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Fiestas Fundacionales Hijo Predilecto

Antonio González: "En el año 1995 monté la primera rotativa comercial de toda Canarias"

"Pensaba que con una imprenta de mano y haciendo estampas benditas me ganaba la vida, pero erré"

Antonio González, ayer en su empresa con una caja de tipos antigua. SANTI BLANCO

Recibe el título por su labor como empresario, ¿en qué cree que ha contribuido a esta ciudad?

¡Uff! (ríe), no lo sé. Posiblemente quien lo debería de decir son las demás personas. Pero el haber empezado en el año 1978, yo solo, y que en 2015 tenga una treintena de empleados, que no he hecho reducción de plantilla, que cuando se me ha ido un empleado o por desgracia he tenido que quitarlo, siempre he tratado de cubrir el puesto, y que no les he rebajado el sueldo con esta crisis aún en detrimento de mis beneficios, todo eso me enorgullece. Esa trayectoria de ir creciendo poco a poco tanto en el ámbito cultural como comercial imagino que ha podido contribuir. He trabajado con la Universidad, el Museo Canario, la administración pública, empresas de la capital y he colaborado contra el cáncer, con los niños con problemas, con todo aquel que lo ha necesitado. No sé si habrá sido por eso. Si soy sincero, por montar una empresa no, porque, al fin y al cabo, se hace para hacer negocio.

Contento, pues.

Por supuesto, muy agradecido. Me siento muy orgulloso de que pueda representar a mi ciudad como Hijo Predilecto. Se lo merecen tanto mi mujer como mis hijos, que han estado siempre conmigo. Y, como se suele decir y parece un tópico, después de un gran hombre hay una gran mujer. Y la prueba de ello es que mis hijos trabajan conmigo, también un hermano, mi nuera, un cuñado y un sobrino. La empresa ha sido muy familiar y eso también la ha mantenido. Siempre hemos intentado poner gente nueva y crear escuela porque en Canarias no había rotativas. También me gustaría que este premio lo compartieran mis amigos, que he visto que tengo bastantes, y las personas anónimas que me han elegido. Me acuerdo de mis padres, sobre todo mi padre, que al comenzar en el oficio le dije que dejaba la imprenta y me dijo: tú vas a ser impresor.

¿Cómo se inició en el oficio?

Empecé a trabajar de casualidad en la imprenta Cabrera en 1962 como aprendiz. Vivía en San Juan y el dueño le dijo a su madre, que también viví allí, si no habría un chiquillo del barrio que quisiera hacer los mandados, los recados. Habló con mis padres y empecé en Los Salesianos, donde ellos tenían la empresa; para mí la mejor formación que había entonces porque enseñaban a ser carpintero, mecánico, fontanero, electricista, sastre. Ellos compraron una parte de la imprenta y en octubre nos fuimos a Guanarteme, a la plaza del Pilar. En 1965, como los amigos ya comenzaban a trabajar en los hoteles por el turismo y había buenas propinas casi lo dejo, pero mi padre me insistió en que continuara porque, por lo visto, tenía previsto que yo fuera impresor (ríe), y no se equivocó. Y seguí; trabajé después en varias imprentas, por lo menos en siete u ocho. Es que era un poco rebelde y no me doblegaba ante nada y a más de uno le dije que su dinero se lo guardara. No sé si tenía cualidades pero nunca dejé de trabajar. Me iba de un sitio a otro para intentar mejorar y que me mejorarán, y no me fue mal. También fui monitor del Psiquiátrica en 1979 y, la verdad, si no hubiera ido a trabajar allí, no hubiera conseguido tanto.

¿Enseñó el oficio?

Sí. No sólo había una imprenta sino también una carpintería. Que me perdonen, pero entonces mi primer pensamiento fue que aquello era de locos por dejarles manejar tantas herramientas, aunque las personas que había eran alcohólicas y gente muy controlada. Fue un tiempo muy bueno, me ayudó a sobrevivir.

¿Y qué fue lo que le lanzó a convertirse en empresario?

En el 75, Sabera echó a la mitad de la gente y a algunos los indemnizó con maquinaria y a otros con dinero. Seis compañeros se unieron y yo me fui con ellos. A algunos nos les gustaba que yo estuviera al frente, aunque en las últimas empresas en las que había trabajado lo llevaba yo casi todo. Me aparte de la gestión pero ya mi cabeza comenzó a bullir, a buscar máquinas de segunda mano, y por medio de un amigo y de un hermano conseguí un local en Las Majadillas, con el piso de tierra y las puertas de tablones de las obras, y allí me fui en 1978. Ese fue el punto de partida. Pensaba: si estos toletes están con una imprenta, yo con una máquina de mano me gano la vida haciendo estampas benditas y de boda. Pero me equivoqué, gracias al Psiquiátrico, a que encontré una Minerva de segunda mano que se había prendido fuego en una empresa y que le puse el motor de una lavadora para funcionar, empecé a despuntar. Y a que me fueron entrando trabajos gracias a los amigos que trabajaban en oficinas y que cogía las porquerías que nadie quería de El Corte Inglés, porque entonces venía todo de la Península. Esa potencia de El Corte Inglés y de otros clientes me empujaron a poder montar una imprenta en los años 90 con máquinas de dos y cuatro colores. Y en el 95 monté la primera rotativa comercial de Canarias.

¿Qué le ha caracterizado como empresario?

Quizás la virtud o la suerte de adaptarme a todo y a todos. Igual que hablo con el que trae las cajas que con un notario o el dueño de un local. He tratado a la gente más como personas que como clientes porque estos van y vienen. Otros han sido fieles pero más por amistad porque la competencia en el sector es bestial y no se entiende.

En los años del Franquismo tener una imprenta era algo muy serio ¿tuvo alguna anécdota con la propaganda política?

En 1978, en las elecciones generales, cogí la plica del Gobierno Civil para hacer todas las papeletas -36 millones- . La entonces Alianza Popular me pidió que le hiciera la propaganda y les dije que no, me amenazaron con denunciarme, pero es que no podía hacer nada más. La verdad es que he hecho muy poco para los partidos políticos. Aquí han tocado muy poco.

O sea que en estas elecciones no ha tenido trabajo.

Nada.

Retomando aquellos años, ¿iba mucho la policía a las imprentas?

Por supuesto, la mayoría de las cosas que se hacían era de los impresores. Era una época dura. Yo tenía una vietnamita que se la regalé al PCE que existía en aquella época y que, curiosamente era catalán. Te cuento una anécdota, que ahora se puede contar. En aquella época, muchas veces se alquilaba una habitación en el hotel Santa Catalina, entraban con el coche al garaje y subían a la habitación. ¿Quién iba a pensar que en el hotel Santa Catalina se estuviera imprimiendo la propaganda? Yo, además, me he caracterizado por ser un poco revolucionario en el trabajo, como empleado que reivindicaba lo suyo, porque en aquella época se ganaba muy poco. Tuve la virtud de aprender de todo, veía que me pagaban en un sitio más y allí me iba, así que no me faltó trabajo, conocí el oficio y todo el mundo sabía cómo trabajaba.

Mirará con ojeriza Internet y las redes sociales.

Un poco. No por el hecho de que me ha quitado a mi trabajo sino porque está quitando puestos de trabajo en todos lado. Hoy mismo [por ayer] el banco me dice que tengo que hacer el papeleo electrónicamente. No nos estamos dando cuenta de que eso quita trabajo; en el banco, en todos lados. Y no me niego a las nuevas tecnologías porque tengo los últimos adelantos pero que eso no conlleva quitar empleados. Ahora mismo tengo un aprendiz al que le pagamos.

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