Es verdad que las reglas de estilo dictan que en la redacción periodística no deben usarse palabras consideradas comúnmente como malsonantes, pero no lo es menos que las mismas prescriben claridad en el contenido, facilitar al lector una comprensión del texto inmediata. Así que, sin más circunloquios, demos paso a la Casa del Coño, uno de los edificios emblemáticos de Las Palmas, cuyo nombre popular, el objeto de este reportaje, tiene el valor de un fósil lingüístico. Nacido a la vez que el inmueble, en 1955, este topónimo es un indicador de la percepción del paisaje urbano que tenían los habitantes de aquel tiempo.

Construido por Fermín Suárez Valido, uno de los arquitectos de referencia de la modernidad en Las Palmas (su obra emblemática es la gasolinera DISA, en la confluencia del paseo de Tomás Morales y la calle Senador Castillo Olivares), la Casa del Coño llamó en su momento la atención de los ciudadanos por su volumen: ocupa la totalidad de la manzana entre las calles León y Castillo, Luis Antúnez, Pi y Margall y Barcelona y tiene doce pisos, al punto de que muchos exclamaban al verlo levantarse "¡Coño! ¡Vaya edificio!" Entonces el barrio de Alcaravaneras era un área con viviendas de una o dos plantas, algún edificio algo más elevado, como la factoría de manufactura de tabaco La Flor Isleña, y no mucho más. Aún no existía la Avenida Marítima, a la que ahora la Casa del Coño se asoma desde el tramo paralelo de León y Castillo, ni habían irrumpido tantos edificios que la sobrepasan en altura y volumen, y, ni mucho menos, se había producido la explosión urbana de Las Palmas, que llegaría en la década siguiente.

No es éste el único edificio de Fermín Suárez Valido rebautizado popularmente. Si en este caso el hecho de haberlo renombrado puede apuntar a la mera sorpresa de unos, lo mismo que al rechazo de otros, en el de otra obra estupenda suya, el Edificio España de Schamann, conocido también como Muro de la Vergüenza por su efecto de pantalla ante los deficientes bloques del polígono Martín Freire, la motivación es inequívoca.

Las ciudades son espacios cubiertos de nombres, pero estos en su mayoría responden al capricho o a los compromisos de alcaldes y corporaciones municipales. Esta dimensión intangible, especialmente evidente en lo que a la denominación de las calles se refiere, es una de las más nítidas de entre las cada vez más evanescentes líneas divisorias entre lo urbano y lo rural. De ahí el valor de nombres motivados como éste de Casa del Coño que, más allá de la anécdota, más o menos simpática, más o menos nostálgica, constituyen una puerta de acceso directo al espesor de la memoria colectiva.

Taxistas, viandantes, vecinos que quieren dar un punto de referencia y hasta inmobiliarias que se anuncian en la red, en el habla común se impuso hace tiempo el nombre popular del gran inmueble de Alcaravaneras. Es verdad que, como recuerda un enorme cartel en la entrada, éste tiene también un nombre oficial: Edificio José Antonio, por José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange Española. Pero ahora que resurge en Europa el fascismo, ahora que reaparece este espectro que se daba por enterrado en el basurero de la historia, ahora más que nunca quizá mejor usar el acogedor de Casa del Coño, que el nombre de aquel que preconizaba "la dialéctica de los puños y las pistolas" y que viene a ser como gritar: "¡Se sienten, coño!"