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La ciudad de ayer El cemento que transformó el Barranquillo

De Don Zoilo a Santa Catalina

El cemento hoy sepulta un barranco pedregoso que discurría con palmeras por la calle párroco Villar Reina y la avenida Juan XXIII

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La ciudad de ayer | De Don Zoilo a Santa Catalina

"Ahora lo llaman Barriada de Santa Catalina, pero para nosotros esto siempre será el Barranquillo", subrayan numerosos vecinos de Ciudad Alta de forma enérgica. Durante décadas el tajo que separa Schamann de Escaleritas se ha conocido como Barranquillo de Don Zoilo, un nombre popular aún para la mayoría, pese a los cambios administrativos. Pero, lo cierto es que este lugar se llamó primero de Santa Catalina, en un tiempo en el que su curso era un pedregal repleto de palmerales y tuneras de tunos indios.

Allá por el año 1900 la ciudad baja de Las Palmas de Gran Canaria difería mucho de lo que es hoy día. Tal y como refleja una instantánea de Da Luz Perestrello de dicho año, las mujeres acudían a los palmerales en busca de agua, cosechas y cuidar su rebaño de cabras. Ese cauce seco, con esa mujer de pieles curtidas, se trata del barranquillo de Santa Catalina. Aunque no lo parezca, la modernidad se instaló allí y hoy ese curso es la avenida Juan XXIII.

La cercana ermita de Santa Catalina, hoy situada dentro del Pueblo Canario, dio nombre a este lugar. La desembocadura del barranquillo fue un pedregal flanqueado por altivas palmeras cargadas de dátiles hasta su copa. Unos puentecillos de piedra lo salvaban en lo que ahora son las calles León y Castillo y Paseo de Tomás Morales. De esta manera se conectaban las fincas de plataneras que había más allá de Triana con el nuevo barrio de Ciudad Jardín.

Mientras, el tajo que discurría por encima del futuro paseo de Chil seguía desértico, pero no por mucho tiempo. Las hambrunas que padecieron los majoreros obligaron a muchos a emigrar a Gran Canaria. Los terrenos pedregosos de este barranquillo fueron, para muchos, la única oportunidad que tuvieron para construir una casa, aunque fuera en precario.

Las nuevas casas se multiplicaron de forma anárquica en ambas bandas del barranco, al mismo tiempo que lo hicieron las chozas de madera. Precisamente un majorero, Zoilo Padrón, canónigo de la catedral y propietario de estos terrenos, dio nombre a este lugar.

En la posguerra llegó la familia de Lidia Reyes. En este caso lo hicieron desde las medianías de Gran Canaria, concretamente desde Aríñez. "Mi abuela empezó con este negocio cuando llegó, aún muchos la recuerdan y dicen que vienen a ca' Ninita", apunta Reyes, en recuerdo de Benigna Montesdeoca, quien regentó durante muchos años la única tienda de aceite y vinagre que sigue en pie en el barrio.

En otro tiempo existieron hasta nueve locales de este tipo. Sin contar con otros tres bazares. "Vendían desde calderos a ropas, perfumes, todo lo que hiciera falta", asegura la dependienta. A su lado se mantiene aún la histórica báscula donde se pesaban los kilos de tomates o plátanos. Los suelos de cemento y las estanterías de madera son otra prueba del valor de este sitio.

Economía en precario

Los vecinos del Barranquillo vivieron muchos años en precario. Sus casas daban a terraplenes de tierra y carecían de toda infraestructura. El alcantarillado, el agua corriente y la luz no llegaron hasta la década de los setenta. "Mucha gente se ganó la vida con su carro y su burro recogiendo los desperdicios que dejaban los ricachones delante de sus casas en Ciudad Jardín", apuntan Juan y Esteban.

El abuelo de Lidia Reyes también tuvo su burro. "Iba cada mañana a la playa de Las Alcaravaneras a buscar la seba para luego venderla", apunta esta mujer. Gran parte de la basura que recolectaban estas personas la llevaban a una explanada que había donde hoy se levanta el puente del paseo de Chil sobre Juan XXIII. Era una forma humilde de ganarse un dinero después de trabajar puerta a puerta.

En esa misma se ubicó el llamado Campo España. Unos terrenos sobre los que hoy se levantan grandes bloques y la propia Clínica del Pino, pero en aquel entonces lo ocuparon un estadio de fútbol, un terrero de lucha y una gallera. Incluso, el campo llegó a funcionar como cine al aire libre durante varias décadas.

En los sesenta fue el párroco Eduardo Villar Reina quien decidió poner un pequeño cine al aire libre delante de la iglesia del barrio. "Era gratis con la condición de ir a la misa, recuerdo ver muchas películas, las de Pedro Infante sobretodo", hace memoria Juan. La calle principal del barrio se bautizó en honor de este cura. Muy recordado por todos, ayudó a muchos vecinos. "Daba el reparto a los más pobres, mató el hambre", asegura Juan mientras su amigo Esteban pasea a su perro.

Barranco al descubierto

Este barranco se mantuvo al descubierto hasta finales de los años setenta, cuando se construyó la carretera actual. Lidia Reyes se acuerda con claridad de aquellos días. "Los niños jugábamos en el barranco", apunta. En el recuerdo queda ese barrio familiar, donde todos se conocían y las puertas se quedaban abiertas.

Cada casa tenía sus gallinas, su cabra o su cochino. "Nosotros teníamos una cabra", señala la dependienta de Víveres Reyes. Aunque, si alguien destacó fue Miguelito el Cabrero, quien tenía más de 60 cabezas caprinas en el corral de su propia casa. "Todo el barrio iba a buscar leche fresca allí", añade.

Carmen Moreno también vivió su niñez en el barrio. Aunque ya no reside allí, se declara "barranquillera". Su madre, Lolita Hernández, quien todavía vive en una de las humildes viviendas, llegó desde Sevilla en los años setenta. Ambas recuerdan una época en la que había pocos servicios urbanos, un tiempo en el que se levantaban escuchando a los gallos.

Los mayores problemas derivados de esa precariedad llegaban en invierno. "Aquello daba miedo, las riadas de piedra y barro", apunta Moreno. Numerosos vecinos tienen en sus retinas las múltiples inundaciones que el barranco ha provocado en la zona.

Aún queda fresca la rotura del muro de la calle Obispo Romo entre Schamann y Altavista en noviembre de 2007. En aquella ocasión tuvieron que desalojar a seis familias y existió el peligro de derrumbe del muro de hormigón que soporta la calle. Esta muralla ya se derrumbó en 1989, tal y como muchos recuerdan.

No obstante, Obispo Romo se construyó para unir los barrios de Ciudad Alta de tal manera que taponó la parte superior del barranco. Incluso, existieron proyectos para cubrir todo el Barranquillo de Don Zoilo, una idea a la que se opusieron con contundencia los vecinos de la zona.

Ahora las tabaibas y tuneras de las laderas han dado paso a las urbanizaciones y chalets que han cercado las casas terreras. Mientras, Obispo Romo cuenta con un moderno puente y un ascensor que conecta Schamann con el fondo de la calle Párroco Villar Reina. Aunque este sábado volvió a llover, no como hace diez años, la mejora de las infraestructuras asegura que no se vuelvan a repetir aquellas tragedias de antaño.

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