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La ciudad de ayer Un mar de arena en el Puerto

Por las dunas de Mesa y López

En cien años el arenal de Santa Catalina pasó de separar la ciudad a ser una avenida enmarcada por altos edificios y grandes almacenes

Por las dunas de Mesa y López

Las caravanas de tartanas y burros, cargadas de mercancía, se desplazan a paso ligero, en alerta constante, observando a su paso que los vientos no tumben las montañas de arena que jalonan el camino. Corre el año 1890 y para ir desde el núcleo fundacional de Las Palmas de Gran Canaria hasta el incipiente puerto de La Luz hay que atravesar una carretera solitaria, en pleno desierto. Los restos del antiguo castillo de Santa Catalina y una casona propiedad de la familia de Pérez Galdós eran las únicas construcciones.

La denominada carretera del Puerto, construida en la segunda mitad del siglo XIX, fue el eje vertebral de la capital grancanaria durante mucho tiempo. Los barrios comenzaron a crecer sobre ese mar de arena entorno a la actual calle León y Castillo. Sacada de una postal del lejano Oeste americano, la iglesia del Pino se levantaba casi en solitario en la calle presidente Alvear hasta, más o menos, la Guerra Civil.

"Perdíamos todos los calcetines en la arena, nos pasábamos el día jugando allí", afirma Fela Álamo mientras recuerda aquellos maravillosos días cuando se divertía con sus amigos en las dunas que hoy ocupan los esbeltos edificios de Mesa y López. "Al llegar a casa nuestras madres nos reñían fuerte porque no tenían dinero para comprarnos unos nuevos", continúa.

Los arenales se extendían por toda la actual avenida, separando los barrios de Alcaravaneras de Santa Catalina. Su extensión bordeaba Guanarteme y llegaba hasta la zona de La Minilla, despoblada en aquel entonces. "Las casas de la calle Blasco Ibáñez tenían una muralla para poder retener la arena", señala Álamo.

Fela nació en 1940 en las casitas del refugio, en ese entonces las aguas del mar aún saltaban al istmo de Santa Catalina. Cinco años antes empezaron las obras del nuevo muelle frutero, sede del Arsenal poco después. Además, comenzaron los planes para urbanizar los solares de arena dorada. Precisamente, gran parte de estos terrenos se expropiaron durante la Guerra Civil a la familia del doctor Juan Negrín, entre otras personas afines a la República.

La dura posguerra en Canarias se reflejó en multitud de chozas y casas terreras muy humildes que empezaron a colonizar el campo dunar. Muchas familias se obligaron a emigrar rumbo a Centroeuropa o América del Sur. Es el caso de Fela Álamo, quien recién casada puso rumbo a Chile.

"La ciudad que dejé atrás poco tenía que ver con la de ahora, la gente aquí era muy cerrada de mente y no había dinero", apunta esta emigrante. De la capital chilena guarda grandes recuerdos, pues allí conoció gente "muy respetuosa y agradecida". Vivió varios terremotos, hasta tal punto que su hijo mayor nació en mitad de uno de ellos, "se me cortó el parto de la impresión".

A finales de los sesenta decidió regresar a su ciudad natal. Recuerda que hasta que no avistó la silueta de Las Palmas de Gran Canaria desde el barco no lloró de alegría. "Mi hijo de siete años me dijo que ya entendía porque echaba tanto de menos mi tierra, porque tenía el mar en la puerta de casa", recuerda. Aún así, parte de su vida se quedó al otro lado del Atlántico. "El padrino de mi hijo es chileno, vino a Canarias después de 30 años sin verlo y aquello nos llegó mucho", se emociona todavía al contarlo.

Cemento sobre la arena

El primer tramo de Mesa y López, entre el Arsenal y la calle General Vives se comenzó a ejecutar en 1951. La idea era enlazar el puerto con el tramo final de Paseo de Chil, a modo de circunvalación de la zona baja de la ciudad. El plan incluía una gran rotonda que se bautizó como Plaza de la Victoria para conmemorar el triunfo del franquismo en la Guerra Civil. Con la Transición el espacio se renombró como plaza de España.

En 1958, año en el que partió Fela Álamo a Chile, se inauguró el Mercado Central. Los padres de Amalia Navarro montaron allí dos puestos, uno de fruta y verdura y otro de huevos y lácteos. Hoy Pepita Domínguez es la única que sigue allí al pie del cañón, después de casi 60 años despachando frutas y verduras de Gran Canaria.

La familia de Amalia se mudó al recién inaugurado edificio Azor en 1966. A pesar de vivir hasta ese momento en Playa Chica, los Navarro apostaron por la modernidad de la nueva avenida Mesa y López. "Les costó construir, porque intentaban cavar para hacer los cimientos y solo había arena y salía agua todo el rato", indica Amalia, azafata de Iberia en aquellos años. "Cuando tenía que madrugar bajaba corriendo la calle por la carretera, estaba todo muy solitario y daba respeto", rememora sus años de juventud.

Desde el balcón de su casa aún se podían apreciar multitud de solares por toda la avenida. "Los moteros venían a hacer carreras de lo solitaria que era esto", apunta Navarro. No obstante, los bloques de la cooperativa de Madera y Corcho se entregaron en 1969 y las torres de los taxistas en 1972. Hoy, estos últimos son los edificios más altos de la capital grancanaria.

Manuela Díaz se mudó a la calle Néstor de la Torre en esas fechas. Gran amiga desde entonces de Amalia Navarro, ambas siguen quedando a los pies del Mercado Central para hacer la compra y pasar la mañana charlando. "En mi casa tenías que dormir lo más alejado posible de las ventanas, porque no se podía con el ruido de los camiones a primera hora de la mañana", recuerda.

La plaza de abastos fue hasta la construcción de Mercalaspalmas el centro de distribución de las mercancías agrícolas para toda la Isla. "Esto era el único supermercado, no había otra cosa", añade Pepita mientras mueve una caja de papas del país.

A principios de los setenta Fela Álamo también compró junto a su marido un piso en plena Mesa y López. "Era todo muy tranquilo, hasta que abrieron Galerías Preciados", apunta. "Desde entonces esto no ha parado de subir como la espuma", continúa.

Cuando Fela volvió de Chile la capital estaba en plena transformación. Gran parte de las dunas de su infancia estaban bajo el cemento y las suecas cambiaron la forma de pensar del canario. "Se notó muchísimo, la gente abrió la mente con el turismo, mi marido trabajó en una agencia de viajes en la calle Sagasta y vivió ese cambio", explica.

A pesar del boom inmobiliario que se vivió en la década de los setenta, a principios de los ochenta aún existían pequeños arenales en la zona del Paseo de Chil, junto a lo que hoy es La Minilla. Largas tardes de sábado vivieron allí los aficionados a la Unión Deportiva Las Palmas. "Cuando hicieron los aparcamientos subterráneos de la Plaza de España levantaron la calle y se encontraron arena blanca, todo era arena, fue increíble", recuerdan Amalia Navarro y Manuela Díaz.

En 1977 abrió sus puertas El Corte Inglés frente a Galerías. Los grandes almacenes se abrieron de cara a la campaña de Navidad por todo lo alto, desde entonces Mesa y López no paró de ganar popularidad. En 1995 la empresa absorbió a Galerías Preciados, por lo que la compañía pasó a tener dos centros en la destacada calle.

Mesa y López pasó de ser un desierto a ser una de las calles comerciales más pujantes de Las Palmas de Gran Canaria en muy poco tiempo, incluso hizo descender mucho las ventas en Triana, antaño la reina de las compras. "Se levantaron muchos edificios grandes en muy poco tiempo", señala Amalia Navarro; no obstante su edificio, el Azor, tiene 19 plantas. La avenida convirtió la ciudad en una gran urbe.

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