Para algunos, fue el fin de una injusticia; para otros, un gran coste para la reconstrucción de un país dividido. La caída del Muro de Berlín, hace hoy ya 25 años, significó la desaparición del último símbolo de la Guerra Fría y abrió la puerta a la reunificación de las dos Alemanias con Europa: la República Federal Alemana (RFA) o bloque del Oeste, donde imperaba el capitalismo, y la República Democrática Alemana (RDA) o bloque del Este, dominada por el comunismo. Como en el resto del país, durante el mes de octubre la capital grancanaria se ha sumado a la celebración de la efeméride en tres de los principales centros educativos de alemán: el Colegio Oficial Alemán y el Colegio Heidelberg, y en la Escuela Oficial de Idiomas. Varios ciudadanos germanos, afincados en la Isla, vivieron ese momento trascendental para la historia europea del siglo XX desde ambos lados de la fortificación.

Natural de Stuttgart, al sur de Alemania, pero canariona de adopción, Susanne Bothmann, de 53 años, trabaja como profesora de alemán en el Colegio Heidelberg, en Barranco Seco, desde hace casi tres décadas. La histórica noche del derrumbe del Berliner Mauer (muro de Berlín), el 9 de noviembre de 1989, Susanne estaba ya en Gran Canaria, embarazada de su primer hijo, y recuerda con sumo detalle ese momento, como si el tiempo se hubiera congelado. Por aquel entonces tenía 28 años y estaba participando en la constitución de la Asociación Canaria de Germanistas con otros compañeros. El acontecimiento le pilló por sorpresa. "Estaba en casa con mi marido viendo las noticias y me quedé boquiabierta y emocionada, fue precioso. Había imágenes en la tele de la gente traspasando el muro en nuestro lado occidental, esperando con copas de champán, flores y abrazando a los que venían, se me llenaban los ojos de lágrimas de lo emocionante que era", afirma Bothmann, que nació en el bloque occidental en 1961, justo cuando se levantó el muro por orden de las autoridades comunistas de la RDA, con el pretexto de protección antifascista, pero pretendían evitar la llamada "fuga de cerebros", para que los científicos, artistas, y demás ciudadanos no emigraran a la RFA. Susanne creció en un país fragmentado en dos, donde los alemanes del Este tenían prohibido el paso al bloque capitalista, pero no a la inversa para los ciudadanos occidentales. "Siempre estudié que había dos Alemanias, para mí eso era la realidad normal, y además toda mi infancia viví la Guerra Fría, ni se nos ocurría pensar que esto iba a terminar", señala la profesora de alemán.

Bothmann percibió el contraste socioeconómico entre ambos bloques cuando un día visitó los museos ubicados en el Berlín Este. "Me impresionó muchísimo, porque yo venía de un país capitalista, lleno de colores de escaparates de tiendas, de publicidad, y pasé a una ciudad donde había unos monumentos impresionantes, pero no todo aquello, nosotros íbamos vestidos de rojo, azul, amarillo, y ellos de gris y de marrón", relata Bothmann.

Bothmann no tenía familiares al otro lado del muro, en el Este, pero sí amigos entre las miles de personas que pudieron emigrar a otros países en el verano de 1989, en un contexto de movilizaciones contra el régimen soviético de Erich Honecker.

Protestas en verano del 89

"Gracias a la Perestroika [reforma económica de Mijaíl Gorbachov], los países del Este, como Hungría y Checoslovaquia, empezaron a abrir sus fronteras, entonces la gente de Alemania del Este dejó todo, su casa y sus recuerdos, y se fueron allí, para luego poder a acceder a Austria, y de ahí a Alemania occidental, para emprender una nueva vida", explica Bothmann, que considera que esa huida masiva y el grito de libertad desde el Este precipitó el fin de la separación. La defensa del muro de Berlín, de unos 50 kilómetros de largo y más de tres metros de alto, era tan férrea que saltarlo era misión imposible e incluso mortal: detonación de minas, alarmas, tendido de alambre espinado, perros policía, torres de vigilancia, entre otras medidas fronterizas. "Sobre todo los soldados estaban adiestrados para matar a cualquiera de la zona", afirma Bothmann, que tiene amigos cercanos que aún guardan un trocito de muro.

Reunificación

"Para nosotros es el final de una gran injusticia y de una época dolorosa, pero no todos los alemanes estaban contentos con la situación porque la reunificación costó carísima entonces para reconstruir la RDA, que se había quedado muy atrás, y muchas de sus empresas por desgracia tuvieron que cerrar porque no pudieron mantener la competitividad con las occidentales y allí se creó paro, cosa que no existía antes", apunta Bothmann, que tiene una visión positiva de la caída. "Fue un sueño, no le veo nada negativo", afirma.

Acuñada con el término de Die Wende (El Cambio), la apertura del muro y la reunificación casi un año después tuvo un coste para las arcas de la Alemania occidental. Según el diario digital Deutsche Welle, la República Federal Alemana (RFA) invirtió ingentes cantidades de dinero en la RDA, unos dos billones de euros, de los que un 65% se destinó a temas sociales, y 300.000 millones de euros reforzaron las infraestructuras.

Por su parte, Thorsten Heinsohn, un consultor financiero alemán ya jubilado y afincado en Las Canteras desde hace tres años, vivió este hito histórico por la televisión desde Múnich en 1989. Para él fue "un gran final" y evoca una frase de Willy Brandt, un antiguo canciller del gobierno de la RFA, que decía: "Nun wächst zusammen, was zusammen gehört" ("Ahora está creciendo junto lo que pertenece a todos"). Heinsohn, natural de Bremerhaven y alumno de español de la Escuela Oficial de Idiomas (EOI) de la capital grancanaria, afirma que el muro fue "ambivalente": para los ciudadanos del este, no supuso ninguna ventaja, y para los occidentales, significó pagar con sus impuestos la reconstrucción de otro país (RDA).

Asimismo, Peter Hubertus Kleine, nacido en Coburgo, al norte de Baviera hace 55 años, vivió también los acontecimientos en la distancia, pero de forma muy intensa. No dio crédito cuando saltó la noticia mientras estaba en un bar de Bruselas, en un periodo de prácticas como profesor de alemán. "Me estaba despidiendo de unos amigos, y un cliente del bar, que no conocía, entró gritando que el muro de Berlín habría caído y que en este momento masas de berlineses del Este estarían marchándose al Oeste. Entonces el dueño del bar puso la radio para confirmar la noticia y todos lo escuchamos y yo compré una ronda de cañas para los amigos, brindamos e hicimos la fiesta", evoca Kleine, que también estudia español en la EOI desde hace casi un lustro.

Este profesor de alemán llegó a su ciudad natal al día siguiente de la caída del muro, donde la gente del Este que se acercó hasta allí no paraba de exclamar 'unvorstellbar', (increíble'). Brindó con unos amigos y unas botellas de champán y chocolate en uno de los puestos de control "ya permeables" y al día siguiente regresó a Berlín. "Mi casa estaba a unos 100 metros de la 'Oberbaumbrücke', que era uno de los checkpoints. En Berlín Oeste uno casi no se podía desplazar por toda la gente del Este que estaba. Fue casi imposible entrar en una tienda, banco o biblioteca pública", detalla Kleine. "Para ellos todo era nuevo y tenían que habituarse rápido a las cosas sofisticadas del capitalismo: coches, seguros, la letra pequeña de contratos,... Esto ya no fue fácil y a veces los del Oeste se aprovecharon de la inexperiencia", añade.

Kleine señala que "la caída del muro fue el acto visible del fin del comunismo y del bipolarismo en el mundo", pero se muestra crítico con el triunfo del capitalismo. "Desde entonces ha aumentado mucho la diferencia entre los pobres y los ricos, no parece que haya alguien que pare este desarrollo lamentable", asegura Klein.

Felicidad en el Este

Mientras tanto, en el bloque del Este, Barbra Schenk, profesora de alemán y ruso, de 61 años, y docente en el Colegio Oficial Alemán de Las Palmas desde hace ocho, también siguió en la distancia este hito histórico. Regresaba a su residencia de Klütz (norte de Alemania) de una reunión con sus compañeros de trabajo en un colegio de Wismar, por las protestas sociales que se estaban produciendo contra el régimen comunista. Cuando llegó a su casa, sus dos hijas le comunicaron la noticia: "Mamá, las fronteras están abiertas". "Encendimos la tele y no me podía mover, no entendía nada, no podía dormir", explica emocionada Schenk, que tenía entonces 36 años.

Pese a la falta de liberta de expresión, de variedad de ropa y alimentos, que había en el bloque Este donde vivía, Schenk se queda con el lado positivo. "Con poco vivía feliz, tenía a mi familia, en mi juventud tuve buena educación, buenos amigos, y hacíamos excursiones dentro de Alemania del Este", asegura Schenk, que en ningún caso justifica la construcción del muro para atrapar a ciudadanos, como el cantautor y poeta alemán Wolf Biermann, pero lo vivió con resignación. "No me gustaba la situación, pero la aceptaba, no había otra posibilidad, y discutíamos con la gente de confianza qué podíamos hacer para cambiar las cosas", explica la docente de alemán.

Asimismo, Schenk apunta que los rápidos cambios socioeconómicos que provocó la caída del muro resultaron un obstáculo para mucha gente en el bloque del Este, ancianos, personas a las puertas de la jubilación, gente que no estaba preparada. "Ya tenían libertad, pero había paro, y sin dinero, ¿adónde podían viajar? Fue todo demasiado rápido", indica Schenk, que evoca aquellos 100 marcos alemanes que el bloque Oeste dio a cada uno de los ciudadanos del Este para darles la bienvenida. Guarda una anécdota de un famoso ginecólogo, Von Maltzahn, encarcelado en los años 70 tras su intento de cruzar la frontera al norte de Alemania. "Las alumnas y sus madres estaban tristes porque dijeron: 'se fue y es el que mejor conoce nuestro cuerpo".