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Perfil

"Yo sí puedo decir gracias a la vida"

Estaba previsto que quien con 16 años fuera el primer niño trasplantado renal en Barcelona acabara presidiendo Alcer - Con 48 años, "dos trasplantes y medio", su vida la ve con optimismo

"Yo sí puedo decir gracias a la vida"

Alejandro Díaz Goncálvez, 48 años, enfermo renal, es uno de esos tipos que habiendo tenido razones para rendirse se agarró con fuerza a los brazos de sus padres y le plantó cara a la vida. Tenía siete años cuando empezó su lucha. Hoy es divertido, ocurrente, agradecido y feliz. Dos trasplantes renales -"tres, tres, pero el tercero no lo cuento"- y una decisión personal que le ha salido bien. Con el tercero tuvo problemas y decidió que no habría más. Hoy vive en la normalidad, controlando su vida pero dializándose. "Para mí es más cómodo una vez que conozco mi enfermedad". Hace seis años que es presidente de Alcer, asociación a la que ha estado ligado desde adolescente. Y es que si alguien conoce la angustia de esos pacientes es él.

Total, que siendo un niño comenzó a transitar los hospitales canarios porque los problemas renales que le habían diagnosticado ponían en peligro su existencia. Inició las sesiones de diálisis con 12 años y 4 años después fue trasplantado en Barcelona. De eso hace ya más de 30 años, cuando la nefrología en Canarias estaba en pañales y la nefrología pediátrica era magia; cómo sería la situación que por entonces en el Hospital Nuestra Señora del Pino había 60 enfermos en diálisis de los que tres eran niños, uno de ellos Alejandro. El único que sobrevivió.

Nuestro hombre nació el 4 de enero de 1968, de manera que su llegada al mundo "fue un regalo de Reyes para mis padres que han sido los arquitectos de lo que soy hoy. Sin saber nada sobre las enfermedades renales eligieron el mejor camino para sacarme adelante. Nadie les enseñó. Hicieron lo que creían que era lo mejor para mí y acertaron. ¡Vaya si acertaron!" Y es que "los padres te traen al mundo y te enseñan a hacer lo que ellos ya aprendieron antes, los míos tuvieron que improvisar".

Hace tiempo que Alejandro optó por la alegría y el optimismo y ahí vive. "Mis primeros siete años fueron los de un niño como los demás. Vivíamos en Teror, pero nos tuvimos que mudar a Arucas por el trabajo de mi padre y justo en aquellos días de mudanza sitúo él comienzo de todo". Ese "todo", es su enfermedad renal.

De los inicios recuerda un sinfín de viajes a Barcelona, ingresos hospitalarios y las primeras analíticas en diálisis con unas jeringuillas "más grandes que mi brazo", dice. "Y muchas restricciones de alimentos y líquidos, pero no guardo malos recuerdos de la época en el Pino, no; nos mimaban como niños que éramos y había pacientes que nos querían como si de sus hijos se tratara. Yo tuve una "madre", la siempre recordada Mari Carmen Martín, una enferma que me cuidaba, maravilloso ser humano". Cuando llegaban los Reyes Magos los niños enfermos tenían muchos regalos que compraban con lo que recaudaba el personal de la unidad de nefrología y alguna empresa relacionada con la diálisis.

"Mira", señala, "cuando a los dieciséis años llegó el primer trasplante fue muy oportuno porque me permitió terminar de desarrollarme; en ese momento yo pesaba 35 kilos. Ese riñón duró seis años, pero fueron muy bien aprovechados. Al cumplir los dieciocho años entré a formar parte de la junta directiva de Alcer, era algo que me hacía ilusión porque desde que comencé a dializarme mis padres fueron directivos y yo colaboraba en lo que me dejaban".

En el verano de 1993 se sometió al segundo trasplante que le daría otro empujón a su vida: este sólo duró tres años. "Te cuento. Yo había empezado a estudiar en la UNED el acceso para mayores de 25 años. En junio suspendí un par de asignaturas y durante mi estancia en el HUC de Tenerife la verdad es que no tenía muchas ganas de ponerme a la labor de recuperarlas en septiembre. Fue la insistencia de Aurelio Rodríguez, nefrólogo entonces de la unidad de trasplantes de ese hospital y con quien hoy me une gran amistad, lo que me animó, y al final estudié. Aprobé esas asignaturas y comencé la carrera de Derecho, que abandoné por motivos laborales y la pérdida de ese riñón".

Durante los diez años que pasaron hasta el tercer y último trasplante -"del que hablo poco; siempre borro de la mente las cosas malas"-, ocurrió lo que Alejandro califica como "lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida. Lo mejor: conocí a la persona que hace que cada día sea el mejor de mi vida. En el 2000 una auxiliar de enfermería que revoloteaba por la unidad de diálisis, con trenzas y unos mofletes rojos, me enamoró. Un año después nos casamos. No hemos tenido hijos pero sí sobrinos que adoramos. Hijos de mis hermanos que, por supuesto, han sido un pilar muy importante en mi vida y han sufrido en silencio mis contratiempos de salud. Siempre han estado ahí".

Lo peor: "Justo el año de mi boda murió mi padre, la mitad del equipo de la arquitectura de mi vida, mi referencia de vida. Ese hombre recto, respetuoso y querido, esa persona grande como grande era su corazón. Todos los días tengo un recuerdo para él. Todos. Le echo mucho de menos. Afortunadamente todavía disfruto de la otra parte del equipo, mi madre, la verdadera madre coraje, la que nunca lloró delante mío cuando algo iba mal; hábil para hacerme más fuerte, mi compañera en esos largos viajes a Barcelona. Ahí está luchando como una jabata a pesar de los obstáculos que la vida le ha puesto". Todo gratitud, así es Alejandro.

Pese a todo Alejandro ha realizado una actividad laboral "como cualquier ciudadano, saltando de un trabajo a otro", hasta que recaló en la Fundación Canaria para el Fomento del Transporte Adaptado donde junto a Juan Carlos Hernández, presidente de Cocemfe en Canarias, iniciaron la aventura de sacar adelante la apuesta del Cabildo de Gran Canaria por este tipo de transporte tan necesario".

Desde el 2010 Díaz es presidente de Alcer Las Palmas y en la actualidad pensionista. "El cuerpo ya no estaba para muchos trotes y no me veía con fuerzas para aguantar la rutina diaria, de manera que ahora me dedico a disfrutar de todo lo bueno que me ha regalado la vida, familia, amigos e incluso de eso que yo llamo 'contratiempo' de salud". Dos trasplantes y medio.

Díaz es una persona inquieta. Siempre metido en proyectos que le gratifican, con una vida rica en amigos y en cariño. A veces recuerda las palabras de un amigo trasplantado, Paquito Almagro: "Un día me preguntó "¿tú das todo por bueno?", y le dije: "sin dudarlo. Yo sí puedo decir "gracias a la vida".

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