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Aquí la Tierra / Políticas pintorescas

Jardín morgue

El palmeral de El Lasso puede pensarse como una insospechada contribución a la historia de la jardinería

Jardín morgue

El arte de la jardinería es una incesante sucesión de innovaciones que hacen de la suya una historia exuberante. Así en los tiempos de Nabucodonosor II, quien ordenó construir en Babilonia unos jardines colgantes reconocidos como una de las siete maravillas del mundo, o en el siglo XVII, cuando André Le Nôtre realizó los jardines de Versalles, con sus formas geométricas pronunciadas y sus asombrosas perspectivas. Entre una y otra época, los romanos construyeron huertos destinados al goce estético, con plantas podadas con formas humanas, animalescas o mitológicas, y los árabes recrearon el paraíso coránico en los jardines organizados en torno al agua fluyente de la Alhambra y el Generalife. Quizá sea hora de considerar al palmeral de El Lasso, en su estado actual, como una insospechada contribución a la historia mundial de la jardinería.

La opinión ciudadana, al parecer unánime en este asunto, tiende a ver en este palmeral de Las Palmas otro ejemplo, el ejemplo por excelencia, de la dejadez que los poderes políticos acreditan en lo que se refiere a tantos árboles y jardines del municipio. Pero ya se sabe que la gente necesita tiempo para digerir los experimentos estéticos. Máxime cuando, como es el caso, la sensibilidad medioambiental está a flor de piel y cuando se trata de un recinto que llegó a tener cuatro mil ejemplares del árbol que da nombre a la ciudad, el 80% de los cuales ha muerto o va camino de ello. Y aquí está el meollo de la cuestión: ¿Por qué se deja morir a estas palmeras?

Lo fácil sería señalar a los políticos responsables de su preservación con calificativos como ametralladores con babero, bachi-buzucs, gasterópodos, macrocéfalos, naufragadores, pedazos de mejillones rellenos, vendedores de guano y otros insultos tomados en préstamo de la iracundia del capitán Haddock. Pero, aunque nadie desde instancia política alguna haya hecho públicamente una defensa encendida de la condición actual del palmeral -tal vez, como se ha dicho, por el recelo colectivo hacia cualquier iniciativa estética de vanguardia- no hay que descartar que lo que se ejecuta en esta finca del barranco El Rosario-El Lasso sea un novedoso concepto de jardín: el jardín morgue.

¿Un jardín confeccionado con cadáveres de palmeras a las que se mata de sed? ¿Por qué no? Para empezar, no toda manifestación jardinera es necesariamente una exaltación de lo viviente. Piénsese en el jardín zen japonés, construido únicamente con grava y rocas sobre un campo de arena poco profundo. Su cualidad como espacio propicio para la meditación ha hecho que esta manifestación jardinista, elaborada con elementos que nunca tuvieron pálpito vital, trascienda las fronteras del Reino del Crisantemo. Y si esta comparación puede parecer forzada, no está de más intentar imaginar a alguien que penetra en el Palmeral de El Lasso, se sienta en postura meditativa y concentra largas horas su mirada en un punto fijo de una difunta Phoenix canariensis. No es descartable que en tal estado ese alguien llegue a atisbar un estado de disolución del yo, similar al que experimentaría si se encontrase en un jardín zen cualquiera.

Sea como fuere, no es necesario recurrir a culturas exóticas para encontrar elementos de juicio que ayuden a sopesar la posibilidad de que lo que se ejecuta en el palmeral de El Lasso responde en realidad a un plan perfectamente trazado para reinventar la historia de la jardinería. En el siglo XVIII el escritor inglés Uvedale Price, cuyos postulados influyeron decisivamente en la arquitectura paisajista de su tiempo, decía que un árbol fulminado por un rayo es algo más que simplemente hermoso o sublime: es pintoresco. Es verdad que con esta imagen Price solo pretendía ilustrar el placer que produce a la mirada la irregularidad, la variación o la rudeza de la naturaleza agreste. Pero ¿quién ha dicho que el pensamiento deba permanecer momificado en su tiempo? Quizá los sucesivos responsables políticos del estado en que se encuentra el Palmeral de El Lasso sean lectores devotos de Uvedale Price que han concluido que no hay que esperar a la acción del rayo. Que basta con cortar el riego de las palmeras, para obtener un efecto pintoresco colosal.

En fin, es posible que no esté lejos el día en que foráneos y residentes, convertidos todos al turismo de la desolación, acudan en masa a estas laderas del barranco del Rosario-El Lasso para admirar este depósito de cadáveres de palmeras. Si lo que se dirime en este lugar es la superación de las más altas cotas de la cultura con la reinvención del género de la naturaleza muerta, si lo que lo gobierna secretamente es el tropo y no la tropelía, habrá que ir pensando en la oportunidad de extender este experimento a la ciudad entera: Hacer de toda Las Palmas un jardín morgue.

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