El buque insignia de la Armada Nacional de Colombia, bautizado Gloria desde que se construyó hace casi 50 años en los astilleros de Bilbao, es todo un espectáculo de madera, tradición marinera y promoción turística. Una ciudad que nunca duerme, como le gusta decir a su capitán de navío y comandante, Hernando García Gómez, que ayer arribó al Muelle de Santa Catalina y recibió por la mañana al embajador de su país en España, Alberto Furmanski.

El velero, con sus 150 gloriosos abordo, que es como se conoce a su tribulación, permanecerá en la capital hasta mañana, día en el que emprenderá su regreso a Cartagena de Indias, tras visitar este año los puertos de Hamilton (Bermudas), Boston (Estados Unidos), Brest (Francia) y Porto (Portugal).

Es, por tanto, una oportunidad para conocer los secretos que esconde el "embajador" de Colombia en los mares del mundo, con sus 76,8 metros de longitud, sus tres mástiles y su motor de 1.300 caballos que, combinado con los 1.700 metros cuadrados de sus 27 velas, generan una velocidad promedio de 12,5 nudos, unos 23 kilómetros por hora.

Pero su encanto, quizá, reside en el crujido de madera al pisar la cubierta y la navegación que marcan las estrellas, porque eso es lo que la Armada enseña, entre otras habilidades, a estos 86 cadetes que integran la nueva promoción: navegar como antaño sin dejar de lado el GPS y las nuevas tecnología marítimas. Así que pasen y vean.

El ARC Gloria se puede visitar hoy de manera gratuita, entre las 09.00 y las 13.00 horas, así como de las 16.00 hasta 19.00 horas. También es posible verlo mañana lunes, aunque sólo en horario matutino, porque el bergantín zarpa por la tarde rumbo a Colombia, donde espera llegar el día 6 de octubre, ya sin los rigores de los huracanes que golpean el Caribe y esa parte del Atlántico estos días. "Los mares tranquilos no producen marineros habilidosos", comenta el comandante García, un viejo lobo de mar que recurre al refranero africano para resaltar que su país está rodeado de mares impetuosos.

Eso lo sabe bien Andrés Avella, otro capitán que conoce los secretos del Gloria tanto como las cartas de navegación. El oficial explica que las rutas para formar a los cadetes se escogen en estaciones con buena mar, con la intención de tener una travesía lo más tranquila posible. Por eso han llegado en verano a Europa y por eso emprenden ahora el regreso a su país, que es cuando en Latinoamérica acaba el invierno y cesa la temporada de lluvias.

Con todo, el Gloria se pasa casi un año en el mar con cada promoción, por lo que una de sus tareas es prevenir este tipo de fenómenos adversos para evitarlos, cuenta Avella, que no duda en señalar el Cabo de Hornos como uno de los lugares más peligrosos por los que ha navegado. Allí, en la última curva de Chile, se toca el océano Pacífico con el Atlántico y el mar está picado y revuelto de viento siempre. Es un paso que el barco conoce bien porque ha participado en varias regatas de veleros que dan la vuelta al continente americano para medir destrezas.

No parece uno de los buques escuela más grandes en esta categoría, pero luce coqueto un salón de oficiales que se antoja la envidia de cualquier pirata, con sus tablas barnizadas por el tiempo, su olor a café y varios objetos típicos de la cultura colombiana que invitan a la aventura. A la derecha del salón, con recibidor incluido, está el camarote del comandante, seguido de la estancia destinada a los oficiales y, encima, la gran cubierta donde los cadetes entrenan a diario.

Debajo, en las entrañas del barco, se encuentra el Rancho General, donde los jóvenes marineros duermen, comen y hacen vida social. Ojo. Duermen en coys, esto es, hamacas que van amarradas con cuerdas, muy juntas la una de la otra para aprovechar el espacio y adaptarse mejor el vaivén de las mareas. Ahí mismo comen, en unas mesas y sillas plegables que se descuelgan del techo. A los lados tienen las taquillas para sus cosas.

Nada le falta a la pequeña "ciudad flotante" del Gloria: cocina, lavandería, juegos para romper la monotonía, una bodega para almacenar 12 toneladas de alimentos... Y hasta un capellán, Pedro Miguel Cabrera, que trata siempre de velar por la tranquilidad espiritual de sus muchachos, en ocasiones inquietos por el encierro prolongado y la añoranza de la familia o de sus parejas.

Laura Billata es una de las 14 mujeres que aspira a licenciarse en esta promoción. Es tiradora profesional y por eso se metió en la Escuela Naval Almirante Padilla, para completar su formación. Este es su tercer año y sólo le queda uno para terminar. Ayer aprovechó para estirar las piernas y conocer la ciudad con otros compañeros, que pasearon hasta el parque Santa Catalina para sacar dinero del cajero. El objetivo final, el sur de la Isla. "Queremos conocer las Dunas de Maspalomas", comenta la camarilla.

Antes de pisar tierra, los reclutas protagonizaron una emotiva maniobra de atraque, con los cadetes descendiendo desde los mástiles mientras sonaba el himno nacional y se comunicaban entre ellos con silbidos. Después vino el intercambio de obsequios y la emoción del embajador, que se quedó sorprendido por la gran cantidad de compatriotas que sacaban fotos y desplegaban la bandera patria en el muelle. Los turistas del Navigator of the Seas, uno de esos cruceros inmensos que vienen desde Miami, tampoco perdieron la ocasión de ver la belleza analógica del Gloria, como la sombra de un rascacielos proyectada sobre una casa de madera. Es, además, la sexta vez que el velero recala en la bahía.

Furmanski, el embajador, dará mañana una conferencia en el Hotel Santana Catalina sobre el futuro de su país invitado por Prensa Ibérica, editora de LA PROVINCIA, como parte del programa de relaciones diplomáticas y comerciales que viajan a bordo del Gloria. La charla parece de lo más oportuna, con el Papa Francisco en plena visita a Colombia y una nación que se esfuerza por explotar su potencial turístico tras sellar la paz con la guerrilla de las FARC.