Por su aspecto nadie diría que ha pasado el siglo y mucho menos que ha sorteado a la guadaña seis años más. Aurelia Szilagyi Nemeth celebraba ayer su cumpleaños tan sorprendida como los demás por su longevidad en el Hogar de Ancianos de Nuestra Señora del Pino, en Tafira, a donde llegó hace seis años a punto de cruzar el umbral del más allá, tras una caída.

Aurelia sonreía ayer a las palabras de cariño que le decían sor Carmen, la monja encargada de la planta donde reside, y de su sobrina Adriana, uno de los familiares más directos que le quedan a esta mujer de origen húngaro, sin hijos. "Hasta hace un año se daba sus cremas en la cara y hacía ejercicio con las piernas", comentaba sor Carmen, que tiene bajo su responsabilidad a 65 mujeres ancianas en la primera planta de este centro de mayores, gestionado por las carmelitas, y sorprendida también porque Aurelia haya rebasado con creces el siglo. "Pero ninguna como ella. Tengo a mujeres de 99, 98 años, pero ninguna centenaria".

Aurelia observaba sentada el pequeño revuelo que su cumpleaños causaba a los presentes, que le habían obsequiado una gran tarta de chocolate, colonias y cremas ya que, según asegura su sobrina, con la que ha convivido desde que ésta nació, "siempre fue muy coqueta". Tanto es así que se sorprendía de su propia imagen al acercarle un espejo.

Pero rebasar tantas décadas tiene un coste añadido, a pesar la tez satinada con la que Aurelia engaña a los que la conocen por primera vez. Aunque de salud está bien; apenas toma un par de pastillas a diario, su movilidad se ha visto reducida de la cama al sillón, come todo pasado por el pasapuré y apenas habla. Poco que ver con la mujer que fue hace unas décadas. Nos lo cuenta su sobrina Adriana, orgullosa de que su tía, con la que habla en húngaro, celebre este longevo aniversario.

Ella es la encargada de contar la historia de vida de Aurelia Szilagyi Nemeth, marcada por las dos guerras mundiales. En la Primera, perdió a su padre, y, en la Segunda, huyó de su país; primero a Austria y después a Argentina, donde vivió gran parte de su madurez junto a la familia de Adriana antes de regresar de nuevo a su país y más tarde a España.

"Su madre enviudó muy joven, ya que su padre murió en la Primera Guerra Mundial. Le concedieron un estanco de loterías para sacar adelante a sus cinco hijos", relata Adriana, quien se está encargando de la asistencia y atención de los últimos años de la centenaria.

Emigrante

La familia, que residía en Budapest; donde también nació Aurelia, vivía con holgura y sin problemas hasta la ocupación del país por Alemania en 1944 y el estallido de la II Guerra Mundial. Fue entonces cuando Aurelia decidió huir de su país junto a su hermano Cornelio -padre de Adriana- su mujer y un sobrino. "Se marcharon a Austria pensando en que aquello acabaría pronto, pero al pasar el año y ver que la Guerra no terminaba decidieron irse a Argentina", cuenta la sobrina, que pone de imagen para este tramo de la historia de su tía Aurelia a la película de Roberto Benigni, la oscarizada La vida es bella (1997), para describir que la familia salió de Hungría a Austria en "carros llenos de paja".

"Mi tía los acompañó a Buenos Aires y allí trabajó con mi padre en el restaurante húngaro que montó como tantos emigrantes que llegaban a Argentina", prosigue Adriana, quien revela que Aurelia ejerció en muchos momentos de madre de sus hermanos y de ella, ya que los horrores de la II Guerra Mundial hicieron mella en el estado de salud de su madre.

En el restaurante, Aurelia ejerció de jefa de cocina "porque cocinaba estupendamente" y se olvidó de buscar novio. "Era muy guapa, pero muy tímida. Mi padre recordaba siempre que de joven le gustaba mucho bailar, pero que era tan tímida que apenas la sacaban a la pista", añade su sobrina, quien cree que la atención que dedicó a su familia la impidió crear la suya propia.

Aurelia, sin embargo, pasó por la vicaría décadas más tarde, cuando ya bien entrado los 70 años se casó con un cuñado por "conveniencia". "Había muerto su hermana y regresó a Hungría; se casó con su cuñado para que le quedará una pensión, pero no por amor", añade.

Tras fallecer su compañero, Adriana se hizo cargo de su tía, ya que ya no le quedaban familiares en su país de origen. Desde hace más de veinte años vive con ella en España, aunque a Canarias no se trasladaron hasta los años 90.

Los homenajes al cuerpo y a la vida que Aurelia se ha permitido en su trayectoria vital para alcanzar los 106 años han sido ser "una sibarita a la hora de comer, tomar café después del almuerzo y, un gin tonic a media tarde".

Una caída fortuita le hizo ingresar hace seis años en el Hogar de Ancianos de Nuestra Señora del Pino "muy malita" y allí sigue desde entonces. "Siempre nos da las gracias", explicaba ayer sor Carmen, con la que se entiende a la perfección, mientras confirmaba que el calor de estos días la tiene alicaída. "¿Estás contenta?", le preguntaban la monja y su sobrina mientras le acercaban una tarta de chocolate y sus correspondientes velas de cumpleaños. "106", le recalcaban. Aurelia sorprendida, daba las gracias a la concurrencia con una sonrisa.