Llevan tres meses conviviendo en un espacio de 101 metros de largo por 15 de ancho, rodeados de herrumbre y con la esperanza de abandonarlo cuanto antes. Vlad Mymytriyev lo define así: "Es como una prisión". Este ucraniano es uno de los 32 tripulantes del pesquero Isadora, que desde hace tres meses se encuentra atracado en el muelle Reina Sofía del Puerto de La Luz. Aseguran que están abandonados por el armador, que no les ha pagado sus sueldos y que están esperando a unas reparaciones que nunca llegan a materializarse. "Queremos volver a nuestras casas", afirma Dmytro Shapoval, otro de los marineros que pasa los días leyendo libros, viendo películas o mirando al cielo con la esperanza de que pronto pueda coger ese vuelo que le devuelva a su país.

La aventura de este grupo de personas, compuesto por 27 trabajadores que aún no han recibido sus sueldos y cinco oficiales que deben permanecer en el interior del buque, comenzó hace cuatro meses cuando se echaron a la mar para capturar pescado. Shapoval explica que después de pasar una treintena de días en las costas de Mauritania tuvieron problemas con la maquinaria del buque y en diciembre llegaron al recinto capitalino para que se realizaran unas reparaciones que después les devolvería a la mar.

Desde entonces, la única labor de estos trabajadores ha sido ver pasar los días al norte del citado dique, con los volcanes de La Isleta de fondo. "No sabemos nada, aquí estamos esperando a que empiecen las reparaciones", apunta Shapoval. La empresa propietaria del barco, la helvética Fishvector, se había comprometido a pagar los salarios cuando acabaran sus trabajos. "Algunos llevan un año trabajando sin recibir nada a cambio", agrega. Y es que dicen que sólo les queda la comida almacenada en las cámaras del barco y agua. "No tenemos dinero porque no nos pagan, y sin dinero no podemos volver a nuestras casas".

Y es que ese es su principal y único objetivo: volver a abrazar a sus familiares. Por ahora pueden ponerse en contacto con ellos a través de Internet. "Nos vamos al Centro Comercial El Muelle para conectarnos a la wifi con el móvil", indica el marinero. Por suerte, añade, ellos pueden ver que se encuentra bien después de cuatro meses sin poder estar con sus familias. "Pero queremos volver ya", reitera este ucraniano.

La solución pasa por recibir al menos parte del dinero que les adeudan los propietarios de la embarcación. Esto les permitiría adquirir un billete de avión para regresar al país de la extinta Unión Soviética. "Si me pagan me voy inmediatamente", señala con rotundidad Dmytro Shapoval. Pero hasta entonces, ni ellos ni sus allegados pueden hacer frente al coste de los pasajes para llegar a Kiev, la capital de Ucrania, que calculan en aproximadamente 600 euros.

Mymytriyev también pasa las horas entre los trozos de hierro oxidados del pesquero, en cuya cubierta principal se acumula basura como las estructuras de varias lavadoras. Comenta que lleva trabajando diez años como marinero y que hasta ahora nunca se había visto en una situación como la actual. "Esto es locura", recalca acompañado por una decena de compañeros con los que tienen que convivir día y noche.

Por ahora, los únicos que han dado voz a estos marinados ha sido el sindicato Comisiones Obreras (CC OO), que el pasado lunes denunció el abandono al que se ven sometidos los ocupantes de la embarcación con bandera de las Islas Cook, un pequeño archipiélago perdido en medio del Océano Pacífico, entre Fidji y las Antillas Francesas. El sindicato, junto al inspector de la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte (ITF) en Canarias, Gonzalo Galán, ya se han puesto en contacto con el armador, pero los intentos han sido siempre en vano.

Es por ello por lo que desde el barco, la tripulación ha decidido no dejar acceder a nadie hasta que no les den una promesa creíble, que les permita recibir el dinero que le adeudan y que con ello puedan volver a sus casas. Así lo han hecho saber los 25 hombres y 2 mujeres que esperan encerrados en la capital grancanaria, donde tratan de combatir con ropa de verano este invierno atípico que les está tocado vivir.