La Provincia - Diario de Las Palmas

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La rueda del navegante

La historia del 'Itaca'

El navegante solitario Albert Solá dio la vuelta al mundo en su velero antes de morir

Varios veleros en aguas de la costa de Lanzarote.

Hace días dije en estas mismas páginas lo importante que es el hacerse un reconocimiento médico exhaustivo antes de emprender un viaje de cierta relevancia; máxime cuando es un navegante solitario. Casi nadie lo hace. He ido pacientemente haciendo una encuesta entre los navegantes que pasan por aquí, y un 99% no lo consideran necesario pues se "sienten sanos".

Una vuelta al mundo requiere una atención especial en todos los ordenes; empieza por el despacho del médico, de un psicólogo o de un psiquiatra, y acaba por una preparación minuciosa y exhaustiva del patrón y del barco; eso es lo razonable.

Darla en solitario, la da cualquiera que tenga tiempo y no mucho dinero, más aún por la "ruta de la mantequilla," con o sin un GPS ni sextante. Conozco a varios atrevidos, y hay muchísimos navegando, que la han dado y les siguen actualmente y seguirán otros tantos. Canijos, gordos, tuertos, mancos, con pies ortopédicos, etc. Han hecho realidad su sueño de circunvalar el mundo sin alharacas ni fantasmadas de heroicidades inexistentes. El Atlántico lo han cruzado en wind surfing, en botes a remo, en balsa salvavidas y boya a la deriva, en patín a vela, nadando (sí señor, no se asusten), etc. Ya conté en estas páginas la vuelta al mundo de un ruso en un cajón de tres metros y medio y un españolito en un Gregal. Por tanto, no hay que magnificar lo que es cotidiano y más que visto

Otra cosa es hacerlo en regata por el gran Sur y sin escalas, como la Vendee Globe y otras similares. Ahí sí que hay que ser de una pasta especial; un fuera de serie en todo. Los demás somos del montón y algunos menos que eso, unos irresponsables.

La suerte o la proximidad a puerto han querido que una presumible desgracia quedara en nada. Pero no hay que tentarla, no siempre tenemos a mano esa escala salvadora hasta muchos días después de iniciado el viaje, y por otro lado, el Ángel de la Guarda ya tiene overbooking de tantos disparates a flote por esos mares.

Observo que cuando vamos al médico, y a mí me ha pasado, nunca nos preguntan por nuestros vicios; o no los sacamos a colación por un poco de vergüenza o no concederles mayor importancia; y para un navegante es imprescindible sincerarse y decir la verdad, pues en otro caso nos abocamos al desastre.

Hay fundamentalmente dos que son muy graves; la droga y el alcohol. En el primer caso conozco uno, muy triste; un hijo, que con un rifle, mató a su padre, madre y hermano, próximos a arribar a la Polinesia. Una hermana a la que dejó con vida, fue la que llamó por radio a Tahiti. Tuvo que salir un barco de la Armada francesa a rescatarlos. Ese viaje lo hicieron esos ilusionados padres, sabiendo la dependencia de su hijo de la droga, para tratar de sacarlo del entorno de la misma y recuperarlo. Creo que si se hubiera solicitado la opinión de un médico experto no habría sucedido tamaña desgracia, pues no es fácil meterse en un barco con un drogadicto en estado de ansiedad, para tratar de curarlo en largas travesías sin medicación o consejo previo alguno.

El otro vicio y el más extendido y que también se oculta, suponiendo que se hagan el citado reconocimiento, es el del alcohol. Este es el que ha causado más problemas pues al faltar, deviene el delirium tremens y por tanto alucinaciones espantosas que propician la calamidad.

El cansancio, si se está bien comido y dormido, y se hacen escalas frecuentes y largas para reponerse, jamás ha sido causa de la pérdida de ninguna vida humana. Por otro lado, en un barco, y lo digo con la experiencia de cuatro travesías atlánticas en solitario, no hay nada que hacer como no sea dormir muchísimo, comer, leer, vigilar de vez en cuando, hacer chapuzas para matar el aburrimiento y, haraganear; eso en condiciones normales de una buena navegación. Entiendo por tal, el tener una perfecta información meteorológica para esquivar tormentas, y tres timones automáticos en el caso de una vuelta al mundo. El Gran Ugarte en su primera llevaba cinco. Y toda clase de repuestos para minimizar el riesgo de agotarnos, por otro lado difícil, pues siempre hay el recurso de irnos a dormir, que mañana las cosas estarán más claras. Así lo hizo en su segundo viaje el mencionado navegante, después de taponar una vía de agua y de un agotador achique que estuvo a punto de mandarlo al fondo.

El recurso al descanso en las peores circunstancias, siempre lo tenemos a mano y además el cuerpo lo reclama y queramos o no, caemos tiesos en la litera. Por tanto el cansancio raramente puede producir ninguna situación crítica y menos aún, si como digo más arriba se come y se duerme bien aunque esto último se haga a intervalos de treinta minutos como lo hacia Albert Solá, protagonista de nuestra historia de hoy, y como anteriormente lo han hecho otros navegantes.

El alcohol en exceso es muy grave, se coma o se duerma lo que se quiera; al faltar, pasa factura a la cabeza y más si son bebidas fuertes y las tomas a pelo o con mezclas que alargan la ingesta, o la agravan, pero no disminuyen su contenido aunque lo disimulen.

La pregunta del millón es, ¿cómo sé yo, averiguo o intuyo que un navegante bebe o se droga, si no se le nota ni te lo manifiesta por radio?. Cuando me entero es cuando me lo dicen otros que han convivido con él en los puertos en que coincidieron y además a toro pasado, es decir cuando ya ha ocurrido lo impensable, entonces aparece todo el mundo asegurando con vehemencia los motivos o causas del suceso, en vez de advertirlo antes. ¡Imposible!

Por otro lado la gente no se quiere meter en líos y también ignoran los vicios de los que ha conocido circunstancialmente y por breves días, máxime si son extranjeros; de por sí muy comedidos y reservados. Luego ata cabos y llega a la conclusión, como todos, que lo sucedido es, por aquellas copas en demasía que él creía que eran para celebrar la llegada a puerto. En realidad, ignora que era la tónica general de todo su viaje y que al final, le pasó terrible factura; pero lo dicen cuando ya es muy tarde para remediarlo. Así me he enterado, de algunos casos, varios meses después, al pasar esos navegantes nuevamente por aquí.

En Cabo Verde apareció un solitario con un tiro en la cabeza, en una playa despoblada, sin faltar nada del barco y con varias botellas de alcohol vacías; no se sabe si fue suicidio, asesinato, etc. Por tanto abordo, copas ni una, y al que no le guste que se quede en tierra, pues puede causarle un accidente al compañero que ni las prueba. Si la medida vale para los coches, más para los barcos y mucho más aún para los solitarios. Todo lo anterior viene a cuento porque mi buen amigo Alberto Solá, a quien seguí en casi toda su vuelta al mundo en solitario, haciendo la Ruta del Café, me llamó al día siguiente de salir de Santa Elena para decirme que se había desmayado y que había tenido una hemorragia con pérdida de unos dos litros y medio de sangre por el recto. Se encontraba muy débil y sin fuerzas absolutamente para nada.

Albert es un catalán estupendo, un rara avis, comparado con lo que veo pasar por aquí. Es un gran intelectual, muy culto, y con el que la disertación sobre cualquier tema es una delicia. Es físico y economista de verdad; digo esto porque por este puerto ha recalado gente que me ha engañado, haciéndose pasar por lo que no son. No sé por qué. ¡Señor si contara!. Virtuoso violinista, es experto mundial en temas de café, única bebida que toma navegando, pues me recalcó mucho, que aunque le gustan las copas moderadamente, en el barco no lleva ni una sola cerveza; lo mismo que yo. Estuvo aquí, dio una charla muy amena en el R. C. Náutico de G. C. y otra en la R. S. E. de Amigos del País de esta ciudad presidida entonces por el animoso y entrañable amigo Kiko Marín, marqués de la Frontera.

Descubrió maravillado el café de Agaete, dio charlas y consejos sobre su cultivo allí, pues dijo que era de una calidad excepcional.

En este puerto hizo algunas reparaciones muy imprescindibles pues venía mal instalada la radio, la potabilizadora y el generador. Se fue muy contento de tenerlo todo arranchado. Era poco mañoso para descubrir o arreglar cualquier avería, se le hacía un mundo. Pacientemente le indicaba como hacerlo o a quien dirigirse para su solución, como en Venezuela, con el generador.

Va haciendo un minucioso estudio por todos los países cafeteros por los que pasa. Ya ha publicado un primer volumen sobre este viaje y el objetivo del mismo, que he leído con gran avidez; está terminando el segundo sobre la misma materia. Nunca pensé que el café diera para tanto y que fuera tan apasionante su historia en las diferentes naciones que tienen este cultivo. Da trabajo a sesenta millones de personas y después del petróleo es el producto que más dinero mueve en el mundo. Pues bien, nuestro hombre sí se hizo un reconocimiento médico, pero no radiografías para ver como funcionaba de la línea de flotación, de la cintura, para abajo.

Se prestó a un interesante experimento, por parte del la Unidad del Sueño, del prestigioso Dr. Estivill del I.U. Dexeus; y a otro, del Centro de Nutrición y Dietética. Espero que se publiquen en estas páginas, pues los resultados pueden ser muy importantes sobre todo para los navegantes solitarios. Llevó durante año y medio una pulsera especial o actímetro, que vía Internet, le controlaba las horas que dormía y los posibles efectos en su organismo En fin un tema de mucha enjundia que seguro será muy interesante en su aplicación a los deportistas del mar entre otros.

Me confesó, que venia teniendo pequeñas hemorragias desde hacia varios meses; antes de aparecerle esta última tan abundante. Creía que se debía a posibles hemorroides y por ello no le dio mayor importancia.

Inmediatamente, me puse en contacto con un hospital de Las Palmas. Un médico amigo y especialista me apuntó la posibilidad, por los síntomas que le daba, de un posible cáncer de colon.

Afortunadamente iba acompañado por su hija y el novio de esta, Bill, que habían embarcado en Durban, para hacer el último trayecto hasta España en unas vacaciones largamente preparadas.

Estaba de acuerdo en que lo prudente era regresar a Santa Elena a pesar de los modestos medios médicos de aquella apartada isla, en donde solo para desembarcar hay que ser un artista del trapecio. Avisé por teléfono, vía Londres, a los amigos que había dejado en la misma para que lo ayudaran en su desembarco, dada su extrema debilidad, y lo trasladaran urgentemente al hospitalillo de aquel pueblo y capital de la isla de solo 4.000 habitantes. Hubo que hacer una llamada a la población para buscar sangre de su grupo, y allá fueron todos en su ayuda a donarla solidariamente.

A los pocos días se le detecta el tumor que sospechaba mi amigo, que no le ocultaron, ni él tampoco a mí ni a ninguno de los navegantes que estábamos interesados en su evolución y éramos informados diariamente por Bill, desde la radio del barco.

Se imponía la evacuación urgente. Pero una cosa es querer y otra poder. Por Santa Elena pasa un barco cada 15 días con salida y llegada a Ciudad del Cabo. Normalmente va lleno, pero dada la gravedad del caso, y de que el barco alargaba su viaje por avería de uno de sus motores, se le dio prioridad y viajó a este puerto en compañía de su hija y del médico, que casualmente tenía que regresar. No había entonces aeropuerto, ahora sí lo hay, desde hace un par de años. Hubo que esperar varios días en Ciudad del Cabo para conseguir billete a Londres y luego viajar a Barcelona. Total, por lo menos un mes para llegar a casa.

Otro problema que se presentaba era el traslado del barco. Bill tenía que regresar a su trabajo inexcusablemente; su novia acompañaba a su padre en el retorno; no quedaba más solución que, Bill trasladara el barco en solitario hasta Ascensión, donde hace escala un avión militar de pasajeros Tristar que de Londres va a las Malvinas. Así se hizo; conseguí enviar en dicho avión a un patrón, que me había recomendado Leo, el propietario de la marina El Cocodrilo, en Mallorca, y regresar Bill en el mismo. Daba la casualidad que me conocía, pero yo, como tantas veces, no lo recordaba. El amigo Ferran, persona encantadora y magnifico profesional; hizo un viaje rápido y sin casi problemas acompañado de su novia. Una escala en Dakar y otra aquí para reponer víveres y hacer pequeños arreglos y en dos meses se plantó en Barcelona. La alegría de Albert al ver su querido barco nuevamente en el club Marítimo, le ha dado un optimismo tal, que ya está haciendo proyectos, sin aún haberse operado. Todos los días hablo con él, y aún están estudiando los médicos por donde empezar, pues el tumor se le ha extendido, y parece ser que primero lo van a operar del colon y dos meses después del hígado. No pierde su buen humor e ilusión y apremia a los cirujanos para que lo "rajen" ya de una vez. Le comenté, que si se hubiera hecho una revisión profunda antes de partir, quizás hoy no tendría los apuros por los que está pasando, pero me contestó sin concederle importancia, que si se lo hubieran descubierto antes, no habría hecho este viaje que tanta felicidad, conocimientos y placer le ha proporcionado.

¡Todo un hombre!. Sencillo, cordial, amable, educado........ en fin, un caballero navegante de verdad.

¡Albert, a capear este temporal!. Sé que todo saldrá muy bien y regresarás a puerto como tu barco. Los amigos que han seguido tus vicisitudes me preguntan a diario por ti, en especial el querido mallorquín, Sinto Bestard, del Snooty Fox, que te envía, desde el Antártico, sus recuerdos y mejores deseos de que superes este trance.

Sinto es el primer navegante ciego total que conozco. Por supuesto viaja con tripulación, pero como tiene muy desarrollado otros sentidos, es el que ordena lo que hay que hacer con el aparejo para amarinar mejor el barco.

Pasaron unos meses. Mario Bordón, corresponsal de La Rueda en Tenerife y yo nos fuimos juntos, como siempre, al Salón Náutico de Barcelona. La visita a Albert era obligada. Charlamos larga y animadamente, le brillaban los ojos con sus recuerdos; había terminado su segundo libro, pero sabía ya que no tenía arreglo, a los tres día de esa visita murió. Poco después, víctima del alhzéimer, se nos fue también Sinto. Ya estábamos en Canarias y por tanto no pudimos asistir a ninguna honra fúnebre, sólo expresar nuestra contrariedad y disgusto a su familia. ¡Hasta la eternidad, Albert!

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