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El legado de Eduardo Suárez revive

El Ayuntamiento estudia poner a una calle el nombre del diputado comunista fusilado en 1936

Eduardo Suárez durante un mitin junto a sus compañeros. LP/DLP

No habría pasado mucho tiempo desde su vuelta a casa, quizá unas horas, cuando el llanto de sus hijos, casi al unísono, rompió el silencio de la noche. Posiblemente, cuando los escuchó, no dormía y el instinto maternal hizo que María del Rosario Socorro Guerra acudiera enseguida al consuelo de sus pequeños, que tenían tan solo uno y dos años. Muchas cosas debieron pasar por su mente frente a sus cunas. Tal vez, en ese momento, las preguntas y la incertidumbre desfilaron por su pensamiento. O puede que, simplemente, mientras arrullaba a aquellos dos seres indefensos mirase el reloj, donde las agujas marcaban la única certeza de aquella aciaga madrugada. Eran las seis de la mañana del 6 de agosto de 1936, la hora en la que su marido, el diputado comunista Eduardo Suárez Morales, fue fusilado en La Isleta. Ahora, casi ocho décadas después de aquel acontecimiento, el Ayuntamiento capitalino valora poner su nombre a una calle de la ciudad, según el concejal de Participación, Sergio Millares.

Varias veces, Socorro Guerra narraría este episodio a sus descendientes. Fue así como le llegó a su nieta, Isabel Méndez Suárez. "Decía que los niños se despertaron en ese momento porque a ellos fue a quienes destinó su último pensamiento mi abuelo antes de morir", cuenta con un hilo de emoción permanente en la voz. Ella no lo conoció. De hecho, su madre tenía tan solo dos primaveras cuando él murió. Pero sabe casi todo sobre la figura de un hombre al que, indudablemente, se nota que admira. "Me encantaba preguntarle a mi abuela cosas sobre mi abuelo", confiesa.

Fue a través de esas conversaciones como conoció gran parte de su propia historia. "Mi abuelo nació en La Isleta el 27 de enero de 1906 y era hijo del primer maestro que tuvo este barrio". Fue precisamente en el ejemplo de su progenitor, José Suárez León, donde "se despertó la conciencia social" de quien más tarde llegaría a ser diputado por el Partido Comunista de España. "Mi bisabuelo daba clases en una academia a los padres de sus alumnos, que solían ser trabajadores del Puerto, y allí, además de darles a conocer sus derechos, les enseñaba a leer y a escribir para que los jefes no los engañasen".

Al crecer, el propio Suárez Morales ayudó a su padre con las clases. Pero su trabajo fue llevar la contabilidad de las oficinas de los Betancores. En su tiempo libre, el fútbol era una de sus grandes aficiones y tenía hasta su propio equipo para practicar este deporte en la playa de Las Canteras. "Era tan delgado que estaba muy acomplejado, así que para disimular sus piernas se ponía varios calcetines", apunta entre risas Méndez Suárez al recordar una de las anécdotas que le llegó de María del Rosario Socorro, a quien Eduardo llamaba cariñosamente Titita.

Su abuela materna también le habló de lo "bromista" que era Suárez. Su alegría y generosidad eran otras de las características que salían a colación durante aquellas esperadas charlas por Isabel. "A pesar de que no ganaba mucho dinero, mi abuelo se sacaba del bolsillo lo que tuviese para dárselo a quien lo necesitara y, si hacía falta, se quitaba y le daba hasta la camisa". La voz de Méndez destila orgullo porque quienes conocieron a su antepasado lo recordaban como una persona dotada de gran humanidad, que siempre estuvo "al lado" de la clase obrera y no solo como político.

En este último ámbito comenzó su andadura allá por 1928, cuando se afilió al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en el que solo duró un año, al "no estar de acuerdo con que Francisco Largo Caballero formase parte del Consejo de Estado durante la dictadura de Primo de Rivera (1923- 1930)". Poco después, en 1931, se "metió" en el sindicato de trabajadores mercantiles, a través del cual "respaldó y asesoró a los portuarios en sus huelgas". No sería hasta un año después, cuando pasaría a formar parte del Partido Comunista de España (PCE), "con cuyas ideas se sentía más identificado", relata su nieta.

En 1934 nació su primogénita, a quien llamó como su esposa, María del Rosario, a pesar de que habían acordado ponerle un nombre ruso. Un año después, en 1935, ingresó en la Federación obrera de trabajadores de Las Palmas como secretario de la comisión gestora. También fue cuando nació su segundo hijo, Eduardo, y apoyó la huelga de los tabaqueros "a quienes les consiguió un local para la causa". Fue a principios de 1936 cuando salió "elegido por el pueblo" diputado comunista a Cortes. Sería el verano de ese año cuando su vida y la de los suyos daría un giro tan repentino como trágico.

El 18 de julio de 1936, tras enterarse del golpe de Estado liderado por Francisco Franco, Suárez Morales se trasladó desde La Atalaya hasta la capital para liderar una manifestación que tenía por objetivo llegar al Gobierno Civil. "Pero le ordenaron disolverla a punta de pistola". Fue entonces cuando el diputado comunista se reúne en el Norte con Fernando Egea, farmacéutico de Agaete y delegado gubernativo de la zona, para organizar la resistencia en defensa de la República. Además de reclutar a todo aquel que quisiera unirse a la causa, en el camino, se hicieron con algunas escopetas de caza y dinamita de la hidráulica con la que volaron el puente de Tenoya. "Estas eran sus únicas armas frente a unos militares preparados", apostilla Isabel Méndez.

Lograron atrincherarse en el Ayuntamiento de Arucas, de donde terminarían huyendo dos días después, al ser atacados con una ametralladora que los soldados falangistas instalaron en el campanario de la iglesia. Dinamitaron también el puente de San Andrés, pero los últimos núcleos de la resistencia iban cayendo poco a poco. Esto hizo que Suárez, Egea y la mujer embarazada de este, Herminia Dos Santos; así como el consejero del Cabildo, Pedro Delgado Quesada, intentaran escapar en una falúa que les dejó en una cueva del barranco del Tasartico, a donde solo se podía acceder a través del mar. Seguramente no llegaron a imaginar que, simulando una avería, el patrón de la embarcación volvería a Agaete para denunciarles. El buque Arcila no tardó mucho en tomar posiciones frente al escondite que cañoneó hasta la rendición de sus cuatro moradores, que fueron detenidos el 24 de julio. De ello, se hicieron eco el Diario de Las Palmas, el periódico Hoy y El Radical un día después.

El 1 de agosto se celebró un juicio sumarísimo. "A mi abuelo, que era un civil, lo juzgaron militares". Y no solo eso, aún estaban vigentes las leyes de la República cuando se le imputó un delito de rebelión militar y alteración del orden, "cuando eran ellos los golpistas que se había rebelado contra el gobierno de la época". La sentencia no se hizo esperar. El 5 de agosto LA PROVINCIA publicó un fragmento del fallo judicial militar por el que Suárez y Egea eran condenados a muerte, mientras que Dos Santos y Quesada irían a prisión.

Apenas 24 horas más tarde, los reos serían ejecutados. Antes, Suárez pudo despedirse de su ser más amado, su esposa, a quien le escribió dos conmovedoras cartas que pidió rompiese para no martirizarse. Socorro Guerra jamás lo hizo y guardó para siempre aquellas palabras: "No llores. Ten valor y piensa en nuestros hijitos. A mayor injusticia, más grandes deben ser los actos que muevan tu vida. Acuérdate de vez en cuando de mí y no olvides, alma mía, que mi mayor preocupación en esta vida de miserias humanas eran mis hijos". También le dedicó una palabras a las tabaqueras antes de ponerse junto a Egea frente al pelotón, abrirse la camisa y cantar la Internacional. "Años después, un miembro del pelotón de fusilamiento reconoció a mi tío Eduardo y, tras pedirle perdón, le habló de la valentía, hasta el último momento, de mi abuelo".

Causas añadidas ´post mortem´

Probablemente mientras arrullaba a sus hijos aquella madrugada del 6 de agosto, Rosario Socorro no sabía que aún tendría que hacer frente a la ley de responsabilidades políticas de 1939. "Un año antes se había tachado la causa de la muerte de la partida de defunción y con aquella normativa el gobierno franquista siguió abriendo expedientes cargados de acusaciones para quedarse con los bienes de las personas que habían sido condenadas". Además, la familia de Suárez y Egea recibieron una multa de 100 pesetas de la época. El expediente de Eduardo Suárez no se cerraría hasta 1952, 16 años después de su fusilamiento.

"Es una historia dura", sentencia Isabel tras haber contado minuciosamente el calvario de su familia, que terminó exiliada en Senegal, donde ella misma nació. Ella siempre tuvo claro que quería dar a conocer el legado en forma de recuerdos y documentos que tanto su padre como su abuela le dejaron. Escribió un libro, tan detallado como su narración, que aglutina el trabajo de recopilación que llevó a cabo junto a su progenitora, bajo el título Eduardo Suárez Morales en el recuerdo. Una memoria recobrada. También crearon una asociación, si bien el mayor anhelo de Isabel Méndez es que la ciudad por cuyos trabajadores luchó su difunto abuelo, le recuerde en uno de sus rincones.

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