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La ciudad de ayer El nacimiento de Ciudad Alta

Los que volaron a Schamann

Fueron muchas las familias que decidieron irse a vivir a la zona alta de la capital entre 1940 y 1970, una zona que estaba cubierta de tomateros

La moderna Ciudad Alta.

"Nadie quería vivir aquí, hasta rechazaban las casas", comenta un grupo de amigas en el parque de Don Benito, el corazón del barrio de Schamann. Las lomas de Ciudad Alta fueron hace más de 50 años una estepa de polvo y tomateros. Las pequeñas casas de autoconstrucción crecían de una forma casi anárquica. Mientras, las plantaciones seguían ocupando numerosas hectáreas del distrito más habitado de la capital grancanaria en la actualidad.

Fueron muchas las personas que no querían vivir en Schamann. La falta de servicios de todo tipo suponía un grave inconveniente. La ciudad creció hasta los años cuarenta como una urbe lineal entre la vieja Vegueta y la pujante zona del Puerto. Pero, la inmigración desde otra islas y el éxodo rural desbordaron este sistema. Muchas familias decidieron entonces anclar su futuro en la zona. "Los pájaros vuelan del nido, y en mi caso volé hasta aquí hace 52 años", señala Farías mientras pasea a su perro por el parque de los Galgos.

Las lomas de Las Rehoyas formaron parte del extinto municipio de San Lorenzo hasta su absorción por parte de la capital en 1939. A finales del siglo XIX la familia suiza Schamann compró gran parte de los terrenos que hoy ocupan Ciudad Alta. Alfredo Schamann vendía en ese entonces parcelas a los jornaleros por 50 céntimos de peseta. De esta manera crecieron varias viviendas en precario.

En 1907 José Carló Medina ideó un barrio modélico de anchas avenidas arboladas y viviendas unifamiliares. Además, pequeños hoteles de lujo ocuparían la cornisa sobre el Paseo de Chil, con una visión panorámica sobre la capital. La barriada de Carló prometía ser el germen del actual Schamann, mas nunca llegó a consumarse, por lo que el proyecto acabó en el olvido pocos años después.

El Plan General de Ordenación Urbana de 1943, a cargo del arquitecto Secundino Suazo, planificó por primera vez, de forma real, el crecimiento de la ciudad por las lomas de Las Rehoyas. Desde entonces y hasta 1946 se entregaron un conjunto de 176 viviendas unifamiliares del Patronato Francisco Franco en la cornisa de Schamann. La urbanización estaba formada por una serie de casas de dos alturas con jardín y varios bloques multifamiliares de escasa altura. Su construcción fue emprendida por el Mando Económico de Canarias durante el gobierno del general García Escámez.

El barrio comenzó a coger forma. El primer colegio de la zona fue el García Escámez, en honor al militar, hoy rebautizado como Timplista José Antonio Ramos. A lo largo de la década de los cincuenta se configuró el eje de las calles Pedro Infinito, Zaragoza y el ahora parque de Don Benito. "Cuando llegué aquí ni siquiera estaba la iglesia hecha, eran todo campos de tierra", señala Luisa Rubido Cabrera, en referencia a la iglesia de los Dolores.

Aunque ahora Rubido tiene 82 años, ella era un muchacha veinteañera cuando se vino a vivir a la calle Federico Viera en 1955. En ese entonces, el Estado volvió a entregar una nueva promoción de viviendas en el barrio, en este caso las calles se dedicaron a los personajes más representativos de las obras galdosianas. Así lo atestiguan Doña Perfecta o Mariucha.

"Antes solo había una guagua para bajar a Las Palmas, valía cuatro pesetas y te dejaba por el castillo de Mata, frente a una dulcería buenísima", explica Rubido. Su amiga Josefa Medina Rodríguez llegó al barrio poco después, con ocho años. Acabó en casa de su tía, quien vivía al borde del Barranquillo Don Zoilo. "Ella tenía la casa allí porque le expropiaron la suya para hacer la calle Zaragoza, aunque todos en la zona eran familias que acababan de llegar de Fuerteventura", apunta.

A comienzos de la década de los sesenta todavía no existía el colegio Reyes Católicos, hoy Don Benito, por lo que Josefa podía ver la nueva iglesia de los Dolores desde su casa. El templo celebró su primera boda en junio de 1957. En esas fechas se construyeron los grandes bloques de viviendas que taparon la urbanización galdosiana. "El muro de la vergüenza lo llamaron", indican estas mujeres. Ahora Medina vuelve a vivir en Schamann con su madre, Antonia Rodríguez, quien cumplió 95 años estos días.

Con el crecimiento del barrio llegaron los comercios. Schamann se convirtió pronto en una zona de compras con precios asequibles. El eje Pedro Infinito con Zaragoza se convirtió desde finales de los sesenta en la nueva Triana. "Aquello eran unos comercios de miedo, tenías de todo", repite Luisa Rubido. "El que bajaba a Las Palmas es porque quería", continúa. Jugueterías, perfumerías, tiendas de ropa, de muebles, aquello era un hervidero de gente.

El asadero El Puente lleva, precisamente, en la calle Zaragoza desde finales de los sesenta. Ahí sigue en pie, con uno de los servicios de comidas para llevar más conocidos de la capital grancanaria. La tienda de Eusebita Bravo, el bazar Minita o el bar Texas fueron de los primeros en abrir. Entre ellos estaba también el comercio del palestino Adel Faleh, también conocido como "el árabe", quien desembarcó en la ciudad en 1950 y dos años después ya tenía una tienda de telas en Pedro Infinito.

Los reyes del ocio

Durante casi tres décadas los comerciantes de Schamann "no daban abasto" ante la cantidad de público que inundaba las calles. "Esto fue como Triana, o mejor incluso, con tiendas en todos los rincones", indica Farias. "En fiestas y Navidad se llenaba todo de luces, daba gusto pasear y ver el ambiente que había", continúa.

Farias nació en el barrio marinero por excelencia, San Cristóbal, después de trabajar como labrador en las huertas de la extinta Vega de San José decidió "volar del nido" hasta Ciudad Alta. Llegó en 1965, en pleno auge del barrio. Trabajador de la construcción durante años, disfrutó de los paseos por Pedro Infinito con sus hijos. Aunque, sus grandes recuerdos se encuentran en el antiguo canódromo.

Gente de toda la ciudad se acercaba a Schamann para ver las competiciones de galgos desde las gradas que rodeaban la pista de carreras. "Venía los domingos con mis hijos, daba gusto ver cómo se llenaba y el ambiente", concluye Farias, mientras ahora pasea a su propio perro por el nuevo parque de los Galgos.

Las apuestas a los cánidos desaparecieron a principios de los ochenta. Desde entonces el terreno se convirtió en el caramelo urbanístico de Ciudad Alta. Precisamente, la biblioteca municipal Dolores Campos ocupa ahora las antiguas oficinas del canódromo.

El Ayuntamiento intentó durante años comprar estos terrenos sin éxito. Fue la constructora Inprocansa quien los adquirió. Entonces comenzó un pelotazo urbanístico que llega hasta la actualidad. El Consistorio logró crear un parque, el de los Galgos, pero a su vera se levanta hoy un esqueleto de hormigón y cemento. Las torres del Mar, más conocidas como del Canódromo, se quedaron entonces a medio construir.

La zona comercial de Pedro Infinito también ha sufrido un gran cambio. La mayoría de los comercios tradicionales han bajado la persiana. La apertura del centro comercial La Ballena en las navidades de 1992 hizo un auténtico daño a los minoristas. Pero, aún así, son varios los que hoy aguantan con orgullo schamanero.

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