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El último tapicero de la ciudad

Óscar Cabello se jubila tras 40 años dedicado a su oficio

El último tapicero de la ciudad

Lamborghini, Cadillac, Bugatti, pero sobre todo Mercedes. Esas son las marcas de algunos de los coches que han pasado por las manos de Óscar Cabello, el último tapicero de Las Palmas de Gran Canaria, que se ha jubilado hace pocas semanas tras toda una vida dedicada a su oficio, el cual le enseñó su progenitor, José Cabello, en su taller de la Calle Cebrián con la Calle Venegas. Pronto, aquel joven natural del barrio de San Juan se dio cuenta de que el colegio no era para él, y de que prefería dejar sus clases con el famoso Felo Monzón para empezar a trabajar con su padre.

Dentro del mundo de la tapicería, Cabello hijo se especializó en todo lo relacionado con las capotas. Fueron muchas las que remendó con horas de trabajo y el ingrediente especial, "el cariño". "La restauración completa de coches -techos, asientos, puertas- podría durar entre uno y dos años, e interviene todo un equipo de personas", explicó desde su taller en la calle Masequera de la capital grancanaria. Además de su padre, uno de sus tíos también se dedicó a la tapicería de vehículos, mientras que su abuelo trabajaba la piedra y otro de sus tíos, la madera, por lo que las labores artesanales constituyen una tradición familiar.

"Como de jovencito siempre estuve rodeado de herramientas, al final me entró la vena", comentó con una sonrisa en el rostro. Y así comenzó su carrera profesional de más de 40 años, ayudando a su padre en el taller, "muchas veces en la misma calle Venegas", cuando les llegaban encargos de los grandes barcos mercantes que llegaban al Puerto de Las Palmas. Para él, es "muy importante" que la generación del futuro aprenda "de los maestros", de aquellos que ya han tenido un bagaje. "Si aprendemos de ellos, pues caminamos en el mundo profesional, es la única forma de avanzar", aseguró.

Pero la vida de Óscar Cabello cambió el día en el que le llamó el grupo Flick Canarias, su casa durante tantos años. La compañía le brindó la oportunidad de restaurar un conjunto de coches para la exposición que iba a tener lugar en la Isla sobre el centenario de la marca alemana Mercedes Benz. Y desde entonces, el vínculo entre la familia teutona y Cabello se fraguó y dio muchas alegrías a ambas partes. Para el tapicero, Flick fue "una familia", y le está muy agradecido por todo lo que le dio el conglomerado fundado por Harald Flick.

El que fuera cónsul honorario de Alemania en el Archipiélago le llegó incluso a encargar varios trabajos personales. "El señor Flick me traía incluso las maletas de viaje para que se las forrara y les remendara las correas", declaró henchido de orgullo.

Al entrar en la empresa, el trabajo de este tapicero se empezó a multiplicar. "El trabajo llegó a más trabajo, más trabajo y más trabajo, y también bienestar, pero no te da fortuna", admitió entre risas. Un trabajo que, si bien no le hizo poder comprar algunas de las máquinas que tapizaba, sí le sirvió para poder disfrutarlas de una manera distinta, más íntima, y siempre acompañado por la música. "La música es muy importante para mí", destacó.

Trabajo a casa

Poco a poco, se fue granjeando un nombre dentro del mundillo y Flick le permitió absorber encargos para trasladarlos a su propio taller, cerca de la antigua fábrica de tabaco de La Favorita, adónde recaló por amor. Tras trabajar con la antigua máquina de coser de su padre, que todavía conserva y que sigue funcionando "a las mil maravillas" desde 1949, compró su propia máquina Alfa. Un aparato que, por aquel entonces, le costó la friolera de 575 pesetas al mes. Un auténtico dineral, que tuvo que ir sufragando con las ganancias de su negocio, aunque había algunos meses en los que su padre le ayudaba sin dudarlo.

Con esa máquina, que era completamente manual, empezó a tapizar muchos automóviles, llegando a encargarse él solo del parque de automoción del Cabildo de Gran Canaria, o de las reparaciones de Guaguas Municipales. Todo ello acompañado de fotos. "Desde pequeño, iba a Triana con mi madre y siempre nos sacábamos una foto. Por ello, yo saco fotos de cada trabajo que hago", rememoró mientras su mirada se perdía en la pared de recuerdos que decora su taller.

En ella, se pueden ver sus múltiples trabajos a lo largo de las décadas de profesión. "Me vinieron coches de fuera de Canarias, claro, desde Madrid y otros puntos de la Península, y de más allá de la frontera con Francia", recalcó. Uno de los proyectos que más recuerda, porque le llenó de honra, fue el del bordado de la bandera de la Casa Real que iría en el vehículo oficial en una de las visitas que el Rey Emérito Don Juan Carlos hizo a Gran Canaria. "Me dieron la banderola para que bordara un hilo dorado alrededor de la misma. Fue bastante laborioso y tuve que pedirle ayuda a mi mujer para que me la sujetera mientras iba hilando", observó ilusionado.

Pero no solo ejerció su oficio en Gran Canaria, sino que llegó a desplazarse a Lanzarote y Fuerteventura, donde se encargó de las reparaciones del tapizado de muchos de los taxis de ambas islas. Ahora que él se va, todos ellos tendrán que buscar soluciones en otros lados o de otra forma. "Este trabajo solo lo hacía yo, y gracias a mis padres", apuntó antes de agregar que, aunque siguen habiendo profesionales, "la dedicación completa es algo que ya no existe".

Cambiar de aires y viajar

Ahora, este artesano ha llegado a una nueva etapa de su vida, aunque no tendrá ningún problema porque disfruta con cada una de ellas. "Yo he cumplico con mi función, ahora pido que otros cumplan conmigo", aseveró con una sonora carcajada. Con su última labor, remendar el coche más antiguo que ha pasado por sus manos, un Hispano-Suiza de principios del siglo XX, Óscar Cabello se jubiló, apagó la radio de su taller y cerró la puerta para siempre. Su hijo trató de continuar con la tradición familiar, "pero la vida del autónomo es muy complicada" y terminó preparando unas oposiciones para ser bombero.

Mientras, su padre se dedicará a viajar todo lo que no pudo hacerlo durante sus tantos años de incansable trabajo. "Quiero ir a Alemania a visitar un museo de la casa Mercedes en el que hay piezas únicas, algunas de las cuales he remendado yo mismo", concluyó antes de pulsar el interruptor de su garaje por última vez, y dejarlo sumido en la oscuridad.

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