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La reina de las alturas sopla 85 velas

Cristina María del Pino Segura, Pinito del Oro, nació en el circo de su padre en 1931

La reina de las alturas sopla 85 velas

Volaba. Sin alas ni motores, con facilidad y elegancia, ella volaba y así fue como consiguió llegar hasta la cima del éxito. Sin red, subida a un trapecio, ataviada con unas zapatillas de lona y un maillot que escandalizó a la España franquista en la que el periódico ABC no dudó en censurar sus fotos, cautivó al mundo entero con un espectáculo que la convirtió en la reina de las alturas. Sobre una silla, cabeza abajo, de rodillas, sin manos, sobre un pie... Lo suyo era la magia del circo hecha persona y su legado, que llega a la actualidad a través de Internet, todavía logra estremecer a quien tan solo se pone frente a una pantalla para entender cuan fue su notoriedad. Porque hay nombres transgeneracionales que se convierten en historia y el de Cristina María del Pino Segura Gómez es uno de ellos. Precisamente hoy cumple 85 años, y aunque ya está retirada de la vida pública en la que llegó a aparecer en la primera página del New York Times, se la sigue recordando como la que fue: la gran Pinito del Oro.

En 1931, en el barrio de Guanarteme, llegó al mundo la trapecista que se convirtió en la menor de los siete hijos que le sobrevivieron a su madre, que tuvo 19. La suya era una familia numerosa, pero también de artistas a quienes conocían como Los Seguritas, propietarios del Gran Circo Segura en el que ella misma nació. Viendo en algún vídeo de Youtube las virguerías que hacía, cuesta imaginar que inicialmente se creía que no servía para el mundo circense en el que finalmente vivió a más de 12 metros de altura durante más de tres décadas.

Y es que a pesar de los intentos de su madre por evitar que su pequeña se dedicase al espectáculo, su padre decidió probar su suerte sobre el alambre con apenas diez años. Al trapecio llegó poco después, a raíz de la muerte en un accidente de tráfico de su hermana mayor Esther, quien se encargaba de esta disciplina. La noche de su debut también falleció la mujer que le había dado la vida. Bajo estas circunstancias fueron los comienzos de Cristina María del Pino, a quien su padre rebautizó artísticamente como Pinito del Oro.

Pasó su infancia y juventud "recorriendo ferias en villorios" y realizando hasta cinco funciones en una noche, como ella misma relató para la revista Canarii en marzo de 2012. Fue durante unas Navidades en Valencia cuando el representante para Europa del circo Ringling la quiso contratar al verla actuar en el circo de los hermanos Díaz. Un salto de longitud en su carrera profesional para el cual se tuvo que casar, ya que al ser menor de edad no podía viajar sola a América. A su marido, con el que estuvo casada 20 años y tuvo dos hijos, le enseñó a ponerse debajo y aguantarle la escalera del trapecio, como recuerda la periodista Marisol Ayala en el reportaje que escribió para este periódico en febrero de 2007 bajo el título "Es hora de pasar al anonimato".

Desde entonces, la trapecista se ha mantenido prácticamente al margen de la vida pública. Pero esto no siempre fue así, entre otras cosas, porque la fama sobre sus proezas en el aire creció como la espuma. Siete años trabajó en el Ringling Circus con quien actuó en el Madison Square Garden en Nueva York, acaparando su debut la primera página del New York Times. Nunca utilizó red y así lo dejaba por escrito en sus contratos, recuerda Míchel Jorge Millares en Canarii. Por todo ello fue galardonada tres veces con el título mundial de Reina del Circo. El productor y director de cine estadounidense, Cecil B. DeMille, la contrató para realizar una película sobre el circo, bajo el título El mayor espectáculo del mundo. Y fue así como Pinito del Oro regresó a España, convertida en una estrella de belleza racial a la que los seguidores esperaban en el aeropuerto, para actuar en el Price de Madrid.

Fue allí donde se retiró definitivamente del trapecio en 1970. Si bien una década antes había anunciado un parón que tan solo duro seis años, ya que se volvió a subir a las alturas donde deleitó un tiempo más al público a quien siguió sorprendiendo con sus nervios de acero y su inefable equilibrio. El fin a su carrera lo puso tras un accidente, siendo madre ya de sus dos hijos. Este fue el último, pero no el único que había sufrido la artista a lo largo de su vida en el circo. De hecho, tuvo tres caídas mortales en Huelva, Suecia y Laredo donde cuenta para la revista Magazine de El Mundo que llegó a tocar el techo de la carpa. Sin embargo, en el mismo artículo ella misma reconoció que la primera vez que se precipitó contra el suelo fue la peor, ya que se fracturó el cráneo y tuvo un derrame cerebral que la dejó hasta ocho días en coma. Esta ruptura volvería a repetirse más adelante, así como la de sus manos, que se partió tres veces.

Las secuelas de su actividad también se tradujeron en "una operación de los pies para erguirle los dedos, encorvados de tanto puntear en el trapecio", explicó Ayala hace nueve años en LA PROVINCIA/ DLP. Todas estas cicatrices son las que han tatuado en su cuerpo para siempre el circo, un mundo prácticamente olvidado que Pinito del Oro ha defendido y promovido durante toda su vida. Tanto es así, que en 1992 se convirtió en presidenta honorífica del Club de Amigos del Circo de Canarias.

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