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La ciudad de ayer Recuerdos al subir la cuesta de Mata

Los otros tiempos del Polvorín

El barrio, construido sobre el desierto del barranco de Mata, fue un referente en los 70 y los 80 de la marginalidad que había en la ciudad

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La ciudad de ayer: Los otros tiempos del Polvorín

"Que cese toda la violencia y las calles del Polvorín puedan volver a ser transitadas", fueron las palabras que publicó este periódico hace 36 años, del padre de María Luisa Jiménez. La joven, que había nacido en El Polvorín en una familia de ocho hermanos, murió por culpa de un disparo de la policía después de saltarse varios controles con un coche robado, en noviembre de 1981. El dramático suceso produjo "graves disturbios" en el barrio al día siguiente de su fallecimiento. Los vecinos se rebelaron contra la autoridad con piedras y barricadas, cortaron la carretera de Mata, se quemaron vehículos, se lanzaron objetos y se hicieron pintadas nacionalistas en el mismo castillo de Mata, sede entonces de la Legión. La operación policial tuvo un saldo de 68 detenidos, algunos con antecedentes delictivos, ya que tras el tiroteo al coche de María Luisa los acompañantes huyeron.

El terrible suceso era reflejo de la realidad que entonces vivía el barrio capitalino. La marginación y la heroína se había cebado con numerosos jóvenes durante los años setenta y ochenta. "Antes nadie quería entrar al Polvorín; igual salía el coche sin ruedas", apunta, entre sus recuerdos, Jesús Díaz, dependiente de la Tienda de Suso.

El pequeño negocio lleva en la calle Dolly, esquina con Mata, desde 1948. Los padres de Suso, como lo conocen todos, llegaron al barrio en la época del hambre desde Valsendero (Valleseco). Allí decidieron poner un negocio de aceite y vinagre junto a lo que era entonces la salida de Las Palmas de Gran Canaria rumbo al norte de la Isla. El tendero nació dos años después de fundarse el negocio familiar.

Durante mucho tiempo el barranco de Mata y Las Rehoyas fue el extramuros de la ciudad. Allí solo había algunas huertas y polvo. El cuartel, que lleva el mismo nombre del que hoy es Museo de la Ciudad y del Mar, era la única construcción de la zona. Fue en la década de 1850 cuando empezó a cambiar todo. La primera carretera insular del Estado en Gran Canaria, aún conocida como Carretera General del Norte, se construyó hace siglo y medio. Y el paisaje, dominado entonces por el castillo del siglo XVI y los restos de la muralla, comenzaron a poblarse de familias humildes que venían a trabajar a la ciudad. A las cuevas del Provecho se les sumaron pronto las casas terreras de Mata y la barriada de San Antonio. La calle de Bravo Murillo era el Camino Nuevo, porque desde allí salían los coches de hora hacia el campo.

Barriada

A finales de la década de los cincuenta del siglo XX, el crecimiento de la urbe por la inmigración del campo era tal que obligó a las autoridades a descongestionar la ciudad baja. El Patronato Francisco Franco es de aquella época. Una barriada, casi piramidal, con viviendas de apenas 42 metros cuadrados y en la que, a veces, se hacinaban familias de hasta diez miembros.

Los edificios se apilaban unos detrás del otro desde el lecho del barranco hasta los límites con Schamann. Las calles tardaron años en estar urbanizadas y, a finales de los sesenta, los niños tenían que bajar por pistas de tierra a la escuela. El alumbrado público y el alcantarillado también estaba en precario.

Carmen Rodríguez Castillo lleva en El Polvorín más de cincuenta años. Ella nació y creció en San Nicolás, en la calle Gregorio Gutiérrez, pero a finales de los cincuenta unas fuertes lluvias destrozaron numerosas casas terreras en el risco y obligó a muchas familias a trasladarse hacia el Polvorín. La familia de Carmen fue una de ellas.

A sus 88 años, Carmen ve la vida pasar con algunas amigas en los muros de la calle San Antonio de Padua. "Lo que era y lo que es hoy", reflexiona. "Cuando llegamos todo esto era un barranco, no había carretera, ni nada", cuenta, mientras hace memoria. Carmen guarda grandes recuerdos de aquella época, aunque la tragedia que causaron las drogas es imposible de borrar. "Era una cosa terrible, lo peor era cómo se la daban a los chiquillos".

"Ahí dentro no se metía cualquiera", contesta Suso, rodeado de los habituales de su tienda, la mayoría residentes en El Polvorín. "Nací y me crié en el barrio, luego me alisté en la Legión y fui a Fuerteventura; mi familia venía a ca' Suso, donde le fiaban la comida y luego ellos me enviaban un paquete que entregaban en el cuartel de Mata", señala Paco Santana.

Las 842 viviendas, tan emblemáticas durante años en el barrio, desaparecieron del paisaje en 2009. El foco de marginalidad en el que se había convertido la zona se transformó en un espacio más amable, con casas de hasta 90 metros cuadrados y jardines. Hoy cuentan incluso con un gran huerto urbano.

Una valiosa foto de 1890 muestra la zona militar que hoy ocupa el parque de Las Rehoyas. Durante años el barranco estuvo vacío para alojar en sus cuevas la munición de un polvorín, que luego fue abandonado.

Con las casas de protección oficial, las cuevas que habían servido como viviendas para las familias humildes se abandonaron. "Bastantes veces entré, allí hay una tierra especial que vendíamos para limpiar los calderos, era muy buena", indica Carmen Rodríguez. Su tío Juan Jesús González era quien se ocupaba de picar la piedra y sacar el material, "se conocía todos los escondites de las cuevas".

En agosto de 1987, la ayuda de este hombre fue de vital importancia para salvar a unos niños que se habían metido en una de las grutas del barranco conocida como Pim Pam, cuya entrada estaba en San Antonio. "Gracias a él pudieron salir con vida de ese laberinto", tras permanecer tres días sin luz, agua y comida. El suceso conmocionó al barrio del Polvorín, cuyos vecinos se volcaron en su búsqueda.

La gran repercusión mediática obligó al Ayuntamiento a tapiar todas las cuevas del barranco, desde San Antonio hasta Las Rehoyas. "Están todas con una capa de hormigón; se volvieron muy peligrosas", explica Carmen Rodríguez, que cuenta la historia.

Junto a Carmen se sienta su amiga Rosario Sánchez, antes de volver a casa para que no se le queme el potaje. Ella también conoció muy de cerca la actividad militar de estas laderas. "Vivía en San Luis, eran unas chozas que teníamos junto a los cuarteles de los paracaidistas", cuenta, mientras señala al gran parque urbano que ocupa aquel terreno desde el año 2000. Poco antes de su construcción, ella consiguió una vivienda protegida en El Polvorín. "Se vivía bien, veíamos siempre a los militares haciendo las prácticas; bueno, venía gente de todos lados a verlos, te apoyabas en el muro y era entretenido". A sus 82 años, ahora disfruta junto a su amiga de los paseos matutinos en un barrio que dejó de ser lo que era para "ser algo mejor".

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