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Aquí la Tierra Vida pública

Hotel con todo excluido

Andrés 'el Ratón', uno de los vagabundos más populares de Las Palmas, caminaba habitualmente descalzo, pero en una ocasión se puso unos zapatos y una cámara inmortalizó el acontecimiento

Hotel con todo excluido

Por su atuendo de "vago corte militar", su presencia solitaria e imponente y las condecoraciones que lucía en el pecho -chapas de botella, monedas sin curso legal y medallas de las últimas guerras coloniales que encontraba tiradas en cualquier parte-, Luis García de Vegueta lo definió como "Gran Mariscal de la Orden del Guiniguada". Andrés el Ratón, vagabundo, componente fundamental del paisaje urbano de Las Palmas hasta algún momento de los años 70, dormía bajo el Puente de Palo. En este hotel con todo excluido, el caballero indigente tenía consigo todas sus posesiones, que eran ninguna, y, cuando la lluvia traía la maravilla del agua que corría por el barranco, pernoctaba en algún zaguán.

Nadie, de entre quienes se toparon alguna vez con él, ha podido olvidar su figura, y no son pocos los que recuerdan que cuando alguien le ofrecía dinero y te-nía ya cubierto lo necesario para el día, Andrés el Ratón rechazaba cortésmente la dádiva y sugería al oferente que se la entregase a otro. Si se encontraba enfermo, iba al Hospital San Martín, se tumbaba en una cama libre y los médicos y enfermeros lo atendían. Después, cuando se hallaba bien, como mismo había venido se marchaba. Si tenía que ir al Puerto, se montaba en una guagua y los cobradores ni se molestaban en venderle un billete. Siempre iba descalzo y, cuando le apete-cía fumar, encendía un fósforo frotándolo en la planta de uno de sus enormes pies. Émulo de Diógenes de Sinope, aquel filósofo griego que, según la leyenda, habitaba un tonel, si hubiese vivi- do en el París de los años treinta, Andrés el Ratón podría haber sido un personaje surrealista de André Breton.

Cuenta también García de Vegueta, con su hermosa gracia anacrónica, que Andrés el Ratón tenía un oficio: buscador de oro. "Encontraba el oro", dice, "en el cauce del Guiniguada, entre los guijarros, o en los objetos inservibles que le regalaban los joyeros del principio de la calle Triana". Y es que, a base de frotaciones con la manga de su chaqueta, sus manos "transmutaban" cualquier baratija en el metal precioso. "Su segunda profesión: alquimista", dice con ironía afectuosa el cronista.

Andrés el Ratón caminaba siempre descalzo, y, casi siem- pre, para recorrer la distancia entre el Bar Polo y el Mercado de Vegueta, los lindes geográficos de su mundo. Con las plantas de sus pies en contacto directo con el suelo, si es como dicen quienes creen que uno de los grandes errores de la humanidad fue haberse calzado, quizá se beneficiaría así sin obstáculos del magnetismo terrestre. No obstante, un día se puso unos zapatos, seguramente regalados, y, curiosamente, una cámara fotográfica estuvo presente para inmortalizar el magno acontecimiento.

En la fotografía resultante, el Ratón mira absorto a los zapatos, con los brazos en posición de mantener el equilibrio, como si no acabase de entender del todo cómo funcionan realmente dichos artilugios. Tal que si, al haber cometido la enorme temeridad de introducir sus pies en ellos, él, acostumbrado a convivir con la incertidumbre, estuviese perturbado por encontrarse a un paso del vacío.

Quienes lo conocieron están persuadidos de que Andrés el Ratón no regresó calzado al Puente de Palo, que al caer la noche, si las lluvias no se lo impidieron, durmió una vez más en su hotel con todo excluido, con aquellos malditos zapatos encajados en pies ajenos. Eso sí, con sus medallas de Gran Mariscal de la Orden del Guiniguada perfectamente colocadas sobre su pecho, para entrar en el sueño sin perder el rango.

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