Martín Areta Higuera iba a pasar su tercer curso universitario como estudiante de Matemáticas en Caserta, cerca de Nápoles, pero nunca llegó a hacerlo. Y es que la vida, y más concretamente "Dios", tenían otros planes reservados para él... como cura. Ayer, tras un camino que para el joven de 30 años ha sido más "corto" que largo, por fin se ordenó como sacerdote claretiano en la Catedral de Santa Ana.

No faltaron a la celebración amigos y miembros de la comunidad con la que entró en contacto de niño, en las aulas del Colegio Claret de su Sevilla natal. Areta también estuvo arropado por sus padres, su hermano y su cuñada y por la pequeña Martina, que además de ser su sobrina es su ahijada, como él mismo apunta con orgullo.

El sacerdote, que llegó a la capital a principio de curso y ha impartido clases de religión desde entonces en el edificio que los claretianos tienen en Obispo Rabadán, pidió ayer un regalo muy especial para el inicio de su nueva etapa: una oración o un donativo para los proyectos de la ONG Proclade Bética.