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Puerto El último trotamundos de La Luz

La increíble aventura del coreano que viajó hasta Canarias en moto

El joven Jo Yeong Jae Ho Geol partió de la península asiática en abril de 2016

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La increíble aventura del coreano que viajó hasta Canarias en moto

Jo Yeong Jae Ho Geol no debía de tener más de 11 o 12 años cuando descubrió al hombre que cambiaría su vida. Un día, mientras pasaba el rato viendo la televisión, se encontró un documental de National Geographic sobre Lajos Kassai, el húngaro que a partir de la década de 1980 renovó la tradición arquera del país centroeuropeo heredada de los hunos. El joven Jo, criado en una aldea agrícola cercana a la ciudad de Gongju, quedó fascinado: "En cuanto lo vi por la tele supe que debía de ser un tipo fascinante y empecé a imaginar que algún día podría conocerle".

Los años pasaron y Jo continuó con su vida diaria en la granja, yendo a clase y ayudando a sus padres en las plantaciones de arroz, pero la imagen de Kassai no se borraba de su cabeza. "Estaba siempre en el campo, pero al cumplir 18 años en mi escuela nos dieron la oportunidad de viajar a Japón para trabajar y pensé que si allí ganaba dinero y experiencia quizás podría conocer al arquero", cuenta.

Jo explica que a los tres meses de estar en Japón tocó regresar a su hogar y que fue entonces cuando la idea de viajar hasta Europa para encontrarse con su ídolo dejó de ser un sueño para comenzar a convertirse en realidad. "Al volver a Corea tocaba elegir mi futuro, ir a la universidad o a trabajar, y aunque la sociedad te empuja a hacer ciertas cosas yo quise decidir por mí mismo", explica.

Es cierto que no disponía de una gran fortuna que le permitiera hacer un vuelo intercontinental, pero a cambio poseía una riqueza tan valiosa como incalculable, aquella que aportan la paciencia y el tesón. Por si todo esto no era suficiente, decidió que la música sería su gran aliada e incluyó en su equipaje un haegum, un instrumento de cuerda usado en la música tradicional coreana: "Era la solución perfecta ante la falta de dinero, porque la música es un lenguaje universal y sabía que si lo tocaba en la calle llamaría la atención y podría conocer a más gente".

Jo ya tenía un propósito, un modo de transporte y un medio para encontrar sustento a través de la música, así que solo le faltaba poner en marcha su plan. "Decidí irme sobre la marcha", recuerda ahora, casi dos años después de aquel 16 de abril de 2016 en el que embarcó con su moto en un buque con destino a la ciudad rusa de Vladivostok, cercana a la frontera con Corea del Norte. Su objetivo aún estaba a 8.000 kilómetros en línea recta -unos cuantos miles más si se mide la distancia por carretera- y por delante tenía un viaje por caminos inhóspitos y fronteras no siempre sencillas.

El primer gran reto al que se tuvo que enfrentar no fue el dinero, sino el Gobi, al sur de Mongolia. Incluso los naturales del país le decían que cruzarlo era imposible, pero las advertencias no le amedrentaron: "El desierto puede ser un lugar terrorífico, hay arena por todos lados y nada de asfalto, pero traté de seguir un camino rural que usan los camioneros para transportar mercancías hasta el oeste del país". Su moto, aunque nueva, no dejaba de ser de 125 centímetros cúbicos y la ruta resultaba frustrante por momentos. Jo conducía durante horas, pero al final del día solo lograba avanzar algunas decenas de kilómetros.

Pese a los negros augurios, la moto aguantó la ruta por el desierto y Jo pudo continuar con ella recorriendo países: tras Mongolia regresó a Rusia y llegó hasta el Cáucaso por Kazajistán para entrar en Turquía a través de Georgia. Ya había cruzado Asia de este a oeste y se acercaba poco a poco a Hungría, aunque seguía sin tener más información sobre su ídolo que su nombre y el país donde vivía.

Así continuó durante unos cuantos miles de kilómetros más, los que separan Turquía de Italia a través de Bulgaria y Grecia. "Llegué a Eslovenia tras cruzar Italia desde Brindisi a Trieste y aún no tenía más datos sobre Kassai, solo empecé a buscarlo cuando llegué a Hungría y aun así solo encontré una complicada dirección". Su ídolo no vivía en Budapest, como él pensaba, sino a unos 300 kilómetros al sur, y hacia allí se dirigió sin tener mucha idea de si iba hacia el sitio correcto.

Al llegar se encontró una fábrica en medio del campo, algo que no esperaba, pero en la fachada había dibujados algunos símbolos propios de la arquería. "No debía de estar tan equivocado", rememora. Preguntó por Kassai a los trabajadores que vio por los alrededores, hasta que dio con la encargada, que no se creyó lo que tenía ante sus ojos hasta que Jo terminó de contar toda su historia. "Le costaba imaginar que hubiera cruzado el desierto con mi moto, pero llamó inmediatamente al arquero y me llevó ante él".

Jo aún se emociona al recordar el momento en el que se encontró con Kassai por primera vez y las lágrimas le brotan como lo hicieron aquel día. El húngaro ni siquiera conocía su nombre, pero le invitó a pasar a su casa y a desayunar con los suyos. "Era tan fantástico como había imaginado", confiesa.

El "mejor sueño" de su vida se estaba cumpliendo: tras aquel desayuno el arquero le ofreció un lugar para quedarse a cambio de que ayudara en las labores de la granja y lo incluyó en sus clases. Durante una semana se sumó al resto de pupilos del maestro arquero llegados desde todo el mundo y descubrió que al igual que él, que solo comenzó a hablar inglés durante el viaje, su ídolo era un autodidacta que había aprendido todo sobre el tiro con arco a caballo leyendo sobre la historia de Hungría.

Dicho y hecho: tocaba recorrer Europa y él lo hizo. Desde Hungría enfiló rumbo norte hacia la República Checa, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia para llegar hasta el círculo polar ártico a través de Finlandia. A partir de allí volvió hacia el sur por Noruega, Suecia y Alemania hasta llegar a Francia, desde donde trató de cruzar el canal para llegar hasta el Reino Unido, pero la estricta política migratoria británica se lo impidió.

En Francia su moto se tomó un pequeño descanso mientras Jo viajaba en avión de vuelta a los Balcanes para dirigirse de nuevo a Turquía y a Israel. Estas escapadas y su habilidad con el haegum le permitieron recaudar más dinero con el que continuar su viaje en moto y al regresar a Francia decidió visitar España y Marruecos. Al llegar a la península le fascinó la sobrecogedora belleza de la costa cantábrica y se quedó sorprendido por el camino de Santiago. También visitó Madrid, donde vivió una de las peores experiencias del viaje: tras una noche durmiendo al raso alguien le robó su mochila y la gran bandera coreana que ondeaba en su moto y que había ido completando con banderas más pequeñas de los países que visitaba.

Desde el sur de la península llegó hasta Marruecos para visitar la tumba del legendario explorador Ibn Battuta y regresó a Andalucía para tomar el barco que le ha traído hasta Gran Canaria. Entró en la isla por el Puerto de La Luz, al igual que hicieron miles de compatriotas suyos décadas atrás, y por él tiene previsto marcharse dentro de poco si todo sale como espera: "Mi próximo objetivo es América y me dijeron que desde Gran Canaria podía ser más sencillo si me enrolo en uno de los barcos que cruzan el Atlántico en estas fechas, por eso estoy aquí". Vista su buena estrella, no tardará mucho en lograrlo.

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