Un transeúnte camina ensimismado por una calle de Las Palmas. De repente, en un instante que dura lo que dura un relámpago, algo del mundo exterior, algo que no concita la atención de los demás transeúntes, cortocircuita la cadena de sus pensamientos y descoloca su percepción. La imagen que le produce la aprehensión de ese algo es ilusoria, pero no por ello dejará de percutir largo tiempo en su memoria. Su emplazamiento, hasta entonces un lugar sin cualidad especial para este transeúnte, se transformará desde entonces, para él, en un sitio con una extraña tensión. El transeúnte es el reportero. La calle por la que transita es La Naval y el emplazamiento una de las esquinas que hace con la calle Veintidós de mayo de 1986. Allí, en un tiempo no lejano, el reportero se queda absorto ante los letreros del bar Ruso y la pensión Navarro, casi idénticos, como lo son los huecos y las molduras del edificio que llena la esquina. El lugar parece el trampantojo de un espejo, solo que de un espejo fallido.

El tamaño, el diseño, el material, los colores, los caracteres de letra, los soportes, la altura y la distancia en relación a la esquina de los rótulos de la pensión Navarro, situados en la parte superior de la escena, son idénticos. Los del bar Ruso, debajo, lo son algo menos. Coinciden en casi todas las características anteriores, pero el que está suspendido en La Naval lleva escrita la leyenda "Bar Russo" -con doble "s"- y, debajo, una sola palabra con caracteres cirílicos. En cambio, en el rótulo de Veintidós de mayo de 1986 la palabra en cirílico está encima, mientras que, bajo la misma, pone simplemente Ruso, con una sola "s". Los anuncios de Coca-Cola de estos últimos carteles son iguales, pero mientras la tonalidad azul de los muros del edificio oscila a la altura de los rótulos de la pensión Navarro, más claro en una calle, más oscuro en otra, en el nivel de los carteles del bar Ruso trastoca los patrones perceptivos: en el muro de La Naval es claro, desvaído, como el del muro del cartel de la pensión Navarro en Veintidós de mayo de 1986, pero en esta misma calle, a la altura del rótulo que pone "Ruso", se divide en dos franjas, una superior clara, y otra inferior, más oscura, aunque no tanto como el que contrasta con el cartel de la pensión en La Naval.

En esta suerte de teatrillo urbano, la memoria le trae a flote al reportero infinidad de metáforas sobre el espejo, pero ninguna sobre un espejo fallido. Porque un espejo puede ser deformante -como los espejos de la risa, que alteran las proporciones de los cuerpos que reflejan- o puede no reflejar nítidamente -por falta azogue o porque algo lo vela-. Pero lo que no puede un solo espejo plano es ser un objeto fallido, un artefacto que duplica la apariencia de lo real en unas partes y lo proyecta dislocado en otras.

Ajenos al estado de encantamiento del reportero ante los rótulos de una pensión y un bar de La Isleta, el resto de transeúntes siguen en sus subidas y bajadas por una realidad, es un suponer, que les resulta más estable. Atrapado en su ensalmo especular, el reportero se precipita en el abismo de sus pensamientos. El ser humano, resume una vieja metáfora, es un espejo del mundo. Pero un espejo fallido, se dice el reportero, como este que el mismo cree ver en la confluencia de las calles La Naval y Veintidós de mayo de 1986. Un espejo desajustado en relación a lo que refleja por la perturbación del lenguaje. Un poco lo de la alegoría que forman las letras que componen las palabras "Ruso", "bar Russo" y el término en cirílico que las acompaña.

Uno de los pioneros de la fotografía llamó a ésta espejo con memoria. Y, ahora, cuando el reportero contempla la imagen de este lugar que tomó en un tiempo no lejano, piensa que un espejo con memoria es algo tan imposible como un espejo fallido. Y, sin embargo, pese a que las palabras cieguen el camino que conduce a su magnético espejismo, el reportero persiste en interpelar el enigma que ha creído encontrar en esta discreta esquina de La Isleta. En algún punto entre el lenguaje y la imagen, entre La Naval y Veintidós de mayo de 1986, entre el observador y lo observado, entre el bar Ruso y la pensión Navarro, tiene que encontrarse aún la trampilla de doble fondo. El mecanismo que activa el truco que hacía que encontrarse allí, entonces, fuese como estar ante un espejo fallido.