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Entrevista a Kike Pérez

"Funciono mejor bajo presión, pero para el pregón ya tengo ideas"

"Socialmente fui aceptado por esa habilidad que tenía para hacer reír a los buenos y a los malos", explica el cómico y pregonero del Carnaval 2018

Kike Pérez, el pregonero del Carnaval 2018, saluda a los lectores de La Provincia

Kike Pérez, el pregonero del Carnaval 2018, saluda a los lectores de La Provincia

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Kike Pérez, el pregonero del Carnaval 2018, saluda a los lectores de La Provincia Lourdes S. Villacastín

Es el pregonero del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria 2010. ¿Es el mayor reto que afronta como cómico?

El mayor no lo sé pero creo que es el más serio (ríe). Es el de mayor responsabilidad por lo que significa, por lo serio con que se toma la gente el Carnaval, y por la responsabilidad que te da toda una institución [el Ayuntamiento]. Cuando uno actúa, lo hace representando a uno mismo, pero aquí lo hace representando a una institución que ha puesto la confianza en ti para que abras una fiestas, que son las más importantes de la ciudad.

En su presentación dijo que había sido murguero y comparsero. ¿Tanto le gusta el Carnaval o fue una manera de lanzarse a los escenarios aprovechando que estaba bajo un disfraz?

Lo de murguero es cierto, lo fui durante muchos años en Lanzarote -Los Intoxicados y Los Simplones- hasta que me di cuenta que era demasiado sacrificado. Lo de comparsero lo fui en la ficción, en la obra de teatro El trámite, donde tenía un personaje que era un comparsero de La Isleta. Ese personaje, al que adoraba, lo construimos Mingo Ruano y yo; y me encantó hacerlo.

¿Algunas de las historias que vivió con esas murgas se colarán en el pregón?

Seguramente porque hay alguna divertida; que por supuesto no te voy a desvelar (ríe). Pero sí, seguro que colaré alguna en el pregón porque yo lo que hago es contar mis vivencias. Vivo y trabajo de eso, de cómo veo el mundo, de mi capacidad de observación. Y el pregón va a ser eso, porque supongo que me habrán elegido por lo que soy.

¿Lo tiene ya perfilado o lo deja todo para última hora?

(Ríe). He de decirte que funciono mejor bajo presión. Siempre fui de estudiar el último día, aunque en este caso no puedo hacer eso porque hay mucha gente pendiente de ello. Seguramente, el director artístico del Carnaval, Israel Reyes, me dará caña para tenerlo todo muy atado. Para esos 15 o 18 minutos que me dan de libertad ya tengo cosas perfiladas, aunque no soy muy ortodoxo a la hora de currar. Tengo algunas ideas en servilletas y las iré uniendo, como construyo todos mis shows para que salga algo divertido.

¿Qué es lo que le impulsó a subirse a un escenario y hacer de la risa su profesión?

Estudié Magisterio en Educación Física, aunque no lo parezca (ríe). La vida me fue llevando por otro camino a pesar de que soy maestro por vocación. Me subí a un escenario como una broma mientras estudiaba en la universidad hasta que me di cuenta de que era mi pasión, que me hacía feliz, y que encima no me iba mal. La gente se reía con mis cosas pese a ser amateur, ahora veo aquellos vídeos y me pregunto cómo es posible que la gente se riera con aquello y me diera una oportunidad hace diez años.

Pero seguro que de pequeño tendría una vis cómica.

Sí, siempre fui el tonto de la clase, el graciosete y fui avanzando en la vida gracias a eso. Socialmente siempre fui aceptado por esa habilidad que tenía para hacer reír a los malos y a los buenos. Me salvé de muchas por caer bien a todo el mundo o, por lo menos, lo intentaba. Ahora, de grandito me he dado cuenta que caerle bien a todo el mundo no es un buen plan (ríe). Pero sí que es verdad que siempre fui el graciosillo, el echado para adelante cuando pedían que alguien saliera a la palestra, el que cuando había algún teatrillo allí estaba. Mi primera actuación comienza porque alguien en la universidad me dice que, como siempre estaba haciendo el pato y contando historias, por qué no iba a hacer un monólogo al local de un hermano suyo que estaba en los bajos del Monopol, en Vegueta. Y allí fui, los compañeros y amigos que fueron me rieron las gracias durante hora y media sin tenerlo excesivamente preparado. Y al terminar la noche me dieron 50 euros. Entonces pensé: "¡Ojo!, esto que es una pasión puede tener una rentabilidad. Y ¿si me lo preparo mejor?". Y hasta el día de hoy (ríe).

Sus shows tienen un componente muy personal ¿Cómo hace para sacarle chispa a todo lo que le ocurre o es que su vida es muy divertida? ¿Dónde está la clave?

Yo hago apología de que la vida de todo el mundo es divertida, lo que pasa es que hay que saber verlo. Yo he indagado en mi vida, incluso las cosas malas tienen una parte divertida. La fórmula del humor es que una mala noticia más tiempo es igual a humor. Muchas de mis historias fueron en su momento negativas, partieron de una crisis pero, con el tiempo, me he dado cuenta de que tenían un componente divertido y que contarlas, después de pasado un tiempo, son mucho más divertidas. Y que, cuando las cuentas, te das cuenta de que todo el mundo tiene su historia de la puerta del patio, su historia con el aeropuerto de La Gomera. Y yo hace unos años me dediqué a meterme en mi interior, a ver todos mis miedos, todas esas cosas malas que me habían sucedido, y a darles una vuelta. A contar historias reales, aunque exageradas por lo que conlleva la comedia, con la función de hacer reír o de servir de terapia, que a mí me viene muy bien.

¿Aprovecha su formación de maestro para hacer pedagogía en sus shows?

Totalmente. Aplico la docencia de forma descarada y evidente, tengo una coletilla que es "yo como docente". Mi madre me dice muchas veces: "¿Para qué estudiaste , hijo?".Y yo le digo que no sabe hasta qué punto me ha servido para poder tener un arma, porque para mí es un arma no solo el tener una verborrea, una oratoria, que debe tener un maestro, sino para que las historias simples que cuento tengan un trasfondo, una moraleja, un componente profundo lejos de ser un cómico profundo e ingenioso. Disfrazo la profundidad en simplonerías. El mero hecho de reírnos simplemente porque sí también tiene su profundidad. No hay nada más profundo que eso. Al final, en mis shows se ha hablado de quererse a uno mismo, de perdonar a la familia y viceversa. Si eso no lo sacamos a la luz se queda enquistado, pero si lo hacemos con unas risas pues es mucho mejor.

¿Se ríe de todo o tiene límites?

El límite para mí es el dolor ajeno. Si yo digo algo que a otra persona le duele de verdad, en el alma, intento subsanarlo. La responsabilidad se pone siempre en el emisor, aunque creo que en el humor está más en el receptor porque yo puedo decir cualquier cosa que me permita la legalidad o que se me ocurra, pero está en ti que te duela o no. Y, si te duele, está en ti borrarlo. A veces, intentamos combatirlo porque creemos que lo que dice el cómico es lo que realmente piensa, pero puede ser que sí o no. En mi caso, yo evidencio claramente lo que pienso porque lo hago de forma muy blanca, pero hay cómicos que hacen un personaje de mala persona y es desde ahí desde donde hablan. En esa pequeña línea que tenemos los monologuistas, los cómicos, entre la persona y el personaje, es donde se manejan todos los límites. Por el personaje que he creado, de buen rollo, de buen ánimo, sé que estoy condenado a no tocar ciertos temas y, sí lo hago, lo hago desde la ignorancia, desde "yo no sé nada" porque sé que de otra manera la gente lo va a recibir mal. Esos son los límites que me he autoimpuesto. A veces, me gustaría tocar otros temas, ir más allá, al humor negro, pero el personaje que me he creado, afortunadamente o no, creo que afortunadamente, me condena a eso.

Se mueve mucho en las redes sociales. ¿No teme agotar su creatividad?

Todos los días tengo ese miedo (ríe), esta idea es la última. Uno de mis propósitos para este año 2018 es dosificarme. Una de las autocríticas que me hago es que no puedes ofrecer tantas ideas de forma gratuita. No porque la gente no se lo merezca, sino porque que los seguidores al final te condenan y te obligan a tener una continuidad o rutina y las redes no son mi curro. La gente me dice que soy un youtuber, un influencer, pero no. Las redes son una herramienta que me ha venido como anillo al dedo para promocionarme de forma gratuita pero mi curro y donde me gano a los clientes es en el teatro, en las plazas de los pueblos, en los cortos, en los programas de radio, en la televisión en un futuro, si sale. Cuando subo un vídeo a las redes lo hago porque me da la gana y porque me apetece porque tengo una idea. Pero llega un momento en que la gente te lo pide y te haces esclavo. Me he sentido preso de tener que subir un vídeo, aunque la idea no fuera muy buena simplemente por tener que subir algo. Y hay vídeos que son muy malos. Incluso he llegado a confundirme pensando que yo también era una influencer. Pero no, no recibo ni un céntimo de los vídeos que hago en mi casa o en la playa. Ahora estoy aprendiendo a gestionar las redes con maestros como Dario López, un cómico que vive de las redes porque vive de lo audiovisual. Como digo, este año me he sentido condenado porque la gente te exige vídeos de calidad cuando lo mío era como el fast food. Luego te comenta si le gusta o no cuando es gratis y no he pedido que lo vea. Y lo más probable es que sea malo porque es algo que estoy haciendo porque me da la gana, sin que nadie me lo haya pedido y con la exigencia mínima.

¿Qué otras cosas ha aprendido en este tiempo?

Muchísimas cosas. Lo más importante a saber gestionar mis emociones porque muchas veces me confundía. ¿Quién soy yo? ¿El del escenario o el de fuera? Porque, cuando estás fuera, la gente se sorprende al conocerte ¿dónde está el chico que se quita la camisa? ¿El que vacila? Pero es que no soy ese. Y ese contrapunto que me da la realidad con el escenario, que por supuesto no es la realidad aunque me acerque, me ha ayudado a gestionar mis emociones y a verme desde fuera en cada momento. Y yo tengo mis momentos de vergüenza con mi mujer, con mi familia (ríe). Profesionalmente, he aprendido un montón de cosas, aprendo todos los días. La gente también me da lecciones. He aprendido que hay personas que necesitan el humor para vivir y, en estos diez años, he recibido mensajes de personas que se agarran al humor en situaciones complicadas, de enfermedad. Me he dado cuenta de lo necesario que es el humor y de lo poco en serio que nos lo tomamos. El humor es como una tirita, solo recurrimos a él cuando lo necesitamos.

El pregón coincide con el estreno de su nuevo show ¡Cállate! , ¿qué es lo que se cuece tras ese imperativo?

Aparte de una expresión que me acompaña siempre, y que Aarón Gómez y yo nos lo decimos mutuamente cuando estamos petit comité, también es algo que me han dicho muchas veces en mi familia, en el cole. Esa es una de las partes que me ha inspirado para el show. Otra es que estoy diciendo ahora a mi hija: "no, no hagas esto, no toques aquello". O le diré muy pronto lo de "¡cállate!". Ojalá que sea muy pocas veces. Ese apartado presente y futuro con esta expresión también está ahí, y también con la libertad de expresión de la que hablábamos antes. Ahora hay una libertad de expresión que están intentando coartar por muchísimos sitios. La última es que EE UU metió mano en las webs y las redes sociales para cortar ciertos comentarios. Y no quiero que lleguemos a eso. Y no solo por parte de la gente que nos gobierna y mueve los hilos, sino porque nosotros mismos nos censuramos.

¿A quién mandaría callar?

(Ríe). Yo a la gente que hace daño, a los que hablan por hacer daño. A Donald Trump y a King Jong- un, aunque hablen en privado. Está idea también está en el show.

¿Confía en que la UD le llame este año para formar equipo?

(Ríe) No lo veo nada claro si van a fichar un entrenador aún más serio. Lo que deseo es que se salven para tener otra oportunidad en verano y que sigan en Primera, que es mi sueño. Todo se andará, sé que saben de esta tontería pero no están ahora para demasiadas bromas.

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