Antonio Aday Henríquez Sosa ingresó en prisión preventiva el 22 de noviembre de 2010. Uno de los niños a los que presuntamente había violado varias veces le contó a su madre el 10 de octubre de aquel año lo que le estaba pasando. "Llegué de trabajar y el estaba esperándome", relató ella durante la vista en la que Henríquez fue enjuiciado por delitos de agresión y abuso sexual. "Eran las doce y media y al verme me dijo que le habían pasado una serie de cosas y me pregunto si podíamos hablar. Entramos en mi dormitorio y allí me contó, mientras miraba al suelo, que Aday le había estado haciendo cosas".

Henríquez abandonó la cárcel antes de que se cumpliesen los dos meses, el 18 de enero de 2011. Antes de que se cumpliese un año de su paso por presidio salió por la puerta del Aeropuerto de Gran Canaria. Su madre le abrazó nada más verle sano y salvo. Había sobrevivido al naufragio del Costa Concordia, el crucero que el viernes 13 de enero de 2012 chocó contra unas rocas cerca de la isla de Giglio (Italia) y en el que fallecieron 32 personas y 4198 fueron evacuadas.

El acusado de agredir sexualmente a un menor, abusar de otro y corromper a un tercero, declaró a LA PROVINCIA / DLP a su llegada a la Isla que él era un gran crucerista porque había realizado siete travesías más durante sus 27 años de vida e incluso aseguró que volvería a embarcarse, que no le había cogido miedo a los barcos por el naufragio.

Sin embargo, casi un año y medio después de pisar la isla de Giglio tras abandonar el crucero en un bote salvavidas ha sido enjuiciado por los hechos por los que fue detenido a finales de 2010; las penas que han solicitado para él las acusaciones particulares y el Ministerio Público son llamativas por lo cuantiosas que son. Hasta 110 años de prisión y 85.000 euros como indemnización repartidos de distinta forma entre cada una de las presuntas víctimas.

Durante la vista oral, que se celebró en la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Las Palmas, se mostró sarcástico con las declaraciones de los jóvenes que le acusaban de haber sido objeto de agresiones sexuales. Se reía y gesticulaba con incredulidad ante lo que escuchaba.

Se le veía igual de asombrado que aquel 15 de junio de 2012, cuando relató a sus parientes en el Aeropuerto de Gran Canaria que no se creía que el capitán del Costa Concordia, Francesco Schettino, hubiese abandonado el barco tras la colisión contra las rocas.