La Provincia - Diario de Las Palmas

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Deporte 50 años desde la llegada de la antorcha olímpica a Gran Canaria

Medio siglo de la antorcha que prendió en La Luz

La capital acogió una escala del 'fuego bendito' de México 68', que recorrió 20 kilómetros del Puerto a Ciudad Alta en manos de 20 atletas

Manolo Guerra encendiendo el pebetero.

Los Juegos Olímpicos celebrados en México han quedado en la memoria canaria. Se celebraron en 1968 y representaron fielmente una época en el plano político y social. La matanza de Tlatelolco, que sucedió semanas antes del comienzo del evento, significó uno de los actos represivos más mediáticos de la historia reciente del país centroamericano. Murieron decenas de estudiantes y fueron detenidas más de 500 personas. Fue el preludio de unas Olimpiadas que tuvieron a la política como protagonista en vez del deporte.

Se vivía además en plena Guerra Fría y la polémica creada por la invitación a Sudáfrica tras serle denegado el acceso a Tokio 64' por sus políticas racistas crearon un clima de crispación. Muchos países criticaron la decisión y numerosos atletas negros (estadounidenses) decidieron no asistir si acudía Sudáfrica. La posibilidad de que la Unión Soviética y sus aliados boicotearan los juegos concluyó en una votación del Comité Olímpico Internacional (COI), y finalmente, la declinación de invitar al país del apartheid. Mientras que los llamados movimientos estudiantiles mexicanos fueron sofocados violentamente y estos prometieron una tregua durante las semanas olímpicas.

Pese a todo, los norteamericanos Tommie Smith y John Carlos terminaron ofreciendo la imagen de las olimpiadas. Finalizaron primero y tercero, respectivamente, en la prueba de atletismo de 200 metros lisos. En la entrega de medallas, y durante el himno, ambos alzaron su puño envuelto en un guante negro en honor al movimiento del Black Power de su comunidad negra. Un momento para la historia de las Olimpiadas.

La llama olímpica, como suele suceder, vivió durante dos semanas en el pebetero ubicado en Ciudad de México. Pero hasta llegar allí tuvo que recorrer muchos kilómetros desde su origen en Grecia. Una de las paradas, aunque realmente fueron dos, fueron las Islas Canarias. Las ciudades de Las Palmas de Gran Canaria y San Sebastián de la Gomera acogieron la llama olímpica en su recorrido hacia México.

La capital se preparó para acoger la antorcha olímpica un mes antes de que comenzara el evento deportivo. El 14 de septiembre desembarcaba el fuego sagrado en el Puerto en una corbeta del Ejército. Entre José Dávila y Conrado Durante, encargados del Comité Olímpico mexicano y español, se dispuso la antorcha para pasar por primera vez a las manos de un canario.

El primero en recibirla fue el atleta Rafael Pérez Lorenzo. Emprendió, entre centenares de personas que se reunieron en el muelle de Santa Catalina, la subida hacia el final del recorrido pactado: la recién llamada plaza de los Juegos Olímpicos de México, en Ciudad Alta. En total, 20 atletas canarios se responsabilizaron de elevar la antorcha al lado del complejo deportivo López Socas: José Martín, Juan Domingo García, Ricardo Alzola, Benigno Montenegro, Luis Romero, Francisco José Acosta, José María Acordagoitia, Francisco Artiles, Juan Anaya, Miguel Pérez, José Mencara y el olímpico jugador de baloncesto Carmelo Cabrera.

Desde La Luz hasta Alvavista, pasando por Vegueta y subiendo por Schamann. Ese fue el trayecto organizado; entre otros, por Emilio Rodríguez, un atleta con gran trayectoria y siempre relacionado con los proyectos del Cabildo grancanario desde entonces. En aquel momento era jefe de servicio de Deportes del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria.

Ya en la plaza de los Juegos Olímpicos de México comenzó el acto institucional. Se encendió el pebetero con la llama de la antorcha que portaba Manolo Guerra, nadador y el primer canario en participar en unas Olimpiadas. Junto a él se encontraba Rita Pulido, la primera olímpica de las Islas. Ella se encargó de izar la bandera.

Alberto Fernández Galar era el gobernador civil de Las Palmas durante aquella época y también ostentaba la presidencia de la Junta de Educación Física. Por lo tanto, fue el dirigente al mando del evento y el que puso la voz. Tras la ceremonia, tuvo lugar la bajada de la antorcha hacía el barco que la había traído a la ciudad para seguir su camino hacia La Gomera. Era el turno de otros siete atletas que se irían relevando el objeto en llamas. Hablamos de José María Rodríguez, Francisco Henríquez, Modesto Melián, Octavio Jiménez, Javier Lodos, Bernard Luzardo y el gran Pedro Montesdeoca. De este último cabe mencionar un alarde de su carácter atlético. 20 años después de su último maratón, que tuvo lugar durante su etapa como profesional, volvió a participar en otro. Obtuvo mejor marca en el segundo. Él llevó la antorcha a la corbeta, donde esperaba el capitán de la nave para apagar el fuego y acabar oficialmente con la gala, tras varias vueltas de honor. El acto estuvo organizado entre otros por Jesús Telo Nuñez y Arturo Paíño León Barciela. Militares relacionados con el deporte isleño.

La capital se volcó con el evento. Desde la llegada en el barco, así como en el recorrido, que parecía un pasacalle. "Era un espectáculo", recuerda José Martín Ramos, periodista y uno de los atletas invitados para portar la antorcha. "Algunos miraban alucinados viendo a un hombre corriendo con una antorcha en la mano mientras otros cientos le observaban embobados", comenta entre risas el conocido periodista de Televisión Española en Canarias. Aún rememora cómo "aunque la mayoría conocía la noticia del paso de la antorcha por la ciudad, quedaban algunos que se enteraron sobre la marcha, sorprendidos".

Cabrera, protagonista

Por su parte, el baloncestista Carmelo Cabrera tuvo que retrasar su vuelo a Madrid para participar en el evento. Ese mismo día viajaba a la capital española para comenzar sus entrenamientos con el equipo junior de baloncesto del Real Madrid C.F. Sin embargo, la ilusión del joven de 18 años hizo que, tras una llamada, le permitieran incorporarse la mañana siguiente. Fue el último entre los que se turnaron en la ida hacia la meta situada en Altavista y el encargado de ceder la antorcha a Manolo Guerra para encender el pebetero.

"Aún guardo la antorcha en casa", asegura Cabrera, que se siente "muy orgulloso" de haber participado en un acto con tal carga simbólica. Además de la gran cantidad de gente que se juntó para presenciar los 20 kilómetros de recorrido que tuvieron que hacer la veintena de atletas, uno de los recuerdos más vivos que tiene de aquél día fue el calor que desprendía la antorcha. "Había que llevarla muy alejada de la cara para no quemarte las pestañas". Entre risas comentó que aquella era "diferente a la que se fabricó para las Olimpiadas de Barcelona" años más tarde. La que se utilizó en 1968 tenía un mecanismo basado en el carbón, por lo que había que mantener la llama encendida. Igual de viva quedó para él su participación, extradeportiva en aquella edición y más tarde dentro de las canchas, en un evento de este calibre.

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