La Rueda de Los Navegantes es una organización de radioaficionados que tenemos en común la citada afición y todo aquello que se relaciona con el mar.

En nuestra jerga, una "rueda" es el coloquio de varios radioaficionados de un mismo o varios países. Las hay de médicos, veterinarios, montañeros, etc., pero no había de navegantes como en otros países; así que decidí su creación dado el número de yates principalmente españoles que pasaban por nuestra marina rumbo al mítico Caribe.

Fue fundada de forma informal hace unos 40 años y en un principio yo era el único operador. Pude comprobar que la mayoría de los yates que salían rumbo a América no tenían radio y por ello se quedaban sin contacto alguno con sus familias. Estas veían en el mar un enemigo inconfesable al acecho de su ser querido, lo que se traducía en un estado de inquietud y angustia que no cesaba hasta la llegada a algún puerto y llamaban a casa para notificar su arribada.

Había también muchos novatos o pocos expertos con más entusiasmo y ganas de aventuras que responsabilidad y seguridad, que solían ser bastante deficientes.

Iniciada nuestra labor que transcendió rápidamente a todos los navegantes, lo primero que hicimos fue aconsejar la instalación de una radio, esto era vital para su propia seguridad. Raro era el que al arribar a este puerto no nos consultaba algo, sobre todo en reparaciones, atraques y otros aspectos de la ruta a seguir. De esta forma, nuestro recinto se ha convertido en escala obligada de absolutamente todos los yates españoles.

Conocedores de La Rueda por el boca a boca, o por las revistas náuticas, no dudaban ni por asomo en venir a conocernos y asegurarse una buena e imprescindible información meteorológica, que obtenemos de internet y que les pasábamos diariamente por radio, así como en informar a sus familias de la feliz travesía de su ser querido.

Pero el medio radioeléctrico se presta a la fácil difusión y al poco tiempo teníamos demandas de italianos, alemanes, ingleses, franceses y hasta un eslovaco, pues nuestra información meteorológica es la más completa del mundo con mucho. Ello se debe a mi amigo y meteorólogo de la marina americana, Lee Eddington a quien tuve el placer de visitar, después de cruzarnos muchos e-mails, en mayo del 97, si mal no recuerdo, en su casa de Camarillo en California, donde departimos largamente sobre meteorología.

Consideraba que La Rueda no estaba completa con mi solo quehacer y que para ser más eficaz debía de ser distinta, variada y extensa, no como las extranjeras, unipersonales y fijas. Ello me impulsó a buscar a otros colaboradores que con la misma afición y fines estuvieran dispuestos a prestar este servicio, en todo momento desinteresado. Así aparecieron Pulú en Cabo Verde, Altino en Azores, Luis Burción en Tahiti, Zaide en Venezuela, Alberto en Santa Fe, Argentina, etc. De esta forma, el colaborador de La Rueda es la primera mano amiga que encuentra el navegante en su arribada a puerto y le sirve de guía y consejero evitándole cualquier sorpresa o engaño de algún desaprensivo. Esta labor, sobre todo en América, es impagable pues es en determinados países conflictivos por su seguridad en donde más se agradece y valora esta ayuda.

Poco a poco se ha creado una gran familia radio-náutica que se pasa información de los lugares que visitan, de los cuidados y formalidades que hay que observar, precios de reparaciones, víveres, medios de comunicación, auxilio y ayuda mutua, etc. En fin, un derrotero viviente y exhaustivo que facilita y hace muchísimo más segura la navegación.

Puedo decir con enorme satisfacción, que traemos mucho más turismo a este puerto que algún político que otro con sus derroches en la Olimpiada de la "papa arrugá" de Atlanta, que como se ha visto no ha servido absolutamente para nada, que me digan dónde están los turistas americanos. Todo ello, sin costarle un duro al ciudadano o institución alguna; además es un turismo de muy alto poder económico y que uno solo de estos deja más dinero que diez de los que vienen por avión.

Por otro lado, somos colaboradores asiduos de Salvamento Marítimo que, de reciente creación, hace una labor competentísima y que hace pocos días se puso de manifiesto, una vez más, en nuestra avenida marítima, a la vista del público con motivo de la pérdida del Gelios y el rescate de sus tripulantes.

Nuestra labor ha pasado desapercibida o ignorada por los organismos e instituciones locales a las que una vez recurrimos para buscar su apoyo, no económico, y nos dieron con la puerta en las narices. Ya se publicó en la prensa en su momento y no me voy a repetir, pero resulta triste ver que hasta la televisión autónoma de Cataluña haya venido a rodar a Las Palmas de Gran Canaria un reportaje de media hora sobre La Rueda y aquí la ignoran a todos los niveles, sobre todo, en el turístico que es el más beneficiado.

Desde hace algunos años, diversas personas a las que en amena y relajada tertulia he contado algunas de las historias que seguidamente narraré, me han pedido con insistencia que las publique o recopile en algún librillo. Mi natural indolencia y apatía, así como la disculpa de una inexistente falta de tiempo, han ido posponiendo este propósito hasta que el empuje de algunos amigos, me han sacado de mi letargo que ya empezaba a producirme olvido.

Como mi oficio no es el de la pluma, espero que el benévolo lector sepa disculpar cualquier error y vea en estos folios unas simples y creo que simpáticas anécdotas, y en otros casos alguna inevitable tragedia sin mayores consecuencias. Jamás pretenderé recurrir a ningún género o estilo literario que sé de antemano que no poseo, por ello, no entraré en florituras u otros adornos e iré directamente al grano. Nunca le di mayor importancia a lo que narraré en sucesivas entregas, otros sí, son los que me empujaron a escribirlas para revistas náuticas del medio hace años, por cierto con mucho éxito y que hoy vuelvo a recuperar y exponer por indicación de los que las conocieron con posterioridad.

Quiero hacer dos salvedades muy importantes, una es que al haber sido tan numerosas y variadas estas historias y al no haber tomado notas, nombres, ni fechas de las mismas, por las circunstancias arriba apuntadas, las escribiré de memoria con una total anarquía omitiendo en muchos casos estos datos; y la otra es que por los puertos pasa toda clase de gente, con mucho o poco dinero, con grandes o miserables yates y con mayor o menor experiencia, independientemente de la embarcación que tengan.

Por último, espero que el director de este medio no lo encuentre aburrido y tenga espacio suficiente para su publicación, con la periodicidad que estime conveniente, de estos folios que solo tratan de evadirnos de las mezquindades políticas cotidianas con que nos abruman los partidos. Ustedes juzgaran la amenidad o no de estos trabajos que preparo y que ante la duda, me coartan en cierta medida.

Hace unos treinta años, me llamó a la oficina por teléfono mi buen amigo y mejor radioaficionado Manolo Aguilar para decirme que había captado la llamada de auxilio de un yate que estaba perdido. Su tripulación tenía la vaga idea de que se encontraban más o menos entre Agadir y Lanzarote y a una distancia que ignoraban de aquella ciudad marroquí. No había en aquella época sistemas de navegación por satélite (GPS) ni otras modernas y muy útiles zarandajas. Tenían un enorme temporalazo del nordeste, estaban terriblemente mareados y no sabían qué hacer ni a dónde ir.

Manolo, con una gran prudencia y flemática actitud, me dijo que ignoraba de qué iba el tema y que por ello me había llamado al saber de mi vinculación deportiva y profesional con el mundo de la mar. Fui a su casa por proximidad y por la urgencia del caso y me puse en contacto con el patrón del yate. Le pedí todas las características de la embarcación y otros datos y así supe que venían desde Barcelona y que eran en total tres personas, dos sudamericanos y un catalán. Barruntando por dónde podían encontrarse y dadas las características del barco, temporal e inexperiencia de la tripulación que saltaba a la vista nada más hablar con ellos, le indiqué que bajaran todas las velas, que dejaran solo la trinqueta que por lo que conjeturaba era autovirante y que pusieran rumbo de brújula 250 grados. Me contestaron que adónde iban con ese rumbo. "Por lo pronto a las proximidades de Canarias, pero ya te localizaré mañana mediante el SAR para que entres en Lanzarote".

A todo esto, apareció en la onda un radioaficionado de Madrid, que la mayor masa de agua que había visto en su vida era la de la bañera, si es que la tenía, diciendo que era negativo todo lo que decía Las Palmas, que había hablado con un almirante y que "ordenaba" que se dirigiera a toda "máquina" a Casablanca, es decir contra viento y mar y a más distancia que Lanzarote, un autentico disparate para un velero de doce metros. Le contesté que ni el ni su almirante, seguramente mal informado por este ignorante compañero, tenían ni puñetera idea de qué iba el asunto, que yo me responsabilizaba de la situación y que por favor se callara y no interfiriera la comunicación. Fue de tal magnitud el grito que di ante el micrófono, que le quemé las válvulas del amplificador de potencia de la radio del paciente y comprensivo Manolo, que además valen una pasta gansa.

Es curioso el afán de protagonismo que tienen algunos colegas que sin saber de qué trata un tema se meten con gran temeridad a dar soluciones de algo que ignoran totalmente. Es loable el anhelo en ayudar pero cuando se desconoce lo que se ventila, la prudencia aconseja el silencio que en otro caso puede devenir en desastre.

En el caso de los yates en situaciones comprometidas hay que valorar varios y extensos factores que solo conocen aquellos que por su profesionalidad y experiencia en este tipo de embarcaciones, son los más indicados para asesorar y llevar a buen fin una situación conflictiva.

Hay que averiguar tipo y clase de barco, número de tripulantes, edad, experiencia náutica, mar en que se encuentra, proximidad o no de tierra, dirección e intensidad del viento, altura de las olas, víveres disponibles, previsión del tiempo, posibles ayudas más próximas, tipo de avería a resolver, cómo o dónde y así un larguisimo etcétera que no es del caso.

Contacté con el entonces teniente coronel Federico Casteleiro a quien narré la batallita que había y si podía el SAR localizarlo. Dicho y hecho. Con la profesionalidad y rapidez que caracteriza a este escuadrón a las siete de la mañana del siguiente día, despegaba de la base aérea de Gando un Folker de salvamento al completo de combustible y tripulación. No lo habían hecho el mismo día por ser ya tarde y no haber visibilidad pues tardarían unas tres horas o más en llegar a la zona de rastreo y proceder a la búsqueda.

Como era de esperar, los muchachos del SAR lo localizaron primero por radiogonometría y luego visualmente, dando una descripción detallada del yate que coincidía con la que yo tenía; por lo tanto, no había posibilidad de confusión con otros que se habían encontrado en ruta hacia Canarias, así como su posición exacta que me fue comunicada por la Base Aérea. Una vez sabido dónde se encontraban, les di un rumbo más exacto para dirigirse a Lanzarote y que curiosamente variaba muy poco del que primeramente y a ojo de buen cubero les había propuesto.

Como eran unos verdaderos ignorantes pues (me excusarán el que emplee estos duros términos, pero hay un importante trasfondo que en su momento expondré y que creo que les asombrará) solo tenían una carta general del Archipiélago y no sabían a dónde dirigirse al llegar a Lanzarote.

Contacté por tanto con el radioaficionado lanzaroteño Arturo Ramírez, que además es también marino mercante, quien preparó en su coche la emisora y antena, atento a la llegada a las inmediaciones de la isla del yate citado, que se produjo a los dos días aproximadamente y por la noche. Arturo, con su buen hacer y profesionalidad, en cuanto los avistó por el norte de la isla, por Orzola concretamente, los fue guiando por la radio hasta meterlos en Arrecife a donde llegaron exhaustos y muertos de hambre.

Repuestos de tanto sobresalto y meneo, arribaron a Las Palmas tres días después felices y mejor comidos.

Aquí voy a dar un salto en el tiempo y en la un poco larga historia de estos navegantes. Unos tres años después de todas estas vicisitudes, en un encuentro en Barcelona con motivo de un Salón Náutico, en el que habitualmente coincidimos todos los amigos del mundillo del deporte de la vela y afines, me contaron el motivo oculto de su viaje que hasta entonces habían guardado con gran secreto y era el siguiente.

No sé cómo, habían conocido a alguien que les había dicho que en Méjico, en una laguna determinada y próxima a la costa atlántica, los antiguos indios tiraban dentro de la misma ídolos de piedra y quizás de metales preciosos. Que aquello era fácil de encontrar y que la fortuna a ganar con esa arqueología perdida era inmensa. Que ese rumor no era tal, que era muy cierto, pero que nadie había hecho caso ni se habían molestado en investigarlo, ni las autoridades ni ningún otra institución y que por tanto era del primero que lo encontrara.

Ante la posibilidad casi cierta de tan enorme fortuna durmiendo al alcance de la mano se pusieron manos a la obra.

Con sus propias manos se hicieron el yate de casco de acero y lo aparejaron con el auxilio de otros navegantes más expertos, pero cuando se las prometían felices y fueron a despachar para Las Palmas de Gran Canaria, les cayó encima Hacienda diciéndoles que tenían que pagar un millón de pesetas de impuestos. Reprimiendo el impacto del susto inicial y poniendo caras de ursulinas, muy cautamente dijeron que sí que ya volverían a pagar y que lo que querían saber era solamente la cuantía del importe. Todavía los están esperando.

La situación económica no era precaria, era desastrosa. Por todo capital solo tenían cinco mil pesetas y pensaban hacer algún dinero dedicándose previamente al chárter por aquellas islas. Les dije que era difícil, que había mucha gente haciendo lo mismo en hermosísimos y confortables yates, que el de ellos era una auténtica mierda y que con ese capital lo iban a pasar muy mal ante el menor contratiempo. Así no se puede ir a América. Todas las reservas que habían traído se las habían gastado, además, en los bingos con la vana ilusión de aumentar sus recursos con holgura y como siempre fue totalmente al revés.

Me pidieron dinero prestado para hacer un viaje a la península y recabar fondos. Luego me dijeron que lo que hacían era comprar aquí grandes cantidades de camisas de seda a las que les quitaban el celofán y demás etiquetas con sumo cuidado y volvían a ponérselas en Madrid donde las vendían a muy buen precio.

Después de varios viajes, habían conseguido reunir unas trescientas mil pesetas, con las que después de algunas peripecias más por estas islas, pues volvieron a perderse, salieron para América definitivamente.

Las nociones náuticas eran muy limitadas, así que desde el balcón de mi casa les enseñé a manejar el sextante, tomar la altura del sol y la hora por la mañana y al mediodía. Por radio me daban estos datos y yo les resolvía el problema de la situación diaria, que volvía a transmitírsela por la misma vía. De esta forma llegaron sin ningún problema creo que a Jamaica y de allí hacia Méjico en busca de su Dorado y en donde les esperaba el misterioso sujeto que les compraría o se repartirían los tesoros hallados; no sin antes pasar un gran susto al evitar ser abordados por piratas, que desde una gran motora pedían auxilio simulando un incendio con un bidón de aceite que quemaban en la popa. Desistieron los piratas y se largaron a toda máquina, al ver las armas que portaban y la prudente aproximación y llamada por radio, a las autoridades más próximas. Ya expondré en su momento una escalofriante carta que obra en mi poder, de un científico español y su esposa, sobre el tema de la piratería y de cómo estuvieron a punto de ser asesinados en la República Dominicana.

Nada más llegar a aquel país se pusieron manos a la obra en la búsqueda de los tesoros arqueológicos tan soñados en la laguna o zenóte del ritual de los indios aztecas. Después de varios días de intenso buceo y búsqueda exhaustiva en un fondo fangoso que cientos de años habían acumulado toda clase de residuos con varios metros de sedimentos, se vieron desolados y arruinados moral y económicamente por las derrotas impensadas. No habían calculado en su inexperiencia en estas lides que las lluvias y otras circunstancias habían sepultado para siempre, si es que alguna vez hubo algo, bajo toneladas de lodo, ramas, detritus, piedras, etc., sus sueños de riqueza fácil y eterna.

El triste regreso hacia Miami fue también accidentado, encallando en cualquier coral que se encontraban por falta de unas buenas y completas cartas náuticas. Una vez atracados en una marina de este puerto, vieron en el cristalino fondo de no más de cuatro metros, una hermosa langosta que podía saciar sus retortijones estomacales producidos por la hambruna que arrastraban. No se lo pensaron ni un instante y allá fueron a por ella. Cuando el crustáceo aún daba coletazos y revolcones desesperados en el caldero de la ansiada pitanza, aparece un policía que con cara de bragueta les sentencia "o cincuenta dólares de multa o cinco días a la cárcel. Vieron los cielos abiertos y sin pensarlo ni un instante optaron como es lógico por esta última opción.

Comieron como nunca y salieron de la misma, dándoles vivas a los Estados Unidos y las más efusivas gracias al Sherif por lo bien que los habían tratado y "ayudado". La escena fue pintoresca y produjo una gran risa y asombro en los agentes, que nunca habían visto tamaña gratitud. Pero es que, me decían estos chicos, las cárceles americanas son verdaderos hoteles.

El resto no tiene mayor transcendencia, regresaron a España y les perdí la pista después del encuentro de Barcelona que he apuntado más arriba, no sé que ha sido de ellos ni de su barco.