Entrar en Lantigua es como meterse en una especie de máquina del tiempo y retroceder a la época en la que la abuela acudía a comprar la crema milagrosa contra las manchas, la Bella Aurora, o el Dermogético, las hojillas y las maquinillas de afeitar de rosca y el Varon Dandi para el abuelo. En sus interminables estanterías, que rozan el techo, se amontonan junto a los modernos productos de mercería, limpieza, perfumería, pirotecnia y piñatas para los más jóvenes, los productos de toda la vida, aquellos que desaparecieron de la inmensa mayoría de los comercios de la ciudad hace años y que sólo se encuentran en Lantigua, como esas japonesas de hilo irrompible, la colonia 1916, los jaboncillos Heno de Pravia, las brillantinas o el Rhun Quinquina.

Después de casi un siglo en el edificio de Lentini, esquina con Francisco Gourié, los emblemáticos almacenes, que han logrado sobrevivir a la última crisis y al embate de las franquicias y las cadenas, se mudan a 150 metros de distancia, a la calle Francisco Gourié, 37. "Lantigua no se cierra, bajo ningún concepto. Sólo nos mudamos de sitio", sostiene rotundo Jesús Colina Lantigua, el responsable del comercio, quien asegura que el espíritu de Lantigua permanecerá en el nuevo edificio. Desaparecerán los casi centenarios mostradores de madera y cristal y los olores del viejo edificio, pero los artículos de toda la vida ya están siendo embalados para la mudanza, de cara a la reapertura a principios de mayo.

A Jesús Colina, el único de los herederos que ha seguido adelante con el comercio que creara hace 85 años Miguel Lantigua González, le cuesta dormir desde hace semanas porque le hubiera gustado que el comercio siguiera ahí toda la vida, "como era la voluntad del abuelo, que dejó dicho que se mantuviera la tienda mientras hubiera un Lantigua", pero la ejecución de un desahucio -ordenado por una prima, la hija de su tía la dueña del local- le ha obligado a buscar de prisa y corriendo un nuevo local para mantener a flote el negocio.

"Lo que más me duele", asegura Colina, "es que me haya enviado la orden de desahucio. Yo puedo entender que quiera obtener más dinero por este local, pero podíamos habernos sentado a negociar las condiciones, pero son las formas las que duelen. No ha sido capaz de dar la cara. Me pedía el pago de 4.000 euros de fianza y un contrato con unas condiciones leoninas que no son aceptables, entre otras cosas, debido a las malas condiciones del local."

"El alquiler que tenía era un acuerdo verbal entre mi madre y mi tía y, con la nueva ley, no tengo ningún derecho", añade. Ya han concluido el traslado de las toneladas de material que estaba en los sótanos y la próxima semana comienzan con la zona de venta. "Hemos sacado cinco camiones de material del sótano", relatan Jesús y su esposa, Raquel Quesada.

Los inicios

La aventura comercial de Miguel Lantigua González arrancó en la plaza de Vegueta, donde comenzó vendiendo cuatro cosas con una tabla. En 1933 fundó la tienda de Lentini y con un duro trabajo, en el que se implicaron su mujer y sus hijos, logró sacar adelante un floreciente negocio.

"Mi madre comenzó a trabajar aquí con once años y mis tíos también. Todos nos hemos criado aquí jugando dentro de cajas. Esta tienda nos ha visto crecer a todos los Lantigua. Cuando murió mi abuelo siguió mi madre María Luisa Lantigua Barrera y mi padre Jesús Colina Gómez y después seguí yo. Empecé a trabajar con mis padres hace 23 años y desde hace tres años estoy yo solo", junto con las empleadas Mensy y Fabi.

Por Lantigua, que también abrió otra tienda en la calle Barcelona ya cerrada, han pasado cuatro generaciones de clientes, que aún vienen de todos los pueblos de la isla a buscar aquellas cosas que sólo encuentran en la tienda. "Es una clientela de muchos años. Siguen viniendo padres, hijos, nietos y hasta biznietos a comprarnos. Aquí viene gente hasta de Mogán y Arguineguín a comprar", destaca, Jesús, que tenía catorce años cuando murió el fundador.

"Este ha sido un negocio familiar. De aquí hemos vivido toda la familia, desde que lo fundó mi abuelo. Todo lo que tenemos nosotros es gracias a este negocio. Mi abuelo lo dio todo por este comercio. Hizo mucho dinero y dejó muchas propiedades y las repartió entre sus hijos. Y el lote de este local le tocó a mi tía". La segunda generación, recuerda, también lo dio todo por la tienda.

"Cuando eran niñas, mis tías tuvieron que dejar el colegio para echar una mano en la venta. Mi madre recuerda que veía a sus amigas pasar los domingos a la playa, mientras ella seguía en la tienda ovillando hilos", recuerda Colina, que achaca la supervivencia del comercio a su clientela. "Aquí viene gente que te dice que venía con su abuela, cuando se vendía a crédito. Nuestros clientes nos dicen que vendrán a comprarnos a donde nos vayamos". El comercio se ha ido adaptando a los tiempos, pero su fuerte sigue siendo la mercería, aunque también tienen mucha salida la pirotecnia. "El negocio sigue igual. Nos estamos llevando las estanterías inglesas que compró mi abuelo y algún mostrador". El resto pasará a la historia.