A sus 78 años, Hartwig Hansen, propietario de los restaurantes El Cerdo que Ríe y El Gallo Feliz se jubila tras cerca de cinco décadas al frente de los establecimientos, situados en el paseo de Las Canteras. Hansen, de origen danés, y su mujer Ingegerd llegaron a Las Palmas de Gran Canaria en los años sesenta cuando el turismo europeo llegaba a la capital atraído por el sol y la playa. En 1969 montaron 'El cerdo que ríe' con un socio español y pronto el restaurante se hizo popular entre la clientela extranjera y local. Su flambé de solomillo a la pimienta cautivó a todos.
Pese a que Hans, como popularmente se le conoce, se jubila no se marchará a su tierra natal, sino que seguirá viviendo en la Isla y pasando por el restaurante que levantó, y que se ha traspasado. Así lo aseguraba ayer Thorbjørn, uno de los hijos - el otro es Henrik- del matrimonio nórdico, que agradece las muestras de afecto que han recibido estos años por parte de una clientela fiel, mientras se muestran contentos de que el local continúe abierto con sus actuales 13 empleados.
El Cerdo que Ríe se inauguró en 1969 cuando Hartwig Hansen, nacido en la pequeña localidad de Tonder, frontera con Alemania, decidió con su mujer Ingegerd, de nacionalidad sueca, instalarse en la Isla al intuir el beneficio que representaba ya el turismo en la Isla y dejar atrás el tras el frío del norte tras conocerse en Liberia. "El extranjero de la pipa", como se le conocía entonces por su afición a fumar y la dificultad en que los clientes se aprendieran su nombre; y más tarde como el "Señor Hansen" o "Hans", montó el restaurante con Miguel Pérez Sibenaller con quien formó sociedad hasta 1974.
Ese mismo año también abrieron El Gallo Feliz. Tras disolverse la sociedad, el negocio quedó en manos de Pérez, aunque posteriormente fue recuperado por Hans en 1984. "La idea de mis padres siempre fue servir comida excelente al alcance de todos, donde pudieran comer bien tanto un jefe como una secretaria, una gran familia o un pensionista retirado", explicaba Thorbjørn sobre la seña de identidad del local.
El éxito de la empresa no solo fue que sirvieran platos internacionales típicos de la cocina del norte de Europa, que desde el principio cautivo a los turistas y extranjeros residentes en la capital y después a los grancanarios y peninsulares, sino también por el don de gentes que Hansen desplegaba con los clientes. "Se acordaba de los turistas cuando regresaban al año siguiente al local, les preguntaba por su familia; y eso siempre agradó a la clientela. Muchos pasaron de ser clientes a ser amigos".
De ese buen talento como relaciones públicas ha sido testigo durante 45 años el actual maitre de El Cerdo que Ríe, Felipe Brito, que llegó al local siendo apenas un chaval después de comenzar en el sector como freganchín en el Barrio, un local de Santa Catalina. "Me quería volver a La Palma porque aquello no me gustaba, pero un compañero me convenció de quedarme. Por aquel entonces los camareros de El Cerdo venían de noche al local y les preguntó si había alguna plaza libre para mí", recordaba ayer Brito, que describe a Hans como una buena persona y un buen jefe. "Ha sido siempre muy correcto en el trato; incluso cuando nos tenía que decir alguna cosa a los camareros. También muy activo y trabajador; siempre dispuesto a echar una mano".
El danés Hartwig Hansen aprendió el oficio de cocinero con apenas 16 años en su tierra natal. Antes de recalar en la Isla y montar el negocio, donde su mujer se ha encargado en estos años de la administración, su aventura vital le llevó por Groenlandia donde vendió productos daneses a los norteamericanos de la base militar de Thule y después por el continente africano para trabajar en una empresa minera.
Icono
El Cerdo que Ríe se hizo pronto muy famoso entre los turistas y residentes extranjeros en la ciudad. Y más tarde entre los locales y peninsulares por lo exótica que era su comida internacional además de por su calidad, precio y servicio. El boca a boca hizo el resto.
Brito reseñaba que se hacían largas colas para poder entrar a comer tanto por la calidad del menú como por el show de los fambleados pese a estar ubicado en un sótano. El flambé del solomillo de pimienta, realizado con brandy o whisky con diversos ingredientes como el ajo, la salsa Perrins, la mostaza y la pimienta, ante la vista de los clientes se convirtió en el plato estrella del restaurante, aunque también las gambas flambeadas, el salmón y las diversas fondue.
El nombre del local y la figura de un cerdito con un gorro de cocinero contribuyó sin duda a que el restaurante se recordase fácilmente entre la clientela. La prueba está en que el pasado año un niño alemán se perdió en la playa a escasos metros del mismo y se localizó a sus padres gracias a que recordaba que había estado comiendo en el restaurante.
El icono es tan querido entre la clientela que la familia ha recibido a lo largo de estos años numerosos cerditos que han dado lugar a una entrañable colección que "igual que aparecen desaparecen", incluida una serie pictórica en la que Hansen aparece caricaturizado como un cerdito. Así lo indicaba su hijo como una de las cientos anécdotas que se han dado en el establecimiento durante su medio siglo de vida, todo un logro en uno de los paseos más emblemáticos de la ciudad con una amplia variedad de locales para disfrute de los miles de turistas que visitan la capital grancanaria.