Melo Robaina convertía en arte todo lo que pasaba por sus manos, "como si fuese el rey Midas", asegura su amigo Miguelo de la Hera. Capaz de hacer de un trozo de plástico un tocado, de confeccionar en el salón de su casa una bata de cola o de vestir y maquillar a media ciudad para los carnavales, desde muy joven sembró precedentes en el mundo del transformismo en el que interpretó "como nadie" a Liza Minnelli o Celia Cruz, entre otras muchas artistas. Generoso por naturaleza, nunca perdió la sencillez que le llevó a no olvidar nunca su hogar, La Isleta, donde siempre tuvo claro que regresaría después de cada actuación. Este viernes fue su barrio el que quiso rendirle homenaje durante la Gala Drag de las Fiestas del Carmen, después de que el sábado de la semana pasada el cáncer con el que luchó discretamente durante un año se llevase su vida, aunque no el legado que dejó sobre los escenarios.

Juan Carmelo Hernández Robaina nació el 13 de febrero de 1951, convirtiéndose en el menor de los siete hijos de Antonio Hernández Santana y Josefina Robaina Cruz. Apenas tenía cuatro años cuando se subió junto a su hermana Tere por primera vez a las tablas. En aquella ocasión hubo que ponerle un cajón para que pudiese llegar al micrófono para cantar A escondidas. Fue entonces cuando nació una pequeña estrella en la que "se fijó el representante de la carpa del Mago Pantopín", cuenta De la Hera "y a partir de ahí comenzó a cantar en la radio junto a Lea Zafrani, de quien decía que era una muñeca, y a actuar por todas las Islas".

Cuando Robaina llegó a la adolescencia, con 14 años, comenzó a trabajar en la tienda que Rubén Palomo tuvo durante décadas en La Naval. "Vendían cosas traídas de la India y los tres, el dueño, su esposa y él hacían muchísimos viajes allá para traer todo tipo de artículos, desde joyas y trajes a cosas de decoración". Allí pasó toda su vida el artista, hasta que se jubiló, combinando las ventas con las actuaciones que tomaron otro cariz cuando siendo todavía muy joven descubrió "que a él lo que le encantaba era el transformismo".

Comenzó así a meterse en la piel de Liza Minnelli, Diana Ross, Olga Guillot, Lola Flores o Celia Cruz, entre otras muchas. Enseguida le contrataron en la Sala Tan Tán, donde además de actuar, se convirtió en el director artístico encargado de contratar al resto del elenco que amenizaban las noches. "Él daba la oportunidad a transformistas consagrados, pero también a la gente que estaba empezando. Siempre mostró su apoyo a aquellos que acudían a él buscando consejos", asevera el presentador de Televisión Española, Roberto Herrera, quien dedicó unas palabras de cariño en su cuenta personal de Facebook a quien tanto le aportó en sus comienzos, cuando era "tan solo un joven lleno de ilusiones".

Melo Robaina también formó un trío artístico junto a José la sorda , a quien también conocían como la Pantoja canaria y Miguel Vera Paloma, apodado la Paloma por su interpretación de Paloma San Basilio que actuaba en la ya desaparecida Sala Flash que se encontraba en la calle Bernardo de la Torre. Un espectáculo que acababa sin maquillaje ni vestido de gala al que animaba a volver a los presentes en caso de que les hubiese gustado "y sino, recomiéndeselo a sus amigos para que vengan y también se jodan", añadía divertido. Años después serían Xayo Roque y Pedro Daktari los que compartirían escenario con él convertidos en Las Chicas de Platino.

"Eso sí, era un hombre serio que jamás llevó ningún cartel", aclara De la Hera en alusión a la profesionalidad del transformista que pasó por las televisiones, así como por alguna que otra Gala Drag, como buen amante del Carnaval que era. "Le apasionaba vestirse de gitana", de ahí que tuviera una amplia colección de abanicos junto a la de dedales, ranas o reproducciones de zapatos que solía buscar en los rastros de las ciudades a las que visitaba.

Su otra gran pasión era la costura. Tanto que tenía en casa cuatro máquinas de coser y una remalladora con las que se hacía su propio vestuario y el de todo aquel que se lo pidiese. "Era un manirroto", señala con cariño su amigo Miguelo, a quien siempre llamó "hermano". Y es que la generosidad del artista no conocía límites. "Cuando la gente iba a su casa a disfrazarse le ayudaba con los complementos que muchas veces les regalaba y si alguien se mudaba de vivienda él le decía que le hacía las cortinas", rememora quien como el resto de sus amigos y seres queridos echará de menos a "un ser único" como era Robaina. Ya lo advirtió él antes de bajarse del escenario: "A mí se me quiere o se me odia, pero nunca se me olvida".