ernest en las calles Travieso, Francisco Gourie, General Vives, y donde actualmente siguen en activo, en las vías Malteses y Peregrina.

Parte de su éxito recaía en una de las marcas que comercializaban: la firma británica Fred Perry, de la que tuvieron la exclusividad durante 17 años. Interesados en ella viajaban desde otras islas e incluso desde la Península para hacerse con alguna de estas prendas. Daba igual el color o la talla del producto, todo se vendía.

El éxito traspasaba fronteras y Ernesto se hizo popular. Tanto, que recuerda una anécdota de cuando se encontraba en uno de sus viajes: "Estando en el avión, una de las azafatas reconoció que yo era el que vendía Fred Perry en Ernest", apunta Pérez Reyes. Esta situación le sucedió en varias ocasiones, ya que se hizo muy conocido.

Los viajes que realizaba por motivos de trabajo le permitieron conocer a una diversidad de personas. De hecho, Ernesto asegura que hoy en día mantiene el contacto con muchas de ellas.

El local de Bravo Murillo cuenta con tres plantas y unos 1.200 metros de extensión. Sus propietarios han decidido cerrarlo debido a la actual coyuntura económica. "Es perder lo nuestro, ha sido un punto de encuentro de la familia", asevera María Luisa, ya que tanto los hijos como los nietos tomaban el negocio como lugar de reunión.

"Siempre he sido muy feliz", cuenta Pérez, a pesar de "quedarme hasta las doce de la noche o la una de la mañana trabajando", confiesa. "Quien es comerciante lo lleva tan dentro... Es un cambio de vida", agrega, para referirse al fin de una etapa de su vida, que tanto le ha reportado y por la que tanto ha dado. A partir de ahora, serán sus descendientes quienes se encarguen de la gestión de los dos negocios que permanecen de Ernest.