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La playa tatuada en la piel

Un recorrido por Las Canteras repasa la historia del istmo y su vínculo con el desarrollo de la ciudad y sus habitantes

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Visita guiada en Las Canteras

"El objetivo de esta visita es que vean Las Canteras desde un punto de vista diferente", afirma Paula Villalba, guía experta en Patrimonio, antes de comenzar un repaso por la historia de la playa capitalina. En su brazo tiene tatuadas las coordenadas de La Puntilla, donde nació. La playa también es parte central de la vida de los asistentes que como Marisol y Maricarmen Afonso esperan de la visita encontrar ese "otro enfoque" de los relatos de su madre sobre su infancia en la Isleta. La arena, que hace décadas cubría todo el istmo, esconde historias que muchos de sus usuarios desconocen.

Para los primeros habitantes de la zona, los aborígenes, la península grancanaria no era un buen sitio donde vivir. En La Isleta había una necrópolis y a su lado, en las cuevas del Confital vivía un grupo de personas que, según una teoría que relata Villalba, se encargaban de trabajar en las tumbas. Su contacto con los muertos los excluía de la sociedad.

Tras la conquista los habitantes tendrían que aprender a convivir con la arena que rodeaba casas y colegios. Con el paso de los años dejarían su propia marca en el territorio, moldeándolo para cumplir con sus intereses. La playa de Las Canteras ha cambiado tanto con el tiempo que ni su función, ni su nombre fueron siempre los actuales. Cuando el istmo estaba repleto de arena era conocido como Bahía del Arrecife. Poco después pasaría a llamarse Puerto del Arrecife. La Barra dio nombre al área que guarecía de las corrientes más fuertes y que aprovechaban los barcos que llegaban a Gran Canaria. La formación compuesta por restos de moluscos y conchas depositados durante cientos de años sobresalía entonces por encima del nivel del mar. El espacio que protegía era más profundo y permitía así el paso de las embarcaciones.

La Barra se convertiría en una cantera cuando los habitantes comenzaron a utilizarla para construir las pilas canarias que filtran el agua de lluvia. Aún se pueden encontrar pruebas de cuando la mano del hombre vaciaba la cantera, como huecos con forma cuadrada o los anclajes que utilizaban los barcos. "La cantidad de material que se extrajo era equivalente a un edificio de siete plantas. Algunos bloques se usaron en la construcción de la Catedral de Santa Ana", comenta la guía en la segunda parada del recorrido por las Canteras. La Barra fue además dinamitada para permitir el paso de barcos más grandes.

Los puertos traerían negocio y empleo a Gran Canaria, que se fue poblando poco a poco. Los nuevos habitantes de la Isla situada en medio del Atlántico necesitaban luz y noticias del exterior y las industrias que comenzaron a satisfacerlos se situaron en el litoral. Italcable abriría su edificio en Guanarteme en 1925 para conectar Europa, Canarias y Latinoamérica. En su interior se amarraban cables procedentes de Roma y Málaga y dirigidos a Fernando de Noronha (Brasil) y Buenos Aires.

Tres años más tarde, la Cicer (Compañía Insular Colonial Electricidad y Riesgos) comenzaría a operar. Tanto los restos de la fábrica como los cables submarinos se encuentran enterrados todavía bajo la arena.

En este período se conformarían los barrios que robarían terreno a la arena y con ellos se desarrolló el ambiente de la ciudad. El Real Club Victoria se convertiría en el primer equipo de fútbol en desplazarse a la Península en 1925, siempre ligado al barrio de La Isleta. La generación de los poetas modernistas canarios crecería en una ciudad con más calles y plazas, pero no olvidaría el mar que los rodeaba. La poesía de Alonso Quesada, Tomás Morales y Saulo Torón, sus máximos representantes, giraría en torno a las olas, la espuma, las rocas del mar, el sol y la arena. Para ellos, Las Canteras fue fuente de inspiración, como para los cuadros de Néstor Martín Fernández de la Torre.

Algunos de ellos, como Saulo Torón, podrían ver con sus propios ojos cómo se construía el paseo marítimo en los 40 y cómo este se rodeaba de cada vez más más hoteles. La playa estaría limitada desde entonces y perdería las dunas. A los arenales le seguirían otros muchos cambios que llegan hasta la actualidad.

"La intención con la pasarela era que llegara la arena a las puertas del gimnasio, pero al final solo estamos destrozando un poco más la playa", comenta Villalba en la penúltima parada de la visita frente a las canchas de La Cícer. Varios participantes asienten y secundan sus comentarios. Consideran que defienden un lugar al que asocian experiencias personales. "En estas visitas a Las Canteras siempre me cuentan anécdotas como en qué rincón se besaron con su primer amor o solían reunirse con sus amigos". Saulo Torón ya lo decía en su poema número VII de El caracol encantado: "En la playa nací y en la playa también, acaso muera".

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