La Provincia - Diario de Las Palmas

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Análisis Historia, lenguaje, política

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El 75 aniversario del decreto ministerial del gobierno de Franco que ordena que la capital se llame Las Palmas de Gran Canaria da pie para volver sobre la cuestión de las formas del nombre de la ciudad

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Nació en Las Palmas de Gran Canaria. Sus padres vinieron al mundo en Las Palmas de Gran Canaria, y sus ancestros de varias generaciones nacieron igualmente en esta ciudad. Ha vivido casi toda su vida en ella. Ama a Las Palmas de Gran Canaria y, por ello mismo, le apena que tenga un déficit tan grande como objeto de reflexión en el arte, la literatura y, en general, en el mundo de la cultura. En el mundo de la cultura de Las Palmas de Gran Canaria, naturalmente. Quizá algún día se anime a airear este pensamiento en algún medio de comunicación local, pero, para transmitir algo de la realidad compleja, de las tensiones contradictorias de Las Palmas de Gran Canaria, necesitaría echar mano de toda la economía lingüística de la que fuese capaz. El caso es que le frena el hecho de que este imperativo de agilidad en la escritura pueda disgustar a algunos de sus posibles lectores, principalmente a aquellos que piensan que en cualquier texto público, con independencia de su registro, solo cabe referirse a esta ciudad como Las Palmas de Gran Canaria. Con todo, si un día da el paso, nombrará a esta ciudad como la nombran habitualmente sus hablantes, esto es, en vez de repetir fastidiosamente Las Palmas de Gran Canaria, como ha venido haciendo este párrafo introductorio, la nombrará, simplemente, como Las Palmas.

Como el lector ha captado, el personaje que abre este reportaje es ficticio. En cualquier caso podría ser cualquier ciudadano que haya experimentado titubeos semejantes cuando se ha visto en la tesitura de publicar un texto, o dar una charla, sobre Las Palmas en un contexto en el que todos los destinatarios saben perfectamente de qué ciudad se habla. Hace unos días se ha cumplido el 75 aniversario de la orden del Ministerio de Gobernación de 12 de septiembre de 1940 "por la que se dispone que, en lo sucesivo, el Municipio de Las Palmas se denomine de Las Palmas de Gran Canaria". La efemérides brinda el pretexto para volver sobre la cuestión en torno a la que orbita este reportaje, de modo que cumple, antes que nada, terminar de citar en su integridad el contenido de aquel documento del gobierno franquista: "Ilmo. Sr.: En el expediente incoado por el Ayuntamiento de Las Palmas, en solicitud de variación del nombre que lleva el Municipio por el de Las Palmas de Gran Canaria. Este Ministerio, por Orden de esta fecha, ha dispuesto que en lo sucesivo el Municipio de Las Palmas se denomine Las Palmas de Gran Canaria, con insersión de este acuerdo en el Boletín Oficial del Estado. Dios guarde a V.I. muchos años. Madrid, 12 de septiembre de 1940. -P.D., José Lorente. Ilmo. Sr. Director General de Administración".

En el documento, que tiene por destinatario oficial al alcalde Diego Vega Sarmiento, concurren componentes históricos y políticos, amén de lingüísticos. Pero lo que no se manifiesta en él, porque otras decisiones políticas que lo precedieron ya lo han hecho, es que esta ampliación oficial del nombre de la ciudad coincide con la ampliación del territorio del municipio: La "variación del nombre" se enmarca en el contexto de la anexión del municipio de San Lorenzo por parte del de Las Palmas durante la guerra civil, que había concluido un año antes. Por tanto, como inscripción político-administrativa, la forma extensa del nombre de esta ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, tiene bastante menos espesor temporal que la ciudad misma. Tanto, en principio, como el que media entre su fundación, en 1478, y el año en que aparece en el Boletín Oficial del Estado la denominación hoy oficial.

El corte histórico del asunto podría dejarse aquí y este reportaje podría entonces abordar la cuestión desde otros flancos. Pero la Historia no es un relato con un curso lineal simple, ni siquiera cuando se dispone de un documento como éste, que indica que antes de 1940 Las Palmas se llamaba oficialmente Las Palmas y que a partir de 1940 pasó a denominarse Las Palmas de Gran Canaria. Agustín Millares Cantero, historiador con un peso específico considerable en el panorama investigador del Archipiélago, autor de varios volúmenes sobre Historia Contemporánea de Canarias, indica al respecto que "tengo documentado que durante el siglo XIX en prensa y manuscritos se llama a esta población tanto Las Palmas, como Ciudad del Real de Las Palmas, Las Palmas de Gran Canaria o Las Palmas de Canaria, en este último caso -comenta el historiador en tono jocoso- dándole la razón al difunto José Rodríguez, director del periódico El Día". Pero Millares señala que, cuando se plantea la diferencia entre los nombres de Las Palmas y Las Palmas de Gran Canaria es "tras el Real Decreto de 21 de septiembre de 1927, que dividió la provincia única de Canarias al crear la de Las Palmas con las islas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, con capitalidad en Las Palmas de Gran Canaria. Se diferencia así la provincia de la capital en el caso de plantearse confusiones".

¿Qué ocurrió para que el decreto ministerial de 1940 pretendiese que era una modificación lo que en realidad era una confirmación de lo que había dictado el real decreto de 1927? Puede que la respuesta radique, simplemente, en el atropello con el que se hizo la anexión de San Lorenzo a Las Palmas, a punta de pistola, y en el contexto de arbitrariedad y confusión, amén de iniquidad, en el que se tomaron tantas decisiones con la guerra recién acabada. En cualquier caso, como escritor, Millares vela por la combinación de rigor y agilidad en su prosa, y, por eso, el historiador le daría la razón al personaje ficticio con el que despega este reportaje, puesto que afirma que en ciertos contextos, como el de un artículo periodístico en un medio local, "no tengo mayor problema en referirme a esta ciudad, simplemente como Las Palmas".

El lenguaje y la política se mezclan en infinitos niveles y es un hecho que una de las capas más visibles de esta contaminación mutua, el pleito insular, ha convertido en materia sensible el uso en los medios de comunicación de la versión corta del nombre de la capital de Gran Canaria. Algún periodista de esta ciudad ha llegado a recibir alguna carta airada de algún lector que ha visto mutilación donde no había sino voluntad de fluidez narrativa. Ahora bien, no es menos cierto que ésta es sólo la mitad de la historia. En un sentido antagónico ha habido también en el periodismo canario quien, en un cóctel de ignorancia y vileza, se ha referido reiteradamente a Gran Canaria como Las Palmas por rechazo al "gran" que percibía como una adjetivación que, al enaltecer a esta isla, agredía, supuestamente, a las del resto del archipiélago. José Rodríguez, director y editor del rotativo El Día, citado por Agustín Millares, fue el epítome de este tipo de periodismo. Un periodismo que algún día solo interesará a los historiadores de lo absurdo.

No se habla como se escribe, pero tampoco se escribe siempre igual. En la escritura, como en lenguaje hablado, el contexto es determinante. Y si en el de un texto periodístico local es procedente, y puede ser conveniente, designar a esta ciudad como Las Palmas, en una reclamación al Ayuntamiento es más adecuado hacerlo como Las Palmas de Gran Canaria. En eso el decreto de 1927 y la extraña orden oficial de 1940, marcan la pauta. Tal vez de lo contrario -esto ya es materia para juristas- un funcionario de mente enrevesada pudiese rechazarlo por un defecto de forma.

No es desde luego Las Palmas la única ciudad del mundo que, según en que situaciones, podría originar más de un quebradero de cabeza si fuese obligado reiterar su largo nombre oficial en un texto al que se le exigiese también agilidad. Un turista británico que visita anualmente esta capital desde hace más de dos décadas cuenta que en el País de Gales hay una localidad que se llama Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch -el turista escribió el nombre de corrido a su interlocutor-. Según parece, en este caso a los lugareños no les queda más remedio que abreviar el nombre hasta en los documentos oficiales y escribirlo, sencillamente, como Llanfair PG.

Quizá sea este un asunto que consume más energías de las necesarias. Quizá sea más urgente ocuparse del lamentable estado en la ciudad de tantos ejemplares del árbol que le da nombre. Quizá todavía sea necesario escribir que cuando alguien se acerca por lo que fue el gran palmeral de El Lasso se lleva una impresión deplorable de las palmas y, por tanto, de Las Palmas.

Pero lo que cumple ahora es la cuestión del nombre de esta ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que algunos, públicamente, escriben a veces también como Las Palmas. Para zanjar la cuestión nada mejor que volver sobre lo que ha dicho un lingüista, Maximiano Trapero, catedrático de Filología Española en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. A la pregunta en un foro público sobre el modo correcto de llamar a esta urbe, si Las Palmas de Gran Canaria, exclusivamente, o también Las Palmas, Trapero, la gran autoridad en toponimia del Archipiélago, respondió que "oficialmente no está mal que se le cite siempre por su nombre completo, aunque sólo sea para no ofender a los furibundos defensores de su nombre completo. En el fondo, son dos registros lingüísticos diferentes y a ellos debemos atenernos: Si se trata de un título oficial, que se publica y se difunde en medios de alcance indeterminado, es normal que se use el nombre completo, pero si se trata de una conversación informal o incluso de un contexto inequívoco, ese nombre completo resulta redundante y hasta cargante". Si, así todo, hay que volver una y otra vez sobre este asunto, mejor, con todos los respetos, irse a vivir a Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch.

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